domingo, 28 de diciembre de 2008

La última actuación



Hace justamente dos semanas actué en el taller de escenas de Navidad del Teatre Sans. Yo hice de posadera, la protagonista de la obra de Goldoni que se titula así, de ahí la cofia con la que me vi obligada a salir a escena. Voy pintada como una puerta, que es lo que toca en teatro, porque los focos se comen cualquier maquillaje discreto. Me gustan las fotos que siguen, las de los momentos previos a salir al escenario, cuando en los camerinos todo son nervios y caos. Qué buen grupo formamos y qué bien nos lo pasamos juntos.


martes, 23 de diciembre de 2008

Algunos inconvenientes

He sufrido dos inconvenientes durante estos días. El primero tiene que ver con la radioterapia y el segundo con mi forma de comunicación. Empezaré por este último. El sábado me robaron el ordenador portátil y por eso he estado algo desconectada. Me dio una rabia terrible, no sólo porque me lo habían regalado y por eso le tenía un cariño especial sino porque tenía muchas cosas de las que no había hecho copia. He perdido fotos, documentos, material de mis clases como profesora y mis apuntes del ciclo formativo, porque suelo ir a clase con el portátil y tomar notas directamente, para no tener que pasar nada a limpio después. En fin, un desastre. He tenido que acogerme a un plan renove forzoso y he aprovechado para comprarme un ordenador más manejable y más fashion, aunque sé que eso no me resarcirá de los sucesivos pequeños disgustos que me llevaré cada vez que vaya a echar mano de algo y no lo encuentre.

Lo otro que me ha pasado es lo que ya me habían dicho que pasaría. El miércoles pasado fui a que me pusieran la tercera sesión de radioterapia. Cuando ya estaba cambiada con esa favorecedora bata verde (por cierto, algún día tendríamos que hablar del diseño de la ropa que te obligan a llevar en los centros hospitalarios; estoy convencida de que podrían pensar en algo que fuera a la vez práctico y algo más bonito), escuché que la doctora y los enfermeros hablaban, se quejaban, resoplaban y maldecían, por ese orden. Pensé que la máquina no debía de ir bien y así fue. Después de unos quince minutos de espera en uno de los cubículos que nos sirven de vestuario, me comunicaron que no sería posible ponerme el tratamiento porque la máquina se había roto. Por lo visto, llevaba días sin ir demasiado bien por no sé qué problema del ordenador central, y por eso sólo ponían atendían los casos menos graves (¡menos mal!), pero esa mañana se rompió para todos.

Para resumirlo, desde entonces he tenido que llamar cada mañana a primera hora a la Policlínica M. para que me dijeran si debía ir o no. Ayer vinieron la pieza estropeada y el mecánico de Madrid del que seguro que oiré hablar más veces y hoy me han radiado por tercera vez. Pensando que los días de fiesta (Navidad, Segunda Fiesta, Año Nuevo, Reyes y Sant Sebastià) y los fines de semana no me van a hacer nada, esto de la radio se va a alargar hasta como mínimo la primera semana de febrero. Supongo que después la oncóloga me querrá ver y quizás hasta me pida alguna prueba antes de darme el alta, así que mis planes de incorporarme al trabajo al principio del mes más corto del año no se van a poder cumplir. No contaba yo con que esto se alargara tanto, pero no puedo hacer mucho más que lo que hago.

No soy muy de la Navidad. De hecho, siempre que puedo me escapo a algún lugar, preferiblemente donde no se celebren estas fiestas para saltármelas en lo posible. Aun así, como sé que a mucha gente le encantan y alguno se puede sentir extrañado de que no haga ningún comentario al respecto, os deseo unos días agradables y, sobre todo, mucha salud, que al final termina siendo lo más importante, aquello de lo que depende el resto.

martes, 16 de diciembre de 2008

Me están radiando

El viernes me llamaron por teléfono de la Policlínica M. para que el lunes empezara con la radioterapia. Como se trata de sesiones diarias, hoy ya llevo dos y ahora sí puedo decir con toda la razón que llevo el pecho dibujado, no con un nombre de mujer sino con tres cruces (¡anda!, como las del Monte del Olvido: se ve que hoy va de canciones).

Cuando ayer llegué al centro de oncología que depende de la clínica, me encontré con M., la misma enfermera que me hizo el TAC, quien me explicó cómo sería el funcionamiento práctico del proceso a partir de ese momento. También me asignó una taquilla, donde tendré guardadas las que serán mi bata y mi toalla durante los días en que me tendrán como invitada diaria.

La de la simpática enfermera no era la única cara conocida con la que me encontré: la doctora que se encarga de todo el proceso es C., a quien he visto en unas cuantas ocasiones con motivo de mis cosas políticas. Está bien encontrarse con caras amigas en este tipo de situaciones. Da confianza, y eso no es una nadería cuando alguien se enfrenta a lo desconocido.

Rodeada de, además de por ellas dos, por otros dos hombres de bata blanca (¿médicos? ¿enfermeros?) me tuve que tumbar boca arriba en la camilla de la máquina y me colocaron los brazos como quieren que los ponga siempre: el derecho hacia atrás, por encima de la cabeza, y el izquierdo aguantándomelo a la altura de la muñeca. Después empezaron a cantar cifras, con decimales y todo. Con esos números, a los que los tatuajes servían de guía, se dedicaron con toda prolijidad a hacerme unas marcas en la mama afectada con un rotulador negro.

Una vez estuve bien dibujada y en la posición correcta empezó lo que es en sí el tratamiento. Un gran brazo articulado, que termina en una pieza redonda de unos ochenta centímetros de diámetro en la que se colocan unas placas metálicas, es el que se encarga de administrar la radiación: durante 25 días será en todo el pecho y las últimas cinco sesiones se centrarán en la cicatriz. Ese brazo radia en dos direcciones; en mi caso, primero de izquierda a derecha y luego al revés, de forma que los haces van en forma oblicua y abarcan toda la mama. El ruido que indica la radiación dura unos veinte segundos en cada tanda y yo no he sentido absolutamente nada ninguno de los dos días: ni calor, ni hormigueo ni nada de nada. Hoy, que no me han tenido que marcar, no he tardado ni diez minutos en entrar, ponerme la bata, ser radiada y estar de nuevo en el coche. Ayer, claro, tardé algo más por los dibujos que me hicieron.

Para que las marcas de rotulador no se vayan me las protegieron con un pedacito de esparadrapo transparente. Me tengo que duchar y secar con un cuidado especial, para evitar que se caigan las tiras adhesivas.

Respecto al resto, las únicas indicaciones que me han dado es que no me ponga desodorante ni crema en la zona que me radian para evitar quemaduras.

La verdad es que, si esto es todo, lo de la radioterapia está “chupao”. Tenían razón los que me dijeron que después de la quimioterapia todo era cuesta abajo. Lo peor es, de momento, que tengo que ir a una hora (las diez y media) que me parte la mañana por la mitad. La enfermera me ha asegurado que a partir de pasado mañana intentarán hacerme un hueco a la una y media, lo que me permitirá aprovechar mejor el día.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Soy una mujer marcada

Sí, lo voy a confesar aquí y ahora: soy una mujer marcada. Marcada por los tatuajes que ayer me hicieron después del TAC, y que tienen que servir como referencia cuando me pongan la radioterapia.

Ayer por la mañana, bien tempranito y con el diluvio universal cayendo, fui a la Policlínica M., donde voy a seguir el tratamiento a partir de ahora. No se puede decir que no me haya paseado por las clínicas privadas de Palma: me operaron las dos veces en una, me pusieron la quimio en una segunda y voy a tener la radio en otra distinta. A eso, claro, corresponden también médicos diferentes, cuya amabilidad en sentido ascendente comenté en otra ocasión.

Lo del TAC no tiene más secreto que no moverse mucho para que la prueba salga bien a la primera. Para hacérmelo vino una enfermera de oncología, supongo que porque así saben que se hace exactamente lo que necesitan. Cuando vio mis cicatrices (la del pecho y la de la axila) no pudo dejar de comentarme lo bien que me habían quedado, para añadir a continuación que: “yo veo unas cosas…” Y dejó la frase en suspenso. Me preguntó quién me había operado. “El doctor T.”-le dije yo. “Me lo imaginaba. Ese hombre tiene unas manos para patología mamaria excepcionales”. “Sí –pensé y estuve a punto de replicar-, unas manos fabulosass y un trato con las pacientes que deja mucho que desear”. No lo dije porque en este tiempo me he planteado muchas veces si hubiera preferido un médico más cariñoso y comprensivo que El Hombre Que Nunca Sonríe y que me hubiera dejado unas cicatrices de un dedo de anchura, como otras que llevo con toda la dignidad que puedo. Obviamente, la respuesta es “no”, así que no me voy a quejar mucho más.

Después de TAC vinieron las marcas. Como en la copla, yo pensé que iba a llevar el pecho tatuado, y no es así. Me hicieron tres puntos, que se confunden fácilmente con pecas (y más en mi caso, con todas las que tengo), uno en el centro y los otros dos a los lados, como a quince centímetros debajo de ambas axilas. Desde ayer, mi forma de ver a las personas que se hacen tatuajes ha cambiado sustancialmente: ¡Cómo duele que te dejen marcado para siempre! Tengo que tratar el tema con dos de mis hermanos, que lucen unos dibujos bien grandes y no recuerdo que se quejaran demasiado. Me imagino que en el caso de los que se tatúan voluntariamente se puede aplicar el “sarna con gusto”. En el caso de los que llevamos tinta bajo la piel por obligación, puedo decir que duele horrores.

Y eso fue todo. Me dijo la enfermera que me llamarían un día de estos para empezar la radioterapia al final de esta semana o al principio de la siguiente, y que intentarían darme siempre la misma hora para que me pueda organizar. Le pedí que fuera a mediodía, porque así podré aprovechar la mañana en Pollença, ponerme después la radioterapia, ir a comer a casa de mis padres y asistir por la tarde a las clases del Ciclo.

Por cierto, estoy encantada con el Ciclo Formativo. Me gustan los profesores, me gusta el contenido de las asignaturas y me gustan mis compañeras. Encima hay días que vas a clase y sales maquillada como una estrella de cine, así que no se puede pedir mucho más (la foto de hoy corresponde justamente al trabajo que hizo ayer una compañera conmigo). Estoy aprendiendo un montón de cosas, que seguramente no me serán de utilidad práctica en mi futura vida profesional, pero siempre he sido de las que han pensado que nunca es tarde para aprender y que todo lo que estudies te va a servir para, como mínimo, crecer como persona. Y todo esto es gratis. La enseñanza pública (igual que la sanidad pública) es en este país un lujazo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Un miércoles de cada tres

Desde el 30 de julio, un miércoles de cada tres se me cerraba el estómago y no podía dejar de pensar en lo que me esperaba a partir del día siguiente. Mi horizonte vital se cifraba en periodos de tres semanas y todo lo programaba en función de ese calendario. Hubo algunos miércoles especialmente duros (el del traslado a mi nueva casa, por ejemplo) y los hubo más llevaderos (cuando volví de Berlín). Eso sí, siempre, siempre, tenía que sobrellevarlos con una sensación de angustia difícilmente descriptible.

Hoy es todo lo contrario. Es mi primer miércoles de esos en los que no temo el jueves que sigue, porque he acabado con la quimioterapia. Mañana no tengo que ir a la clínica ni tengo que pasar el fin de semana en cama, sufriendo y viendo cómo los que me quieren sufren conmigo. No me tendré que volver a poner las inyecciones de Granocyte, que me provocaban hasta taquicardias. El alivio que se siente al haber acabado con lo peor del tratamiento hay que ir asimilándolo poco o poco, de la misma manera en que van remitiendo los peores efectos secundarios del veneno que te meten en vena. Todavía sigo teniendo problemas con los pies, mis ojos siguen estando más secos que el papel de lija y vivo con un moquillo líquido permanente que me ha colocado en alguna situación embarazosa, pero hasta eso va desapareciendo.

Lo más curioso es que ahora recuerdo cada vez menos lo que sentía durante la quimioterapia. Es maravilloso que la memoria sea tan selectiva, especialmente en lo que se refiere a los malos recuerdos. Además, quitando lo que he citado antes y la pérdida del pelo –que un día de estos me empezará a crecer y me picará horrores, ya me lo han dicho- en el cuerpo no quedan rastros ni dolorosos ni visibles del tratamiento, con lo cual una tiende a olvidar lo pasado. Un día de estos releeré lo que he ido escribiendo, pero prometo que ahora no recuerdo cómo fueron las sesiones dos y tres. Sí puedo rememorar la primera con bastante exactitud y me acuerdo de la cuarta como la más terrible. Las últimas, al ser más fáciles de llevar, también las tengo en la memoria. La segunda y la tercera es como si las hubiera borrado ya, como si no las hubiera pasado.

El subconsciente, por su parte, es libre. Conté en una entrada anterior que ahora no puedo soportar el gel ni la loción para el cuerpo que usaba en esos meses. A algunas comidas y bebidas que sigo asociando a la quimioterapia todavía les tengo manía y no sé si recuperaré una relación de normalidad con ellas alguna vez: al té frío le he cogido tirria y creo que nunca podré volver a tomar gazpacho. Algo extrañísimo es lo que me ha pasado con la música: el último CD de Coldplay, que me regalaron en verano y que me encantaba, me produce ahora una especie de rechazo y cada vez que oigo en la radio el “Viva la vida” tengo que cambiar de emisora. Lo otro raro es que asocio mi súper i-pod a los peores días, porque me lo llevaba a la clínica y porque lo escuchaba en casa de mis padres cuando me quedaba a que me cuidaran, y ahora también lo miro con aprensión. Quizás la clave esté en borrar todas las canciones que tengo y hacer una especie de tabula rasa. Ni os penséis que lo voy a regalar: aunque tenga que seguir alguna terapia especial, volveremos a ser amigos.

El resto es fantástico. Encontrarse bien no tiene precio, igual que recuperar la independencia y establecer una rutina. Por las mañanas me levanto muy pronto (tengo un sueño huidizo), estudio o hago los trabajos del Ciclo, almuerzo temprano y me voy a clase, desde las cuatro menos cuarto hasta las nueve y media. Llego a Pollença, ceno, leo algo e intento dormir. Voy recuperando las fuerzas pasito a pasito y tengo la impresión de que, un día de estos, volveré a ser la que era, sólo que mejor, más optimista y con más ganas de disfrutar de todo lo bueno que tiene la vida.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Primer contacto con la radioterapia

Cuando digo primer contacto me refiero solamente a un contacto teórico, porque el martes tuve mi primera visita con el médico que me tiene que poner la radioterapia.

El doctor V. es del modelo supermilikito pero más. No es sólo dulcísimo en el trato, sino que es paciente y te trata como si tuviera todo el tiempo del mundo para explicarte en qué consiste el tratamiento y los posibles efectos secundarios. Además, es muy pedagógico a la hora de explicarse. Físicamente es como un abuelo de cuento, con el pelo y la barba blancos. Lo peor que me llamó fue “preciositat” y me trató tan bien que no puedo dejar de pensar en cómo he mejorado en ese sentido. El Hombre Que Nunca Sonríe no puede ser más seco en el trato; la doctora G. –mi oncóloga- es de trato muy agradable y el doctor V. es afectuoso en extremo. Está bien ir de menos a más. Por otra parte, resulta que tiene una casa en Pollença, adonde cuenta con retirarse, y tenemos conocidos comunes, de los que nos dedicamos a hablar distendidamente un rato. Ya digo: como si no tuviera ninguna prisa.

Después de estudiar el informe que me preparó la oncóloga, utilizó una expresión que yo misma he usado muchas veces durante estos días: “a partir de ahora todo es cuesta abajo”. Añadió que conmigo seguiría el tratamiento estándar en estos casos: primero me van a hacer un TAC para decidir exactamente dónde me van a radiar, después me tatuarán tres puntos que servirán de referencia a la hora de utilizar la máquina y a continuación tendré que ir durante treinta días hábiles hasta completar las treinta sesiones del tratamiento preceptivas. Me dejará descansar los días de fiesta y los fines de semana, con lo cual no acabaré con todo esto hasta seis semanas después de la primera sesión, contando a cinco por semana si la máquina no se estropea, que es algo, por lo que me contó, bastante común. No podré empezar con la radioterapia hasta después del día 13 de diciembre, cuando haga un mes de mi última quimio.Insistió en que no voy a notar absolutamente nada y en que todo esto me va a permitir hacer vida normal. “Vendrás conduciendo tu coche y te irás conduciéndolo igualmente”, concluyó.

Luego llegó el turno de mis dudas. Le pregunté algo tan básico como por qué es necesaria la radioterapia. Supuestamente la quimioterapia sirve para matar cualquier microcélula susceptible de reproducirse, así que no entendía por qué me tenían que radiar después. De forma clara, me explicó que un tal Fischer se dedicó a extirpar el pecho a todas las mujeres con cáncer de mama que trató. Con ello descubrió que el 30% de ellas tenían células cancerosas microscópicas, incluso en casos en los que el tumor tenía los bordes perfectamente respetados (como en mi caso). Resulta, por otra parte, que cuando se interviene quirúrgicamente a alguien, la zona operada tiene problemas de riego a causa de los cortes y por ello la quimioterapia no llega con la misma efectividad a esa parte, justamente la que más lo necesita. Por eso es necesaria la radioterapia, que alcanza lugares donde los sueros quizás no han penetrado con la contundencia deseable. En conclusión, es necesaria y complementaria. Aun así, me ofreció la posibilidad de no ponérmela si no quería y si prefería pensar que no tengo por qué estar en el 30%. En mi caso la estadística juega en contra, así que no me voy a arriesgar.

Si lo pienso, lo extraño es que, hasta ahora, ningún médico de los que me han tratado me había consultado explícitamente sobre si iba a seguir el tratamiento que me proponían. Todos han dado por hecho que lo haría. Alguien me preguntó el otro día si no había vivido todo esto como una pelea. Mi respuesta fue que mi sensación que he tenido es la de estar siendo llevada por una corriente. Sigues porque te arrastran, primero las pruebas diagnósticas, luego las intervenciones quirúrgicas y más tarde la quimioterapia y la radioterapia. Vas haciendo y te dejas llevar.

Desde abril, nunca había tenido un periodo tan largo sin ver a médicos como el de estas semanas. Voy a disfrutar de él tanto como pueda.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Praga

Para hacer sólo una semana de mi última quimioterapia, en el viaje a Praga me he sentido sorprendentemente bien. Las otras veces que había salido de Mallorca había sido en la siguiente semana, justo antes de la siguiente dosis. Esta vez me arriesgué algo más, aunque tenía una especie de seguro adicional: me iba con Cati, que es una enfermera estupenda. Pensé que, si me ocurría algo, ella sabría qué pedir en una farmacia. Menos mal que no me pasó nada, porque me fui sin el informe de la doctora que me llevo a todas partes por si me pongo mal en algún momento y tengo que ir a urgencias a que me den algo.

Una de las cosas que más me preocupaban eran mis pies. Ha sido lo que peor he llevado durante estos meses, hasta el punto de que este verano no podía ponerme ni las sandalias más cómodas que tengo. He tenido los pies hinchadísimos, llenos de ampollas y me dolían hasta las uñas, de las que voy a perder cuatro irremediablemente. Con este panorama, tener que meterlos en mis botas de pelo por dentro, con las plantillas de lana, con calcetines gruesos y medias debajo me parecía una utopía. Está claro que si alguien va a Praga hay que patear la ciudad y si, además, se va en noviembre tiene que llevar calzado bien caliente. Pues bien, mis pies, que al fin y al cabo son parte de mí y por eso les debe de gustar tanto viajar, han decidido comportarse y después de un primer día de aclimatación (se me hincharon aún más a causa de los vuelos) se han portado como campeones y han caminado horas y horas con frío, con lluvia y, los dos últimos días, con mucha nieve.

Ha nevado mucho. El sábado, cuando nos despertamos, estaba empezando y, como no paró en todo el día, cuajó enseguida. Fue el día en que teníamos pensado ir hasta el Castillo de Praga y, al estar más elevado que la Ciudad Vieja, tuvimos unas vistas espectaculares. La nieve, para los que no tenemos que convivir con ella cotidianamente durante seis meses al año, le da a todo otra pátina. Además, hace a invierno. Y lo que yo digo es que, si hay que pasar frío, como mínimo que nieve, que es pintoresco.


No todo ha sido patear la ciudad, de la que no voy a citar lo que vi, porque es lo típico y tópico. Ha habido cultura vespertina, de menos a más. El jueves tocó teatro, el sábado concierto y el domingo ópera. Digo que fuimos de menos a más porque lo del jueves fue la decepción de mi vida. Ahora haré de Abuelo Cebolleta y contaré una anécdota de cuando era joven.

Recuerdo perfectamente la primera vez que fui al teatro. Antes había visto funciones escolares y de club d’esplai, pero la primera vez que fui al teatro de verdad fue con mi clase de 1º de BUP. Nos llevaron al Auditórium de Palma a ver El Teatro Negro de Praga. Yo salí absolutamente transformada de allí, pensando que aquello era lo que quería ver el resto de mi vida. Así que puedo fechar perfectamente mi afición por el hecho teatral. Se entenderá, entonces, que me hiciera tanta ilusión ver teatro negro justamente en Praga. Fuimos al teatro Image, que nos recomendaron en especial entre toda la oferta de ese tipo de representación que se ofrece en la capital checa –como una docena de recintos- y la cosa no pudo ser peor. Hubo mucha pantomima y poquísimo teatro negro. Pero es que la pantomima fue mala con avaricia (en mis clases de teatro no nos dejarían representar algo así ni en primero) y el teatro negro perdía constantemente su magia, al desvelar cuáles son los principios que permiten crear la ilusión. En fin, de pena. Quiero pensar que nos equivocamos de espectáculo y que hay teatro negro digno en Praga.

También para guiris fue el concierto en la iglesia, uno de tantos de los que se ofrecen por toda la ciudad, que se podrían calificar como “música clásica para principiantes”. Mucho mejor fue la ópera, en el Teatro Nacional. Vimos “Las Bodas de Fígaro” en un montaje más que digno y con unos cantantes de esos que hacen creíble su papel. Aunque no fue barato (60 euros la entrada), valió la pena. Después de todo, la ópera aquí es más cara.

Hoy me toca descanso relativo (voy a ir a clase esta tarde) y mañana tengo hora con el médico que me va a poner la radioterapia. Entraré en la tercera fase del tratamiento, que no me dejará moverme de la isla durante cinco semanas. No sé si me va a entrar claustrofobia…

viernes, 21 de noviembre de 2008

Y hoy Wally está en Praga

Ya avisé de que quería celebrar el fin de la quimioterapia a mi manera. Así que estoy en Praga desde ayer, jueves, y me voy a quedar hasta el domingo. Igual que muchos hombres a partir de cierta edad cambian a una mujer de cuarenta por dos de veinte, yo he cambiado el Gran Viaje de todos los veranos por tres más modestos; a saber, Berlín, Dublín y Praga. Ya sé que me tocaba otra ciudad acabada en ~ín, por aquello de la rima, pero Pekin no me apetece mucho y está demasiado lejos, incluso para mí (al final, ha rimado).

Nunca había estado en Praga. Me está pareciendo una ciudad magnífica. Hasta ahora tengo la impresión de que es una bombonera, preciosa por fuera aunque de escasa utilidad. A quién le importa, si hay tantos rincones para fotografiar y tantos edificios para admirar. Hay hordas y hordas de turistas italianos y españoles que han pensado lo mismo, y están invadiendo cada callejuela a pesar de que estemos fuera de temporada.

Los turistas somos de lo más valiente. Da igual que haga un fríoque pela. Si se ha llegado hasta aquí se pasea, caigan chuzos de punta o estemos a diez grados bajo cero. Hoy hasta nos ha caído una especie de aguanieve heladora. Menos mal que he venido equipada como para atravesar el Polo Norte, que si no a ver quién aguanta estas temperaturas.

Como viene siendo habitual, al volver a Mallorca retocaré esta entrada, para corregir todos los acentos pendientes, colgaré alguna fotografía y responderé a todos los comentarios que tengo por ahí pendientes.

martes, 18 de noviembre de 2008

¡Prueba superada!

Hace años, cuando sólo teníamos una cadena y media, había un programa de televisión en el que un sufrido concursante iba enfrentándose a diferentes pruebas por un plató mientras, al mismo tiempo, una voz de ultratumba le iba haciendo preguntas que debía responder. Entonces las pruebas parecían realmente sádicas por su dificultad y maquiavelismo, aunque viendo lo que vino después con el humor amarillo y demás hoy parecerían más propias de los teletubbies que de un concurso que se llamaba “Si lo sé, no vengo”. Cada vez que el participante culminaba uno de esos obstáculos con éxito se oía un “¡Prueba superada!”. Durante la quimioterapia me he repetido muchas veces ese “Si lo sé, no vengo” (como si hubiera tenido otra opción) y las primeras palabras que me vinieron a la mente después del fin de semana tras mi última sesión fueron, justamente: “¡prueba superada!”.

El martes después del último jueves con sueros puedo decir que ha pasado lo peor. Esta mañana ni siquiera he tomado nada de medicación. Lo único que me falta es una inyección de Granocyte. Si me hubiera hecho un poco más la remolona, la doctora me las habría perdonado esta vez. Se lo insinué solamente, y me recomendó continuar con ellas, ya que me habían ayudado a recuperarme rápidamente las otras veces. He preferido no arriesgarme a dejarlas, por si acaso.

Como he venido diciendo en los comentarios, esta vez ha sido tan fácil como la penúltima. El domingo estuve algo peor que el resto de los días, pero ayer salí ya a dar una vuelta. En realidad, fui a comprar un par de cosas que me hacían falta y otras que no necesitaba nada, pero no se puede ir a un centro comercial con el estómago vacío: se acaba comprando un montón de comida que en otras circunstancias no habría pasado por caja.

Ayer llamé a la Clínica M., donde me van a poner la radioterapia, y me querían dar hora para hoy mismo. Como no es cuestión de una semana más o menos, pedí que me la cambiaran para el próximo martes. Necesito descansar, aunque sólo sea mínimamente, del olor a hospital. No sé si le pasa a alguien más. Desde que en El Año el Desastre pasé por el quirófano unas cuantas veces he desarrollado una especie de rechazo visceral a cómo huele esa mezcla tan especial a lejía, desinfectante y medicamento. Al entrar en un recinto sanitario necesito unos segundos para respirar hondo y acostumbrarme. Los pies, sin embargo, me piden salir corriendo. Me pasa hasta cuando voy al oculista. No me queda más remedio que plantarme, entrar y sonreír, aunque poca gente sabe lo que me cuesta.

Un día escuché en la radio un programa en el que mujeres que habían padecido cáncer de mama reclamaban que el cannabis fuese considerado un tratamiento terapéutico para paliar los efectos de la quimioterapia. Una, que lo había utilizado de forma satisfactoria, explicaba que después no hay riesgo de adicción, porque el subconsciente asociaba el olor de la droga a la quimioterapia y rechazaba aquella radicalmente. A mí me está pasando lo mismo: el té frío, prácticamente lo único que bebía en verano, ahora no lo puedo ni ver y un gel y una loción para el cuerpo especiales para pacientes en tratamiento, que me vendieron donde el pelo, me echan para atrás. Sé que los voy a asociar a los sueros indefectiblemente. Si esa es la única secuela que me queda, lo firmo.

Por lo demás, todavía tengo las encías algo hinchadas, los pies como dos sobrasadas, la prótesis capilar fatal (el día del apagón me tocaba arreglo y al no haber luz no me la pudieron lavar y peinar comme il faut) y me noto algo cansada, pero estoy tan, tan contenta de haber acabado con esto que voy a celebrarlo a lo grande. Pronto cuento lo que tengo preparado. Mientras, voy a tomar prestadas las palabras que Almudena Grandes utilizó ayer en su artículo de El País para expresar algo de lo que siento: “Gracias a todos. A los conocidos y a los desconocidos. A los viejos amigos, a los amigos recientes y a los que están por venir. Gracias de corazón, por ser tantos, y por ser tanto”.

viernes, 14 de noviembre de 2008

13 de noviembre de 2008

Ayer tuve la última sesión de quimioterapia. Por cierto, fue para mí la fecha de un aniversario: hacía justo 10 años de mi nefrectomía. Me dio la sensación de cerrar un círculo: mi riñón derecho, mi ovario derecho, mi mama derecha. Otra curiosidad numérica más: empecé la quimio un 31 y la acabé un 13. Si fuera supersticiosa diría que un número capicúa me tiene que dar suerte. Nadie me puede argumentar que el 13 y la buena fortuna no casan: yo aprobé oposiciones un martes 13… Algunos alumnos me han dicho cuando se lo he contado: “sí, sí… ¡buena suerte para ti pero mala para nosotros!”

Parece mentira. Cuando me dijeron que me tendrían que someter a ese tratamiento veía ese final lejanísimo, como si no tuviera que llegar nunca. Y hoy ya estoy en el día después. Todavía no voy a lanzar las campanas al vuelo. Esperaré hasta el lunes, por si acaso el achuchón me aprieta un poco más que la última vez. No tiene por qué ser así, entre otras cosas porque tengo la analítica incluso mejor: menos anemia, mejor hematocrito y valores dentro de rango en muchos otros ítems que no sé interpretar. La enfermera me dijo que he hecho lo que ellas llaman “modelo montaña”, con el pico en la cuarta sesión y una mejoría notable las últimas veces.

La verdad es que ayer me fui a la clínica sin estar convencida del todo de que me enchufaran. Supongo que muchos sufristeis el apagón de hasta siete horas en muchas zonas de Mallorca; los que no tenéis la suerte de vivir en esta isla maravillosa, que se colapsa enterita –y arrastra también a Menorca- por un rayo en una central eléctrica gracias a que aquí la energía sigue siendo un monopolio, seguro que os habréis enterado por las noticias. Pues bien, cuando me tocaba entrar la luz aún no había vuelto. Por suerte, la clínica P. es nueva y cuenta con un grupo electrógeno que lo aguanta casi todo.

Las que ya no aguantan más son mis venas. Hasta ahora no había tenido ningún problema para que me pincharan en el brazo izquierdo (el derecho no lo pueden utilizar por ser el de la mama afectada), pero ayer salí hecha un acerico: lo intentaron en la flexura y me rompieron la vena; después le tocó al lateral de la muñeca, con el mismo resultado; a la tercera fue la vencida, y encontraron una vena en la mano que resistió lo justo. Vamos, una sesión más y no me libro del portacath.

El resto fue como siempre: la analítica previa que ya he comentado, los cinco sueros, la visita de la doctora… La perspectiva de que era el ciclo final lo cambiaba todo: era la última vez y puedo asegurar que no lo voy a echar de menos, por mucho que yo sea una mujer de costumbres. Mi doctora estuvo especialmente cariñosa, alabó el ánimo y la actitud con que lo he afrontado y a Biel –que, para no perder nos buenos hábitos, me vino a buscar- le dijo: “Es toda una campeona”. No me siento así, porque no he hecho nada más que lo que me han dicho que haga, aunque debo reconocer que me gusta que me reconozcan algún mérito que no creo haber demostrado. A todo el mundo le gusta lo que en mallorquín llaman "una ditada de mel".

Ahora empieza la tercera parte, entendiendo que la primera fueron las operaciones y la segunda la quimioterapia. Otra vez debo buscarme la vida: tengo que ir a que me firmen una nueva autorización y después llamar a otra clínica, la M., que es la única que hace los tratamientos de radioterapia en Mallorca. Será allí donde, con el informe que me ha preparado la doctora, decidirán cuántas sesiones serán necesarias. Descansaré unas tres semanas y empezaré entonces con la tostadora y el tratamiento hormonal en pastillas que deberé seguir durante cinco años.

Por cierto, ayer por la tarde vi un ratito un programa de televisión en el que rescataron fragmentos de la entrevista que por la mañana Ana Rosa Quintana le había hecho a Mª Teresa Campos. A esta última la habían sometido a una operación, presuntamente de amigdalitis, hace unas cuantas semanas. Al final, ha resultado ser un cáncer. Sabéis que he manifestado muchas veces, en diferentes cuestiones, que ante la enfermedad todo el mundo afronta lo que se le viene encima como puede y sabéis también que soy profundamente respetuosa con todos aquellos que han decidido cosas que yo no haría. Ahora bien, poniendo por delante mi solidaridad de afectada y mis deseos de pronta recuperación, me indignó que Mª Teresa Campos se negara a pronunciar la palabra cáncer. Y lo dijo así, que no quería que saliera de sus labios. Otra vez el tabú. En su caso me parece especialmente grave, porque es una referencia para muchísimas mujeres de este país, que continuarán uniendo inconscientemente cáncer y muerte si no somos capaces de normalizar la enfermedad. Y esa normalización empieza por ser capaces de llamar a las cosas por su nombre, porque es el lenguaje el que nos da la visión del mundo.

Hablando de lenguaje, dejadme que os pida algo que no tiene nada que ver con todo lo anterior. Mi poeta vivo favorito es Luis García Montero. Seguramente habréis leído que ha sido condenado (injustamente condenado, desde mi punto de vista) por injurias a un compañero de departamento que no hace más que soltar disparates por la boca (que Lorca era fascista, por poner sólo un ejemplo). Me gustaría que firmarais un manifiesto de apoyo, porque es una pena que la universidad pierda a uno de sus mejores profesores. Yo he tenido el enorme placer de asistir a dos conferencias suyas, después de la segunda incluso intercambiamos opiniones sobre la docencia, y puedo decir que es un profesor modélico y una persona de una humanidad demostrable. Si os animáis a dejar constancia de vuestra solidaridad, lo único que tenéis que hacer es enviar un correo a la siguiente dirección: apoyoaluisgarciamontero@gmail.com. No os costará nada, él os lo agradecerá y yo más aún. Gracias anticipadas.

martes, 11 de noviembre de 2008

Cáncer y aspecto físico (II)

Para el ciclo formativo que estoy haciendo, tenemos que hacer una simulación de empresa para final de curso. Yo quiero crear asesoría integral para enfermos de cáncer, que funcionaría como una empresa de servicios al estilo de las que organizan bodas, una especie de enlace entre las afectadas y todos aquellos lugares o todas aquellas personas que pueden ayudarlas a verse mejor. Ya sabéis que, en mi opinión, verte mejor ayuda a recuperarte antes.

Este verano me dijeron que funcionaba una página web de la Asociación Española de Estética Reparadora Integral (www.aeeri.org). Cuando entré, me decepcionó. Básicamente lo que se puede encontrar en ella son dos archivos en PDF (una guía para pacientes oncológicos y otra de hábitos estéticos para niños y adolescentes en tratamiento oncológico) con algunos consejos y unos enlaces con la Asociación Española Contra el Cáncer y con la página de Ángela Navarro, una de las socias fundadoras de la AEERI.

La guía AEERI para pacientes oncológicos es excesivamente general y, además, da algunos consejos con los que no estoy en absoluto de acuerdo. Por ejemplo, desaconseja rotundamente las prótesis capilares fijas como la que yo llevo. No lo acabo de entender. A mí me ha ayudado más verme cada mañana al levantarme con una melena estupenda que algunas terapias que pudiera haber seguido.

Ángela Navarro (www.angelanavarro.net) ofrece un servicio de estética reparadora para tratamientos médicos agresivos en sus dos centros, uno en Madrid y otro en Alicante. Yo estoy pensando en hacer más o menos lo mismo en Mallorca, aunque yendo un poco más allá, porque no me limitaría a ofrecer los servicios de un solo centro (como hace Ángela Navarro que, naturalmente, recomienda sus propios tratamientos) ni me ocuparía tan solo del cuerpo y el rostro. Aprovechando lo que estoy aprendiendo en el Ciclo de Asesoría de Imagen, también ayudaría con la ropa, con el calzado y los complementos e, incluso, con los contactos necesarios para recuperar la forma física tras el cáncer.

Así, mi hipotética empresa tendría en cuenta lo que se puede hacer antes, durante y después de la quimioterapia y/o la radioterapia.

Antes, se pueden microtatuar las cejas y, a veces, también es interesante un curso de automaquillaje (se cambia mucho cuando se sabe hacer uso de la “chapa y pintura” de forma adecuada). También hay que pensar en la cuestión del cabello (ir cortándoselo o preparar la prótesis o la peluca).

Durante el tratamiento, se ofrecerían centros de masajes y fisioterapeutas especializados; además, en esos meses el fondo de armario también tiene que sufrir modificaciones: la ropa anterior suele molestar y contar con una especie de “personal shopper” que nos ayude y nos asesore viéndonos “desde fuera” no es ninguna tontería. No es sólo eso: los pies se hinchan y saber qué zapaterías tienen hormas de anchos especiales es importante, igual que conocer qué corseterías ofrecen sujetadores y prótesis especiales para mujeres que han sufrido masectomías.

Después, mi empresa ofrecería nombres de entrenadores personales (que ayudaran a las afectadas con un plan de puesta en forma física), de dietistas (para quien quiera o necesite recuperar su peso anterior) y de otros servicios de estética más mundanos, como escultura de uñas.

El problema fundamental de todo esto es, como decía una copla popularizada por Lola Flores, el maldito parné. Todo lo que yo he dicho cuesta un buen montón de euros: una peluca decente ronda los 600; una prótesis capilar fija no baja de 1200; un curso de automaquillaje se va a los 200…

sábado, 8 de noviembre de 2008

Cáncer y aspecto físico (I)

¿Es posible que te vean guapa mientras estás en tratamiento de quimioterapia? ¿Es posible verse guapa? La respuesta a la primera pregunta es “rotundamente sí”; respecto a la segunda tengo mis dudas, más que nada porque una ve los rápidos cambios que se operan en su cuerpo y no se acaba de gustar, un poco como les pasa a los adolescentes, a los que les cuesta acostumbrarse a sus nuevas medidas y se van golpeando con las esquinas.

Lo que me ha pasado a mí es los otros me ven mejor de lo que yo me veo. Tanto la gente que sabe por lo que estoy pasando (lo que mi profesor de teatro llama “público comprado”, los familiares y amigos que aplauden al final de la función aunque lo hayas hecho de pena) no deja de repetirme que estoy estupenda. Pero lo que es más extraño es que hay personas que no saben qué me ha ocurrido y que me dicen que me ven muy guapa. El otro día hasta me preguntaron si me había hecho algún tratamiento de cirugía estética. Supongo que es por lo que ya conté: tengo la cara más rellena y las arrugas de expresión más borradas. Por otro lado, ahora no salgo ni a comprar el periódico si no voy arreglada. Encima, ensayo conmigo misma todo lo que estoy aprendiendo en las prácticas del Ciclo de Asesoría de Imagen y creo que mi forma de aplicarme la “chapa y pintura” ha mejorado notablemente. Para mí la diferencia definitiva ha resultado maquillarme (no puedo decir “pintarme”, que mi profesora de prácticas me riñe cada vez que me oye decir eso) las cejas. No las he perdido del todo, aunque se me han quedado más pobres y cortas. Saber cómo pasarme el lápiz para que parezca que las tengo tan tupidas y largas como antes hace que me vea mucho mejor.

Antes de todo esto, yo misma asociaba el cáncer y la quimioterapia a un deterioro físico patente. Para mí, la enfermedad y, sobre todo, el tratamiento iban indisolublemente unidos a un aspecto enfermizo: piel extremadamente pálida, falta de cejas y pestañas, aumento de peso y, claro, el pañuelo o la calva.

No ayuda nada el hecho de que las mujeres famosas afectadas de cáncer de mama desaparezcan de la escena pública durante los meses de la quimioterapia. Es un hecho que, salvo alguna excepción muy extraña, actrices o cantantes comunican que padecen la enfermedad, no vuelven a dar la cara durante el tratamiento, y sólo reaparecen cuando ya han acabado con los sueros y la radioterapia. Es curioso porque, además, suelen salir en las revistas después con la coletilla de “muy recuperada del cáncer de mama que padeció”, pero se nos hurtan imágenes suyas durante el proceso. Por eso yo también pensaba que me esperaban cuatro o cinco meses de reclusión doméstica -realmente creía que durante la quimioterapia la gente no salía de su casa- y de verme fatal cada vez que me enfrentara al espejo.

Pues bien, he descubierto que durante la quimioterapia se puede –y yo diría se debe- salir de casa y, además, se puede salir bien guapetona. Se use pañuelo o peluca, una se puede arreglar, teniendo siempre en cuenta una serie de peculiaridades. No le voy a decir a aconsejar a nadie que no se maquille nunca que lo haga a partir de ahora; sin embargo, yo creo que algo de color en la cara (una base de maquillaje o una crema hidratante con color) ayuda a verse mejor y pienso que eso influye en una recuperación más rápida.

Reflexionar sobre todo esto me ha llevado a una idea que contaré el próximo día que escriba.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Aclaración

Aun sin saberle poner nombre, siempre me ha fascinado el acto comunicativo. Cuando era pequeña, uno de mis juegos favoritos era aquel en el que una primera persona le contaba algo al oído a una segunda, esta a su vez a una tercera y así sucesivamente. Me encantaba comprobar cómo el mensaje original llegaba completamente irreconocible al final, más distorsionado cuanto más larga era la fila de participantes. En teatro hemos hecho actividades basadas en el mismo principio, y nunca deja de sorprenderme cómo muchas veces oímos lo que queremos oír y a eso, además, le añadimos lo que nos parece para que la realidad no nos estropee una buena historia.

Al abrir el blog, una de mis pretensiones fundamentales era que lo que me pasaba llegara a la gente que pudiera estar interesada de forma completamente fiable, sin intermediarios y de primera mano. Justamente porque sé cómo funciona el proceso de transmisión del mensaje, quería que las novedades salieran de mí, para evitar especulaciones y, sobre todo, inexactitudes.

Pues bien, el proceso comunicativo tiene vida propia y, al final, acaba sorprendiendo. ¿Por qué cuento esto? Pues porque hoy he ido al instituto y una de mis compañeras de departamento –que no quiere entrar en el blog por una razón muy concreta y respetable- me ha dicho que una amiga común la ha llamado esta semana muy preocupada por mí, porque la madre de un alumno le ha dicho que ella ha leído aquí que tengo metástasis. ¡Uf! Mi compañera estaba preocupada, aunque tampoco le cuadraba mucho lo que le decían ni con mi aspecto ni con lo que yo le voy contando en persona cuando nos vemos.

Para que no quede duda, y para evitar que el mensaje llegue al final de la fila sin corresponderse con la realidad, lo diré bien claro: no tengo metástasis. Lo conté en su momento, y es muy posible que no me explicara bien y que por eso se haya ido diciendo algo que no era cierto. Hablando en sentido médicamente estricto, tuve metástasis en algunos ganglios, pero ahora estoy limpia como una patena. Es muy normal que el cáncer de mama alcance los ganglios de la axila, que es lo que a mí me pasó. Eso, que también se le llama metástasis, no alcanza ni siquiera la categoría de tumor pequeño. Sólo significa que algunos ganglios tienen algunas células cancerosas. Yo sólo tenía contaminados el centinela (donde drena el tumor) y los tres primeros de los doce que me quitaron en la axila. Cuando le pregunté a El Hombre Que Nunca Sonríe si era posible que las células cancerígenas se saltaran esos ganglios limpios que me quitaron y fueran a los que me quedaban más allá, me dijo que la posibilidad era remotísima. En resumen, después de haberme quitado el tumor y del vaciamiento axilar no tenía –y no tengo- ningún rastro detectable de cáncer en mi cuerpo. Obviamente, siempre puede haber alguna célula rebelde, sola y perdida por ahí, y para acabar con ella me ponen la quimioterapia, sólo por si acaso.

Hoy no quería hablar de esto. Tenía preparada otra entrada, que tendrá que esperar. De verdad de la buena: no tengo metástasis y estoy como una rosa. Tanto que mañana me voy a la feria Nupcial a maquillar y a asesorar a las novias que cometan la temeridad de ponerse en manos de una alumna tan inexperta como yo. Pobrecillas. Casi, casi les voy a recomendar que no se casen. Así todas nos ahorramos sufrimientos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Quinta sesión de quimioterapia

Mi padre habla muy poco, pero cuando lo hace suele tener más razón que un santo. Además, utiliza casi siempre unas frases lapidarias de las que algún día haré una antología (tiene una para que alguien salga de su coche que si no me ha causado un trauma infantil es porque soy un tanque). Entre ellas, usa algunos refranes realmente curiosos que sólo le he oído a él. Su gusto por este tipo de fórmulas hechas le llevó a repetirme, antes de mi penúltima sesión de quimioterapia, que “no hay quinto malo”. Pues esta vez también tenía razón.

De las cinco sesiones que ya llevo, esta ha sido la mejor con diferencia. Es verdad que fui a ponerme los sueros con una analítica ligeramente mejor que la vez anterior. También es cierto que no tenía en el cuerpo la paliza del cambio de piso. Aun así, no acabo de entender una diferencia tan sustancial: nunca había salido de la casa de mis padres antes del miércoles siguiente a la sesión, y esta vez el lunes ya estaba desesperada por que me diera el aire en la cara, así que salí a dar una vuelta y hasta me comí un pa amb oli en un bar de S’Arenal. El martes fui a clase a partir de las cinco y el resto de la semana he hecho “mi” vida normal.

Achaco la mejoría a dos cosas. Por primera vez he estado tomando un protector gástrico antes de la medicación. Cuando le pregunté a la enfermera si podía tomarlo, me miró muy sorprendida y me dijo: “Ah, ¿o no lo estabas tomando hasta ahora? ¿Y te tomabas toda la medicación a pelo? ¡Eres una campeona!”. “Sí, una campeona con el estómago destrozado para siempre”, estuve a punto de contestarle. En fin, que con una pastillita en ayunas no he tenido tantas náuseas ni me ha subido tanto la acidez. Al final va a resultar que las ganas de vomitar no tenían tanto que ver con la quimioterapia como con el cóctel de medicamentos que me estaba tomando para paliar sus efectos.

La segunda razón por la cual creo que todo ha ido mejor esta vez es porque, tras diferentes cambios, por fin ahora han acertado con lo que tenía que tomar después de los sueros: además de mis inyecciones favoritas (las de Granocyte), del protector gástrico y del Emend los tres primeros días, durante cinco días he tomado solamente una pastilla cada ocho horas, Torecán. En su tónica, mi padre ha afirmado “a buenas horas mangas verdes”, pero yo, en la línea de optimismo en la que últimamente me muevo, pienso que si han dado en el clavo ahora, me queda una última sesión que será igual de buena que esta y eso significa que he tenido la medicación paliativa correcta para mí durante un tercio de toda la quimioterapia.

Ya sólo me queda una, la del 13 de noviembre. No me lo puedo creer. Por una parte, estos meses se me han hecho muy largos. Por la otra, se me han pasado más rápidamente de lo que pensaba. Chicos y chicas, esto ya está hecho. Después, sólo tendré que esperar a que me crezca el pelo mientras me ponen la radioterapia. Esa parte está chupada.

jueves, 30 de octubre de 2008

Mi madre responde

En esta entrada, de lo único de lo que soy responsable es de este párrafo. El resto corresponde a lo que mi madre ha escrito y yo me he limitado a transcribir. Son las respuestas a los comentarios tan cariñosos que le dejasteis la semana pasada. Ella os va a dar las gracias; yo no tengo palabras.



Hola, Isabel

Soy la mamá de Toñi. En primer lugar quiero darte la enhorabuena porque ya estás al final del túnel y ya ves la luz. Yo también me he emocionado al leer tu comentario por lo valientes y lo positivas que sois, estando tan agotadas al sacar fuerzas de no sé dónde, porque nadie sabe, si no lo vive, lo duro que es. Ver a una hija en esa situación te parte el alma.

En tu caso, ya te queda menos. A tu mamá, aunque haya sufrido mucho, pronto se le pasará al verte tan guapa y tan fuerte.

Un beso.


Hola, Àngels, guapa

Me alegra que Toñi haya sido una referencia para vosotras. Para mí también lo ha sido, pues yo no tengo la fortaleza que tiene ella, yo soy más débil, demuestro más mis sentimientos y no le hago ningún favor a ella.

Àngels, tutéame, por favor. Al entrar en el blog os considero un poco hijas mías a todas por lo cariñosas y lo buenas personas que demostráis ser.

Besos de los papás de Toñi.


Para la madre de ex alumnos

No creas que no me cueste escribir, pero cuando tienes la sensibilidad a flor de piel, como la tengo yo últimamente, te atreves con todo.

La verdad es que lo he pasado fatal, pues ver sufrir a un hijo es lo más duro de la vida.

Pero de todas las calamidades de la vida, siempre hay cosas positivas como este blog de mi hija, en el que estáis demostrando cuánta humanidad y cuánta buena gente hay en este mundo.

Felicidades por esos dos hijos que tienes, que seguro que serán dos excelentes personas, como su madre.

Un abrazo.


Sabela, guapa

Qué gran persona eres y qué comentarios tan bonitos escribes. Sólo pido una cosa, que si existe otra vida, que no lo creo, pueda plasmar en un papel todo lo que siento con la misma facilidad con que lo haces tú. Es una maravilla leerte.

Gracias por el beso. Yo te lo devuelvo a ti y lo hago extensivo a tu familia, que ya sabes que los quiero mucho.


Para Maria Antònia (Velasco)

Siempre le insisto a mi hija en que pida traslado a Palma y ella me dice que es imposible encontrar un instituto donde esté mejor que en Pollença. Con compañeras tan majas como tú no me extraña que no se quiera mover, aunque os pido ayudo para ver si entre todos le damos un empujoncito y se viene a la capital.

Cuidádmela mucho cuando vuelva a clase, que está deseando.


Hola, Esther

Soy la tía. Como ves, sí que me he atrevido a escribir, porque si tu madre lo hace yo también me atrevo.

Qué gusto y qué alegría me has dado que escribas en el blog de la prima, pues para ella es una inyección de vida para seguir adelante. Ya sólo le queda una sesión de quimio. Pronto estará bien. Para tu boda está muy ilusionada, y ya está haciendo planes. Para eso y para ese bacalao que le va a preparar tu madre. Qué bien lo pasamos en la boda del primo. Pues en la tuya lo pasaremos todavía mejor.

Un beso para todos.

PD: Cualquier día de estos escribe el tío, que ya va a clases de informática.

martes, 28 de octubre de 2008

Cinco apuntes irlandeses

Un país que es capaz de dar escritores de la talla de Samuel Beckett, James Joyce, Iris Murdoch, Oscar Wilde y William Butler Yeats y cuyos autores (autoras en este caso) más vendidos en la actualidad son Cecilia Ahern (muestra de cómo lo más blandito traspasa fronteras y se convierte en un fenómeno, con adaptación cinematográfica incluida) y Marian Keyes (que ha elevado el modelo de Bridget Jones a la categoría de prototipo) tiene que tener, por fuerza, algunas singularidades realmente notorias. Sólo voy a anotar las que, en mis cinco días por La Verde Irlanda, me llamaron más la atención.

Los acantilados de Moher.- Como aterrizamos en Shannon, nuestro recorrido por la isla empezó por allí. Son unas sobrecogedoras paredes de hasta 204 metros de alto. Sin embargo, lo que me pareció más reseñable es que, en aquellos lugares en los que es posible acercarse hasta el borde del precipicio, y, por tanto, saltar, hay placas metálicas con mensajes del tipo: “Siempre hay una última esperanza”, “Puedes llamar durante las 24 horas”… y un número de teléfono. No pocos suicidas deben de elegir un lugar tan impresionante como ese para poner fin a su vida y hay asociaciones de ayuda que lo tienen en cuenta.


Los horarios de las comidas.- Si en España y en otros sitios que recientemente he visitado como Berlín es posible comer casi de todo a cualquier hora, en Irlanda o te espabilas o tienes que llamar al servicio de habitaciones del hotel. ¡Sí! Por primera vez en mi vida lo hice, pero incluso en esa circunstancia tuvimos que cenar lo que ellos quisieron, porque no les quedaban nada más que dos platos. A partir de las 14 o de las 20 horas es prácticamente imposible encontrar una cocina abierta.

Los pubs.- Sin duda las estadísticas que afirman que España es el país del mundo con más bares por habitante no han tenido en cuenta los que hay en Irlanda. No es sólo la conocidísima zona del Temple Bar en Dublín sino que en cualquier rincón bucólico, al abrigo de un castillo reconvertido en atracción turística se ven establecimientos como el Durty Nelly’s, que visitamos buscando algo de comer, sin éxito. Como llamativo quiero señalar que allí sí se aplica la directiva antitabaco y que la gente bebe una pinta de cerveza negra tras otras sin encender un cigarrillo. Ellos sí que han sabido cómo hacerlo sin traumas ni revueltas sociales. A ver cuándo se copia aquí.


La esquizofrenia.- Ya lo señalé de Alemania, pero en Irlanda el silencio es patente en los pubs, en los restaurantes, en los hoteles, incluso en la calle… Aunque basta una celebración para que la gente se desate y nos ofrezca una cara bien distinta. En el avión de vuelta vinimos con una despedida de soltera; eran como diez chicas jovencísimas y dos mujeres maduritas, las que imaginé como la madre y la suegra de la futura esposa. Ya subieron al avión vestidas de una forma bien curiosa: todas de negro, algunas en tirantes con el frío que hacía, con unas bandas como de miss cruzadas sobre el torso y sombreros de lentejuelas morados, a juego. Pues nos dieron el vuelo. No es sólo que estuvieran cantando y gritando durante dos horas, es que hasta llevaban un megáfono para acompañarse. Unos pasajeros se encararon con ellas y la cosa estuvo a punto de llegar a las manos ante la pasividad de las azafatas, prácticamente de la misma edad que las celebrantes y, en mi opinión, con su misma preparación para moverse por el mundo.

Dublín.- A ver, ¿cuántos habitantes hay en Dublín? ¿Un millón doscientos mil? ¡Pues estaban todos paseándose por las mismas calles el sábado! Fue un poco agobiante moverse entre toda la marea humana que parecía haberse puesto de acuerdo en salir de compras. Por cierto, es una de las pocas capitales donde no vimos marcas de ropa españolas. O allí no ha llegado la globalización o el gusto de las irlandesas difiere bastante del nuestro a la hora de vestir. Va a ser esto último, porque hay que ver los modelitos con los que la mayoría se atreve a salir de casa.

Una vez leídos estos apuntes, me he dado cuenta de que parece que Irlanda no me haya gustado y no es así, en absoluto. Sólo quería señalar cinco aspectos curiosos y alejarme de las descripciones turísticas, que para eso hay unas guías de viaje estupendas. Si habéis visitado la Isla Esmeralda, contadme vuestras impresiones.

viernes, 24 de octubre de 2008

Esperando el penúltimo achuchón

En realidad, estoy firmemente convencida de que este será el último achuchón de verdad, porque estaré tan contenta de acabar con las seis sesiones que creo que ni me enteraré de los efectos secundarios de lo que me pongan el día 13 de noviembre.

Ayer fui, pues, a que me quemaran las venas y todo lo demás por quinta vez. Resulta que tenía la analítica ligeramente mejor que la vez anterior: he mejorado algo de la anemia y, además, me ha subido el hematocrito (un puntito escaso, tampoco es como para tirar cohetes). Yo lo achaco a la ternera inglesa y, sobre todo, a los full Irish breakfast de hotel que tanto me gustaron: huevos fritos o revueltos, un bacon que se parecía más al lomo que a otra cosa, tomate, champiñones y lo que allí llaman black pudding y que resulta ser lo más similar a la morcilla que se ha visto fuera de Burgos. A eso, por supuesto, hay que añadir su té bien cargado, sus tostadas con mantequilla y mermelada de naranja amarga y la fruta y la repostería fina que quepa en el cuerpo de una. Y en el mío cabe mucho, creedme. Hasta ahora, que tengo el estómago cerrado y me sube la náusea, se me hace la boca agua.

Y si el otro día conté los efectos positivos de la quimioterapia, hoy, aprovechando la coyuntura, voy a contar lo que yo siento y los efectos secundarios que he ido padeciendo durante las palizas que ya llevo. La lista se resume en:

  • Mareos
  • Náuseas
  • Alopecia
  • Hinchazón y aumento de peso
  • Diarrea y estreñimiento
  • Sequedad general (piel, ojos, boca)
  • Cansancio (al principio, agotamiento)
  • Hipersensibilidad a los olores y a los ruidos
  • Hemorragias
  • Febrícula
  • Gusto metálico
  • Moquillo (muy líquido, las dos semanas después de los sueros)
  • Llagas en la boca
  • Ampollas en los pies
  • Ardor de estómago
  • Dolor de huesos
  • Insomnio
  • Uñas negras (voy a perder tres de los pies)
  • Apetito irregular (nulo al principio y canino después del tercer día)
  • Sofocos (por la falta repentina de la menstruación)

Salvo error u omisión, eso es lo que me ha ido pasando. Vuelvo a insistir en que lo terrible ha sido siempre la primera semana, sobre todo a partir de las 48 horas de los sueros; lo paso fatal el sábado y el domingo. Luego voy mejorando y el jueves estoy entrando en lo que se puede clasificar de forma aceptable. A los diez días ya hago prácticamente de todo y una semana antes de la nueva sesión soy casi la de antes. Ahora bien, el día antes de la nueva quimio se me cierra el estómago y empiezo a pensar qué pereza, otra vez… ¡Pero ya sólo me queda un día de esos! Me hizo tanta ilusión ver ayer mi protocolo con todas las fechas completas (me han ido anotando cada vez que iba la de la próxima vez) que casi beso a las enfermeras. Se lo merecerían porque son, todas, un modelo de sensibilidad.

Lo que es cierto es que nunca volveré a ver los jueves de la misma forma.

martes, 21 de octubre de 2008

La Buena Vida

Esto es una declaración de principios: soy alérgica a los libros de autoayuda. Como ciertamente tienen mala fama entre un grupo nutrido de personas, ahora se les llama de crecimiento personal. Son el mismo perro con distinto collar. Cambiándole el nombre a la cosa, la cosa no deja de ser lo que era. Ya lo anunció Shakespeare con la rosa y los Montesco.

No sé si a los otros afectados les pasa, pero a mí, desde que me diagnosticaron el cáncer, todo el mundo que lee algo me recomienda libros de esos. O no me conocen bien o piensan que la enfermedad ha podido cambiar mis gustos literarios. En especial hay uno, que se llama El Secreto, que me ha llegado por una decena de vías. No me apetece nada, pero estoy por leerlo sólo para que nadie más me lo recomiende vivamente.

Aun así, y para que no se me acuse de taxativa, toda regla tiene su excepción. He acabado de leer La Buena Vida, de Álex Rovira, y lo he hecho por dos razones fundamentales. La primera es que es un autor al que sigo habitualmente en el suplemento dominical de El País, y no me desagrada. No está en El Olimpo de mis favoritos como Javier Marías –lo primero que leo- y Almudena Grandes -a la que echo de menos la semana en que no publica-, pero lo que dice me parece coherente y nada esotérico. La segunda razón, la fundamental para haber comprado el libro, es que me lo recomendó Joan Forcades, el hombre que me descubrió a Camilleri, y, desde entonces, mi gurú en cuestiones literarias. Si Forqui me dice que lea algo, corro a la librería. Con él soy una chica así de fácil, qué se le va a hacer.

Si la pregunta es qué me ha parecido el libro la respuesta es que ofrece una visión de las cosas sencilla, de sentido común, que se acerca bastante a mi punto de vista. No hay en La Buena Vida fuerzas espirituales, ni comunión con la naturaleza, ni pociones mágicas. El título puede resultar algo engañoso y, por ello, enseguida el autor se encarga de aclararnos la cuestión. La Buena Vida no es vivir sin dar golpe ni tener mucho dinero. La Buena Vida es “la suma de actitudes con las que decidimos vivirla y entregarnos a ella; es, en consecuencia, el resultado del cultivo de las actitudes positivas que podemos elegir en un ejercicio voluntario y de consciencia y, por ende, es la acción que se desprende natural y coherentemente de ellas”.

El libro captó mi atención de forma irremisible porque ya en el primer capítulo Álex Rovira afirma que tiene la costumbre de preguntarles a sus amigos o conocidos si se consideran personas con buena o con mala suerte. Dice que, curiosamente, entre la amplia mayoría que se declaran personas con buena suerte ha habido circunstancias difíciles, llenas de momentos penosos; son, sin embargo, personas que consideran que esas arduas experiencias les han servido para aprender, para relativizar, para soltar, y, lejos de resignarse, decidieron asumir la experiencia vivida como un activo que les permitió cambiar y, por extraño que pueda parecer, por ello están agradecidos. Después de leer eso pensé: “¡Anda, es exactamente lo que yo creo!”

He dicho ya muchas veces en este blog, antes incluso de leer a Rovira, que me considero, a pesar de todo, una persona afortunada. Lo soy. Soy afortunada porque me encontraron el tumor a tiempo, porque tengo la fortaleza física y mental para sobreponerme a lo que me ha venido, porque me siento respaldada por muchísima gente que me quiere y que me lo demuestra, porque trabajo y he trabajado con un material humano excepcional y por tantas otras cosas que pasarme el día lamentándome porque me haya tocado la lotería inversa sería una pérdida absurda de tiempo y de energía.

La Buena Vida desarrolla estas y otras cuestiones. No quiero alargarme más y por eso sólo he dibujado algunas pinceladas del inicio, aunque el resto del libro me ha parecido igualmente interesante.

Y, last but not least (se nota que he estado en Irlanda, ¿eh?), Álex Rovira tiene el acierto de abrir La Buena Vida con uno de mis poemas favoritos: "Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo. A Isabel, a Àngels y a otras afectadas que me lean les quiero dedicar sólo una estrofa: “Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino nunca digas / no puedo más y aquí me quedo”. Un beso muy fuerte y muy especial para todas y, en estos días, sobre todo para Lola.


sábado, 18 de octubre de 2008

Greetings from Dublin!

Mi madre siempre me dice que soy un pingo, y algo de razón debe de tener. Vivo con la maleta permanente hecha y deseando tomar el primer avión que despegue.

Aprovechando la semana buena (mi tiempo ahora se divide en ciclos de tres semanas: una mala, una regular y una buena) y unos precios ridículos en vuelos directos entre Mallorca e Irlanda, me he plantado en la otra isla para pasar un fin de semana largo. Merece la pena viajar fuera de la temporada alta. Tanto los vuelos como el coche de alquiler y los hoteles tienen unos precios rebajadísimos en comparacion con los del verano. Eso sí, Irlanda me está pareciendo carísima, mucho más de lo que me esperaba. Comer y beber es prohibitivo, incluso en los sitios menos con menos glamour. O los irlandeses tienen sueldos ingleses o no lo entiendo.

De momento he visto acantilados, castillos, campiña y algo de Dublín. Todo es muy bonito y muy verde. El tiempo se está comportando, así que no se puede pedir mucho más.

En cuanto vuelva a casa contaré mis experiencias con algo más de detalle y colgaré alguna foto. Ahora me estoy quedando sin monedas: cada ocho minutos de conexión, un euro. No es mal negocio poner aquí un cibercafé. Saludos para todos desde la verde Irlanda.

viernes, 17 de octubre de 2008

Lo que la quimioterapia tiene de bueno

Alguno que lea lo que viene a continuación seguro que pensará que he perdido el oremus, pero puesta a ser positiva voy a subrayar algunos aspectos beneficiosos de la quimioterapia. Obviando lo obvio (que el tratamiento mata cualquier célula cancerosa que pueda estar dando vueltas por ahí, así que salva vidas), después de cuatro sesiones puedo afirmar que hay ciertos aspectos, externos o no, que mejoran con los sueros.

En primer lugar, no se tiene un pelo de tonta (ni de lista, claro, aunque esa no es la cuestión). Lo que en la cabeza es un drama, en el resto del cuerpo es una maravilla. No hay que soportar los tirones de la cera, ni arriesgarse a ser achicharrada con láser, ni sufrir por hacerse las ingles brasileñas. Durante meses, se tiene la piel limpia de vello, suavecita como la de un bebé. A todo ello hay que sumar el ahorro, tanto en peluquería como en depilación, especialmente reseñable en tiempos de crisis.

Por lo que respecta al cabello, no se me negará que no es práctico salir de la ducha ya arreglada. Luego, cuando crece, llevarlo bien cortito debe de ser tan cómodo que hay afectadas que se acostumbran y simplemente ya no se lo dejan largo. Para las que somos seres pegados a un secador y a una plancha de pelo, la diferencia tiene que ser más que sustancial.

En segundo lugar, el cutis está estupendo. Sí, sí, de verdad. Al tener la piel más seca, no hay rastro de los brillos que afean las pieles grasas o la zona “T” de las mixtas (¿Se nota que ya voy poniendo en práctica lo que estoy aprendiendo en el ciclo de asesoría de imagen?). Además, como consecuencia de lo ya dicho, no sale ni un grano o, como mínimo, yo no he tenido ninguno. Y al hacer ganar algo de peso, la medicación produce asimismo un verdadero efecto “rellenador de arrugas” con el cual se borran algunas líneas de expresión sin tener que recurrir al bótox. A mí me dicen que estoy muy guapa, incluso personas que no saben que he padecido un cáncer, así que algo se debe de notar.

En tercer lugar, la menstruación desaparece en prácticamente todas las mujeres en tratamiento tras dos o tres tandas. Eso significa muchas incomodidades evitadas y menos dolores de ovarios y esas cosas que a nosotras nos hacen tan poca gracia, por más que los anuncios de compresas dibujen “esos días” con todos los colores del arco iris.

Finalmente, si alguien tiene una sesión cuando está resfriado, descubrirá que, a la mañana siguiente, el constipado habrá desaparecido como por arte de magia. Ignoro si pasa con otras dolencias, aunque yo diría que es posible. Supongo que por arrasar, la quimioterapia arrasa con todo.

En definitiva, que de todo lo malo sale algo bueno. Ya sé que se me puede decir que los efectos negativos son más y muchísimo peores, pero hoy no tocaba hablar de miserias humanas. Con esta luna llena que nos alumbra no vamos a pensar en cosas malas.

martes, 14 de octubre de 2008

Cáncer y adopción

Viendo el otro día un programa de televisión me enteré de una cosa que me dejó de piedra.

Resulta que si una mujer ha tenido un cáncer no puede adoptar un niño. Tomando con todas las reservas del mundo esos reportajes de investigación (el programa era uno de esos de Mercedes-Gran Hermano-es-un-experimento-sociológico-Milà), por lo visto las autoridades españolas no dan el certificado de idoneidad necesario para empezar los trámites de adopción internacional con el argumento de que no se pueden arriesgar a que un menor que ya ha perdido una madre pierda otra. Un responsable de una agencia de adopción de la Comunidad de Madrid lo afirmó sin sonrojarse ante las cámaras. De hecho, una mujer contó que, cuando le hicieron la entrevista, en el mismo momento en que dijo que había padecido un cáncer, las asistentas sociales que la entrevistaban se miraron y le dijeron algo así como “vamos a continuar con las preguntas, pero son inútiles porque el resultado va a ser negativo, usted nunca tendrá el certificado de idoneidad”.

Yo no he sido llamada a la senda de la maternidad. Muchas veces pienso que cuando se repartió el instinto maternal alguien se quedó con el que me tocaba a mí. Sé que decir esto es ser muy poco políticamente correcto, pero no me gustan los niños así, en general, igual que no me gustan los castellano-manchegos en bloque ni los pintores de fachadas como conjunto, por poner sólo dos ejemplos. De la misma manera que he conocido a conquenses estupendos y a toledanos con los que no cruzaría ni los buenos días, hay niños que me encantan y otros que me horrorizan, y nada más lejos de mi intención que adoptar una criatura. Vivo demasiado bien como para meterme en semejante lío, por más que mi madre me insista con lo de la chinita. Digo esto para que quede bien claro que la indignación que me provocó el reportaje no tiene nada que ver con ningún deseo personal por mi parte. Es una cuestión de justicia y de solidaridad con las afectadas.

Si alguien lo sabe con certeza, me gustaría que me dijera si es una norma de aplicación general o si solamente la sigue alguna agencia de adopción concreta. Si se aplica de forma global, en teoría porque la esperanza de vida de una enferma de cáncer es menor, quiero suponer que los asistentes sociales tampoco dan el necesario certificado a aquellas parejas en las que alguno de los miembros fume –o haya fumado-, beba –o haya bebido- o consuma grasas saturadas, conductas de riesgo que acortan la vida con total seguridad.

En caso de que lo que se contó en televisión sea cierto, me preguntó por qué alguien, como el Defensor del Pueblo, o institución tipo Asociación Española Contra el Cáncer, no ha tomado cartas en el asunto. Para muchas mujeres que han sufrido un cáncer, que desean ser madres y que en muchos casos no pueden serlo como consecuencia de los tratamientos para la enfermedad, la única oportunidad que existe es la adopción. Me parece innecesariamente cruel que se les cierre esa puerta, como si ya no hubieran sufrido bastante.

domingo, 12 de octubre de 2008

La vida es puro teatro

Como casi todos los sábados desde hace un año, ayer por la mañana fui a clase de teatro en la Escola d’Arts EscèNiques, conocida familiarmente como Teatre Sans.
Fue mi primera clase del segundo curso de un total de tres. En realidad tendría que haber ido de nueve a dos, pero durante unos meses me voy a saltar la primera clase, la de expresión corporal, porque no tengo fuerzas como para afrontar el esfuerzo físico que supone esa hora y media. Sí fui a la clase de voz (con M., mi primer profesor de teatro, un mago de la interpretación y un crack a la hora de transmitir sus conocimientos, lo que es todavía más difícil) y a la de interpretación. No es que hiciéramos algo agotador, aunque después de comer necesité una siesta kilométrica para recuperarme.
Disfruto muchísimo con las clases de teatro. Lo que menos me gusta es que están muy encaminadas a la preparación de actores y a mí, en realidad, interpretar es lo que menos me gusta. He visto a mis compañeros después de las actuaciones que hemos hecho y yo no vivo el subidón que ellos experimentan. Al terminar, siempre me viene a la mente la expresión mallorquina de feina feta, del deber cumplido, intento que de forma digna, mientras que ellos utilizan todo tipo de expresiones superlativas que me hacen pensar que juego en otra división.
A mí lo que en verdad me gusta es el montaje de la obra, el proceso mediante el cual un texto se convierte en otra cosa, en un espectáculo dramático. El curso pasado fui responsable de uno con mi grupo de alumnos de tercero y, al principio, yo tenía una idea de la obra que se fue transformando en otra por completo diferente sin que no me diera mucha cuenta de ello. Lo único que quedó de la idea original fue el texto.
Si encontrara otro tipo de estudios que se ciñeran más a la dirección los seguiría. Cuando sea mayor quiero ser dos cosas: escritora de guías de viaje (recorrer un país durante un año o dos, visitando todo tipo de hoteles, comiendo en cientos de restaurantes y que te paguen por contarlo por escrito es lo más cercano al paraíso que se me ocurre) o directora de teatro.
Otro aliciente para continuar con las clases de interpretación son mis compañeros. Todos juntos resultamos un grupo de lo más heterogéneo –con mayoría absoluta de mujeres, como en casi todos los sitios donde se hace algo pedagógico de forma voluntaria- y eso es una suerte. Ahora nos llevamos más que bien, pero no siempre fue así. Hubo un momento, a finales de octubre del año pasado, donde pensé que lo dejaría, porque se vivía una rivalidad que yo no entendía. Después, las cosas y las personas se fueron poniendo suavemente en su lugar y acabamos en junio como una maquinaria bien engrasada. En la fiesta de final de curso hicimos un show del que quizás en algún momento cuelgue algo en el blog: desde parodias de Rocío Jurando cantando “Como una ola”, interrumpida por un buzo y un socorrista, hasta un informativo conducido por una réplica de Usun Yoon, pasando por Bollywood. Antológico. Nos reímos tanto que acabamos con la máscara de pestañas por las rodillas. Practicar teatro en cualquiera de sus modalidades es un ejercicio que recomiendo vivamente.
La foto de hoy corresponde a la improvisación del final del primer trimestre. Los tres hombretones del fondo son, siempre de izquierda a derecha, Miquel, Xisco y Lluc; las guapas chicas que están de pie son Aurora, Pilar, Jeroni, Maria, Conchita, Cris y Mireia; y, agachadas, nos encontramos Asun, Xisca, Lucía y yo (en el papel de una ex monja que ya quisiera para sí Almodóvar, que nadie que no me conozca piense que voy vestida así habitualmente).


miércoles, 8 de octubre de 2008

El don de la oportunidad

El viernes, antes de la 4ª sesión de quimioterapia, fui al teatro. Sí, ya sé que no es nada especialmente reseñable pensando que procuro ver todo lo que puedo. El problema es que vi Molts records per a Ivanov y, al igual que me pasó con la última película de Isabel Coixet, mi elección no pudo ser más inoportuna. Por si acaso se repone y alguien tiene intención de ir a verla, sugiero que se salte el párrafo que sigue, porque voy a contar tanto de la obra que la voy a destripar irremediablemente.

El argumento trata básicamente de la relación que mantienen, entre sí y con un amigo, una pareja de mediana edad; él, escritor comprometido y desengañado de los ideales de mayo del 68, se apoya en su mujer, actriz. Ambos son pequeño burgueses de manual: cultos, leídos, irónicos, cómplices… A ella –y aquí viene el meollo de la cuestión y en momento en que me empiezo a remover en la butaca- le detectan un cáncer. En una pantalla que ocupa buena parte de la escena se ven proyectadas imágenes que me resultan muy familiares: las pruebas, los médicos, los sueros de la quimioterapia… Ella reaparece con su pañuelo, los espectadores asisten a su deterioro físico y yo ya hago esfuerzos para tragar saliva con el nudo que se me ha formado en la garganta. Ella muere y yo ya lloro a moco tendido.

No hace falta decir que yo no sabía cuál era el argumento de la obra. No soy tan masoquista como para ir a verla sabiéndolo, pero igual que cuando alguien está embarazada sólo ve mujeres encinta por la calle, últimamente me doy de bruces con el cáncer más a menudo que nunca.

Lo que más me extrañó en el comportamiento de la protagonista es que ella no quería saber en qué estadio se encontraba su enfermedad. Delegó en su marido y este, a su vez, en el mejor amigo de ambos, de forma que ella no tomaba ninguna decisión sobre su tratamiento. Me pareció un poco incoherente con su forma de ser. Como mínimo, yo no lo entendí. ¿Es posible que alguien como ella no quiera saber si va a vivir o no, si el tratamiento da resultado, si merece la pena volverse a someter a la tortura de la quimioterapia para alargar unos meses su vida? Estos días he recordado que alguna cantante muy famosa y su marido también declararon no querer saber nada, y dejaron el peso de las decisiones en manos de sus hijos.

Hace poco, también, tuve una conversación con un amigo cuya suegra padece un cáncer. A ella no le han dicho lo que tiene, aun a pesar de que le están poniendo quimioterapia, con portacat incluido. Toda la familia se ha conjurado para ocultárselo. Ella ha preguntado a su hija, directamente, si tiene cáncer, y la respuesta ha sido que claro que no. Ahora la pobre mujer no entiende por qué se le cae el pelo ni por qué tiene que someterse a un tratamiento tan agresivo, si en teoría tiene una enfermedad menor. Hablando con mi amigo yo le dije que era partidaria de decírselo; resultó que él era del mismo parecer, aunque no así sus hijos que son los que, por lo que se ve, tienen la decisión final.

Son dos casos diferentes que, en mi opinión, tienen algo en común: el derecho de los enfermos de cáncer a saber. En el caso de la obra de teatro, ella renuncia expresamente a ser informada. En el segundo, la familia ha decidido por la enferma. Se puede argumentar que para qué preocupar innecesariamente a una persona de cierta edad, pero yo pienso en casos como el de Paul Newman que, a sus ochenta y tres años, decidió salir del hospital, suspender cualquier tratamiento, y morir en su casa. En mis circunstancias, yo quiero saber; en otras, quién sabe…

sábado, 4 de octubre de 2008

Casi me libro de la 4ª sesión de quimioterapia

El jueves estuvieron a puntito de no envenenarme. Llegué a la clínica moqueando a más no poder y con bastante dolor de garganta. La enfermera me caló enseguida, lo cual no era muy difícil porque llevaba la nariz como un tomate en sazón, y me dijo que a lo mejor tendríamos que dejarlo para otro día. Me sentí como cuando me aplazaban un examen importante para el que había estudiado mucho, aunque no lo suficiente: al alivio inicial se unía el pensar que después sería peor, que de todas formas tendría que volver a repasar y seguiría estando insegura.

La analítica lo iba a decidir todo. Esta vez me pincharon en la mano (van variando para no castigarme demasiado una misma vena y que haya que recurrir al portacat) y cuando vino la doctora, al segundo interrogatorio del día, después del que fui sometida por la enfermera (siempre es igual, pero en este caso no hay poli bueno y poli malo; aquí los dos polis son un cielo), me dijo que había que esperar al resultado de la analítica.

Cuando llegó, me confirmaron que podían ponerme la quimioterapia porque lo que tenía era vírico. Estuvimos comentando los otros resultados: tengo el hematocrito a 30 y, además, ya tengo anemia; mejor dicho, por primera vez en mi vida tengo anemia. Por ello la doctora se interesó mucho por cómo me encontraba de cansada y le dije la verdad: que lo estaba, pero que lo achacaba más al trajín del traslado y al inicio de las clases, que me impiden disfrutar de mis diez (o cien, dependiendo del caso) minutitos de siesta diarios. En este ciclo no, pero en el que me pondrán en tres semanas, ya está anotado el EPO en mi protocolo. Por fin podré ser deportista de élite; me iba a decantar por el ciclismo pero, en vista de que todavía no tengo mampara en la ducha de mi nueva casa y de que mi baño se convierte en una piscina olímpica cada vez que me aseo, quizás me decida finalmente por la natación sincronizada y sus bañadores de lucecitas.

El resto de la tarde y de la noche transcurrieron sin novedades (un ligero mareíllo, una náusea soportable…) y por la mañana, al despertar, ¡milagro! ¡Ni rastro del resfriado que me había hecho gastar, literalmente, tres paquetes de pañuelos de papel el día anterior! Fue tan radical que mi padre que, pobrecito, tiene un catarro cogido al pecho que asusta, dijo “voy a ir a que me pongan a mí también quimioterapia, a ver si me curo”. O la quimio ha matado al virus o los otros síntomas se han superpuesto y lo tapan.

Ayer pasé un día aceptable, sobre todo porque quedé con la doctora en que el Granocyte –las inyecciones para regenerar la médula ósea que me gustan tan poco y que me sientan tan mal que ya circula una frase hecha por mi casa: “la quimio me mata, pero el Granocyte me remata”- me lo pondría por la noche, justo antes de ir a dormir y, después, me tomaría un somnífero. Ha sido mano de santo: he dormido del tirón, desde las 11 hasta las 7:30, cuando un mosquito, que no se ha enterado de que ya no es verano, se ha puesto a zumbar en mi oído y me ha despertado.

Hay algo que tengo que decir: soy una farmacia ambulante; tomo tantas medicinas cada día que, si me hacen un test de sangre en un control policial, rompo la máquina. Empiezo el día con la pastilla para controlar mi hipotiroidismo (esa es fija desde hace doce años), continúo con la que tomo para no vomitar, Emend; después le sigue un Gelocatil de 1 mg, que la doctora ha dejado pautado cada 8 horas me duela algo o no; ya de noche llega mi favorito, el Granocyte, y la pastilla para dormir. A todo esto, si tengo náuseas más fuertes, me puedo tomar un Primperan antes de comer y de cenar y un Almax si me sube mucha acidez. ¿Qué, no es como para montar una farmacia?

Ahora, sábado por la mañana, no me encuentro demasiado mal. Estoy esperando el golpe fuerte, que sé que llegará esta tarde o mañana, pero ya será el antepenúltimo. Ya estoy en el tiempo de descuento: 3, 2, 1…

viernes, 3 de octubre de 2008

Ponerle puertas al campo


Esta noche Garci y Joan Ramon presentan el libro El camí de Ternelles. Història, natura, problemàtica, tancament i excursions per un paratge inolvidable. Yo he tenido el privilegio de conocer el texto casi en primicia y por eso puedo asegurar que es más que recomendable.

Desafortunadamente, no voy a poder ir al acto de presentación aunque estaré con ellos con el pensamiento desde la distancia. Desde aquí me gustaría hacerles saber, a ellos y a los que no todavía no conozcan el opúsculo, que su iniciativa es, además de acertada, necesaria. Es una vergüenza que uno de los parajes más hermosos de la isla siga siendo la finca de recreo particular de una sola familia -en realidad de una sola persona, a la que encima se le sigue dedicando el título honorífico de La Senyora, cuando yo creo que el señorío tendría que demostrarlo cumpliendo con la ley-, de cuya voluntad depende que te abran o no la barrera que impide el paso al camí de Ternelles y el Castell del Rei. A esa persona le da igual que haya sentencias en firme que confirman que el camino es público a todos los efectos, porque ella se pasa la legalidad por el forro de sus millones.

Las fotos que acompañan estas letras las tomé el pasado mes de febrero (antes del diagnóstico; visto ahora me parece que era otra vida). Para la excursión, intenté primero el cauce oficial: un número de teléfono de la Banca March. Obviamente, no me dieron autorización para pasar. Pusieron la excusa de que pasaba no sé qué con los ferrerets, y que los excursionistas los molestaban. Bastante mosqueada, intenté la otra vía: la extraoficial, también conocida como enchufismo. Alguien que conozco fue a ver al guarda de la barrera y todo se solucionó. Pudimos pasar sin ningún problema. Se ve que ya no molestábamos a los ferrerets, igual que no lo hacían los dos jeeps de cazadores con los que nos cruzamos o, peor aún, los quads de palmesanos con los que coincidimos al pie del Castell del Rei. Por cierto, uno de estos domingueros de libro, cuando comprobó que había una cadena que impedía entrar en el recinto del castillo, comentó “¡pues vaya rollo haber venido hasta aquí para nada!” ¡Para nada! ¡Si hay poquísimos caminos y poquísimas vistas tan espectaculares en Mallorca! ¡Como si el camino no fuera en sí mismo ya la mayor recompensa! Y a ese tipo de gente, con nula sensibilidad ecológico-naturalista o como se le quiera decir, se le había abierto la muralla, para que mancillara a gusto el lugar con el estrépito de los motores de sus vehículos, supongo que porque conocían a alguien que conocía a alguien.

Me molesta que las cosas funcionen así y por eso son tan loables iniciativas como la que ha motivado esa entrada o como la labor que realizan los defensores de los caminos públicos de Mallorca. Se dice que no se le pueden poner puertas al campo, pero cuatro propietarios desaprensivos lo intentan. Si no se denuncian sus actuaciones y nos ponemos manos a la obra, lo conseguirán.