jueves, 31 de julio de 2008

Primera sesión de quimioterapia, o cómo te llenan el cuerpo de armas de destrucción masiva

Antes de empezar con mi peripecia de doy, quiero dar las gracias a todos los que habéis entrado o participado en el blog. Sois estupendos y hacéis que sienta querida, acompañada, apreciada, apoyada… No sé si de todo esto saldrán algunas cosas buenas, pero una sí, que ya la había intuido y ahora está más que confirmada: estoy rodeada de gente magnífica. Soy una afortunada.

Como no he acabado de contar la historia (continuará e irá alternándose con el día a día), no había dicho que me tenían que poner quimioterapia. Van a ser seis sesiones, una cada tres semanas, y hoy me han puesto la primera. Ayer empecé a tomar un medicamento profiláctico, fortecortín, que prepara para las armas de destrucción masiva que componen la quimioterapia. La oncóloga me ha dicho cada vez que me ha visto que el tratamiento lo mata todo, lo malo y lo bueno. Da rabia pensarlo, porque yo he entrado esta tarde con unos análisis de sangre impecables, sin ningún marcador tumoral positivo, sintiéndome y sabiéndome completamente limpia del cáncer, y en poco tiempo estaré hecha un trapo, pero si es necesario, lo es, y si hay que ir, se va.

Hace apenas un par de meses yo era una ignoranta (¡toma, ministra!) en estos temas y pensaba que eso de la quimio consistía en un suero y ya está. Nada más lejos de la realidad: de los siete medicamentos diferentes me han puesto, tres son para preparar las venas y prevenir efectos secundarios, otros tres son los propiamente del tratamiento y el último es para “empujar” todo el cóctel anterior. Si alguien quiere saber exactamente qué es lo que me han puesto, que me lo diga, que lo tengo todo en los papeles, no doy los nombres porque resultará aburrido para el no iniciado. He entrado en la clínica a las tres y media y he salido a las siete y media.

Las enfermeras y las oncólogas de la Clínica P. son del Modelo Milikito. No pueden ser más amables, simpáticas y encantadoras. Me han dado unas charlas explicativas sobre lo que me iban a hacer y los posibles efectos secundarios y han respondido a todo lo que se me ha ocurrido preguntar (que ha sido mucho, creedme) con paciencia y claridad. Los tratamientos los ponen, además, en unos boxes individuales, con todas las comodidades y una intimidad que se agradece. Como un hotel de cuatro estrellas, vamos.

Y si la pregunta es cómo me encuentro, la respuesta es muy bien. Estoy escribiendo, que ya es prueba de ello. Es más, al salir de la clínica, he ido a recoger un libro que tenía encargado, he paseado un rato por Palma y me he tomado un heladito que me ha sabido a gloria. Desde que me dijeron que tenía cáncer puedo asegurar que disfruto más de las cosas. Esta misma mañana he ido un ratito a la playa, a despedirme del sol (que no me puede tocar mientras dure todo el tratamiento) y el cielo me ha parecido más azul que nunca y el mar más… verde que nunca (he ido al Puerto de Pollença, y el agua tenía un color de lo más sospechoso, como viene siendo habitual), la música suena en mis oídos mejor que nunca (sobre todo ahora que, casi un año después, he descubierto que el i-pod se puede apagar), las buenas películas me parecen mejores (ayer volví a ver “Master and Commader”: me gustó más que cuando la vi en el cine y me pareció que se ha convertido en un clásico en apenas cuatro años)… Es como si, de pronto, pudiera ver las cosas con otra luz, que las mejora sustancialmente.

De momento no tengo náuseas, ni estoy mareada, ni me duele nada. Lo único que noto es un ligero sabor metálico en la garganta y algo de sed, igualito que si tuviera resaca, pero sin jaqueca. Mañana y pasado mañana son los días más críticos, pero estoy convencida de que no va a ser, en absoluto, tan terrible como me lo imaginaba antes de empezar.

miércoles, 30 de julio de 2008

Un poco de historia (II): “No tienes que preocuparte, te tienes que ocupar urgentemente”

El jueves 10 de abril fui, pues, al radiólogo. El Dr. R. pertenece al modelo 2 de médico que me he encontrado en todo este proceso. Para que nos entendamos, el modelo 1 es, para mí, el modelo Milikito -Emilio Aragón en aquella serie en que hacía de médico-: cariñoso, un poco paternal, de los que ponen cara de “pobrecita, siento lo que te está pasando”, de los que, incluso, mantienen cierto contacto físico, y que, en mi modesta opinión, son de receta de orfidal fácil. El modelo 2 es el modelo House, el médico que parece permanentemente en guerra contra el mundo, que no sonríe nunca ante un paciente y al que casi te dan ganas de pedir disculpas por haberte puesto enferma; en la televisión resulta hasta simpático y te congratulas cuando trata a los pacientes sin ninguna consideración ni conmiseración, pero cuando te toca en la vida real la cosa cambia sustancialmente, lo digo por experiencia propia, y no sólo por lo de la mama, porque puedo hablar de un urólogo que consulté una vez que se lleva la palma, pero esa es otra historia.

Me reconduzco: el Dr. R., el radiólogo al que voy hace años y que tiene su consulta en una calle de reminiscencias conventuales, no puede ser más seco en el trato personal, pero en su descargo voy a anunciar ya que lo que me puso en el informe de las pruebas que me hizo fue un diagnóstico más fiable que las resonancias magnéticas que vinieron después.

Me hicieron la mamografía y luego pasé a que me hicieran la ecografía mamaria. Le dije al médico que me había notado un bulto, y se lo señalé. El Dr. R. estuvo un buen rato conmigo, mirando y volviendo a mirar, y finalmente me dijo: “Conviene que te pinchen esto”. Entendí que algo no iba bien, definitivamente. Pregunté, pecando de ingenua por mi parte, sobre todo pensando que tenía delante a un House-II, si me tenía que preocupar, y él me contestó: “Preocuparte, no; te tienes que ocupar urgentemente”. “Blanco y en botella”, pensé yo primero. Y a continuación lo que se me pasó por la cabeza fue: “se avecinan tiempos difíciles”.

Yo ya sabía que, si un médico dice que conviene pinchar un bulto es porque ve algo que no le gusta. Curiosamente, por esas mismas fechas, mi madre estaba pasando por el mismo proceso. Por suerte, lo suyo fue benigno.

Como el Dr. R. tiene tanto trabajo, es de los que tardan en dar el informe que acompaña normalmente las pruebas diagnósticas. La enfermera me dijo que el miércoles 16 de abril estaría listo y, como yo ya sabía lo de la punción, al salir de la consulta llamé enseguida a mi ginecólogo, que, esta vez sí, me dio cita con toda urgencia para el jueves 17.

El miércoles tenía una reunión en Palma, porque el grupo de teatro de mis alumnos de 3º de ESO había sido seleccionado para representar la obra que estaban preparando en el Teatre Xesc Forteza de Palma. No puedo decir mucho de lo que en se trató en la reunión, porque apenas lo recuerdo. Había ido antes a recoger el informe, y, entre otras cosas, la valoración de la ecografía decía: “existencia a nivel de cuadrante superior de mama derecha de imagen hipoecoica, lobulada, con contornos espiculados, rodeada de un halo hiperdenso, que interpretamos como nódulo de características no benignas, a valorar con estudio de la biopsia […]. Diagnóstico diferencial: degeneración (Ca)”. Supuse que “ca” era una abreviatura de carcinoma y el sintagma “cáncer de mama” fue lo único que fui capaz de analizar una y otra vez durante la reunión.

martes, 29 de julio de 2008

Un poco de historia (I): "Houston, es probable que tengamos un problema"


Como muchos de vosotros sabéis, el año pasado cumplí los cuarenta y lo celebré con una fiesta que recuerdo como uno de los mejores días de mi vida (¡un beso enorme otra vez a todos los que lo compartisteis conmigo!). Lo que seguramente no sabéis es que, cuando soplé las velas de la tarta, recurrí como deseo al socorrido “¡Virgencita, que me quede como estoy!”, aun sin ser creyente. Porque eso es lo que quería: quedarme como estaba. Lamentablemente, y recurriendo otra vez a un refrán de carácter religioso –¡a ver si me voy a convertir a estas alturas!-, “El hombre propone y Dios dispone”. No me voy a meter en disquisiciones políticamente correctas sobre miembros y miembras (perdón por el pareado en asonante), pero en este caso el hombre era yo y el Dios que iba a disponer de mí en los próximos meses era un bulto en el pecho.

En enero de este mismo año me fui de viaje a Estados Unidos. Y allí, en el hotel de Las Vegas, al ducharme, descubrí un bulto que antes no me había notado. Había terminado con la menstruación. No es que me hiciera una autoexploración ad hoc, pero solía hacerme una especie de revisión un poco después de la regla, just in case of. Como tengo las mamas muy densas, estaba acostumbrada a notar como nudos, pero aquello era distinto. No me alarmé, aunque decidí pedir hora a mi ginecólogo, el Dr. M., adelantando un mes la revisión anual.

Me dieron cita para el 25 de febrero, casi un mes después: es lo que tiene ser un médico mediático y salir en los papeles; pagando –porque no admite ningún tipo de seguro privado-, el Dr. M. tarda casi un mes en dar hora cuando no es una urgencia, pero de lo de la medicina privada versus medicina pública prometo ocuparme otro día. Obviamente, le comenté lo que me había notado, me exploró, no me hizo ningún comentario y me mandó una mamografía y una ecografía mamaria.

El Dr. M. es de los que piensan que, a partir de los 35 años, una mujer que no ha tenido hijos tiene que hacerse una mamografía cada año; de hecho, yo me las he venido haciendo desde entonces. Además, en casos como el mío, piensa que hay que complementar aquel procedimiento diagnóstico con una ecografía, que termina de aclarar algunas cosas. Posteriormente, el radiólogo me dijo que no entendía por qué los ginecólogos no mandaban las dos pruebas, que él era partidario de hacerlas ambas porque el diagnóstico era mucho más fiable. Por tanto, chicas, pedidle a vuestro ginecólogo que os rellene dos talones y que os hagan las dos pruebas.

Y aquí me gustaría hacer una aclaración, también para lo que pueda contar otros días. No soy médico ni pretendo serlo. Nada más lejos de mi vocación. Con una sola excepción, que después explicaré, tampoco he consultado nada por Internet, así que puede ser que algunos de los términos clínicos que uso no sean los científicamente más correctos o exactos, pero yo voy a poner por escrito las cosas según yo las entendí cuando me las explicaron o tal y como están recogidas en las decenas de papeles e informes que empiezo a acumular y que llevo siempre conmigo como si fueran una continuación de mi persona. Pido perdón desde este momento por cualquier inexactitud que pueda cometer, pero soy profana en la materia, aunque esté haciendo un máster a marchas forzadas.

Lo habíamos dejado cuando mi ginecólogo me mandó al radiólogo. El Dr. R. es otro de esos médicos de Palma con consulta permanentemente abarrotada. Cuando llamé con mi siguiente menstruación para que me dieran hora (si no estás menopáusica, hay que ir a hacerse la mamografía la semana después de la regla), ya estaba todo lleno, así que tuve que esperar al mes siguiente. Supongo que si hubiera dicho que era una urgencia me habrían hecho un hueco antes, pero como el Dr. M. no me dijo nada al respecto, simplemente pensé que no corría tanta prisa, aunque el bulto seguí allí, y me lo podía notar cada día. Finalmente, el jueves 10 de abril fui a ver al radiólogo.

lunes, 28 de julio de 2008

Algunas consideraciones previas

Lo mejor de que a uno le pase lo peor que se le pueda ocurrir es que ya no hay que tener miedo de que le ocurra. Dicho así puede parecer un sinsentido, pero para mí no lo es. Si le preguntáramos a un grupo suficientemente amplio de mujeres a qué le tienen más miedo en esta vida, qué es lo peor que se les ocurre que les pueda pasar a ellas mismas, es muy probable que una mayoría dijera que aquello que más les aterra es contraer un cáncer de mama. Yo seguramente hubiera respondido eso a aquella pregunta hipotética. Por eso, cuando me dijeron que tenía cáncer de mama, pensé algo así como “bueno, es terrible, pero como mínimo ahora ya no tengo que tener miedo de tenerlo, ahora no me queda más remedio que afrontarlo y hacer todo lo que me digan para curarme”. Eso sí, me pasé la primera noche llorando como una Magdalena, para qué os voy a engañar.
En mi familia cercana no ha habido ningún caso de cáncer de mama, afortunadamente: ni mi madre, ni mis abuelas, ni mis tías, ni ninguna de mis primas… Pero, aun así, yo siempre había tenido una especie de intuición de que a mí, en esa lotería tan siniestra, me iba a tocar alguna vez el premio. Sí, ya sé que se me puede decir que eso de la intuición es una tontería, y que a toro pasado es fácil adivinarlo, e incluso que, en una persona como yo, que no cree en nada que no vea, es poco congruente, pero es así: pensaba que me tocaría.
Arriba he dicho que, cuando me dijeron lo que tenía, pensé que tenía que hacer todo lo que me dijeran para curarme. Sobre esto me gustaría decir dos cosas. La primera, que yo no me considero una enferma, por lo menos ahora, que aún no he empezado con la quimioterapia. Tenía un tumor y algunos ganglios infectados, me lo han sacado todo y, como dijo un presidente de gobierno de infausto recuerdo, “había un problema y lo hemos solucionado” (eso sí, drogando a los inmigrantes y metiéndolos en un avión como si fueran fardos, pero esa es otra historia). A lo que iba, que me desvío del tema: no estoy ni me siento enferma y por eso he continuado con mi vida –casi- como si nada, con dos breves paréntesis de las dos intervenciones quirúrgicas.
La segunda cuestión que me gustaría aclarar es que no he entendido nunca eso de “luchar” contra la enfermedad y que, de hecho, yo no considero que esté luchando contra ella. ¿O es que la gente dice que “ha luchado” contra el cáncer porque se ha sometido a los tratamiento que le han prescrito? ¿De verdad hay gente normal (entiéndase esto correctamente, porque integristas los hay en todas las facetas de la vida, y a ellos no me voy a referir) que, ante un diagnóstico como este, no hace lo que le dicen sus doctores?
Desde el momento en que se sospechó que el bulto que me había notado en el pecho un par de meses antes era cáncer, he pensado en poner por escrito todo lo me estaba pasando. Al principio quería llevar una especie de diario, pero lo cierto es que un final de curso de locos me lo impidió y tampoco veía muy claro el medio y la finalidad de contar (¿Lo iba a hacer para mí, como terapia? ¿Para releerlo después, cuando ya estuviera bien? ¿Para dejárselo a alguien que pasara por lo mismo?), hasta que hace un par de días se me ocurrió la idea de expresarme a través del blog.
Le di algunas vueltas y, cuanto más lo pensaba, más ventajas le veía: no sólo permitía que otras personas lo leyeran (y aquí mis aspiraciones son del todo modestas, así que YouTube puede estar tranquilo) sino que iba a posibilitar que todos aquellos que se han interesado por mí estos meses, y que me ha dado ánimos, apoyo y ayuda, tuvieran información de primera mano. Si, además, lo que yo cuento aquí le sirve a alguien, miel sobre hojuelas...
He tenido tantos mensajes agradables y tantas llamadas tan cariñosas durante este tiempo que no sé cómo agradecer lo bien que me han hecho sentir. Siento también ciertos remordimientos por no haber podido responder en la misma medida. Me disculpo: a veces no he tenido tiempo o ánimos y a veces, simplemente, se me ha pasado. Desde aquí un beso y un abrazo a todos los que me habéis hecho sentir querida y apreciada (ya, ya abrevio, que me estoy poniendo tonta): a mi familia, claro; y, por riguroso orden alfabético y pidiendo perdón por anticipado por si me olvido de alguien, a Álex y Doro; a Ana; a Ann; a Antònia, Sebastià, Magdalena y mi ahijada; a Biel; a Blanca; a Carolina y Pep; a Catalina Cortès; a Cati Bestard; a Cati Moragues; a Elena; a Emilia Marco; a Ignasi; a Ignacio Jiménez; a Joan Forcades; a Juanjo y Cristelle; a Lucía; a Macu y Paco; a Magdalena Alzamora; a Maria del Teatre Sans; a Maria Torrandell; a Mateu; a Meli; a Miriam; a Patricia; a Pepe y Marifé; a Pere Martorell; a Ricardo; a Roser y Carles; a Rubén y Susana; a Sabela y Toni; a Tana y Pere; a Teresa; a Tomeu Vilanova; a Toni Llinàs; a Toto; a Xesca Gomila…
Los arriba citados, y los que os queráis añadir –os aseguro una bienvenida muy calurosa- podéis usar este blog como una forma más de comunicación entre nosotros. No sé si podré colgar algo diariamente, pero intentaré teneros informados de forma regular y espero que vosotros, de tanto en tanto, me contéis vuestras cosas. Podríais empezar poniéndome los dientes largos con esos viajes que vais a hacer este verano.