Antes de empezar con mi peripecia de doy, quiero dar las gracias a todos los que habéis entrado o participado en el blog. Sois estupendos y hacéis que sienta querida, acompañada, apreciada, apoyada… No sé si de todo esto saldrán algunas cosas buenas, pero una sí, que ya la había intuido y ahora está más que confirmada: estoy rodeada de gente magnífica. Soy una afortunada.
Como no he acabado de contar la historia (continuará e irá alternándose con el día a día), no había dicho que me tenían que poner quimioterapia. Van a ser seis sesiones, una cada tres semanas, y hoy me han puesto la primera. Ayer empecé a tomar un medicamento profiláctico, fortecortín, que prepara para las armas de destrucción masiva que componen la quimioterapia. La oncóloga me ha dicho cada vez que me ha visto que el tratamiento lo mata todo, lo malo y lo bueno. Da rabia pensarlo, porque yo he entrado esta tarde con unos análisis de sangre impecables, sin ningún marcador tumoral positivo, sintiéndome y sabiéndome completamente limpia del cáncer, y en poco tiempo estaré hecha un trapo, pero si es necesario, lo es, y si hay que ir, se va.
Hace apenas un par de meses yo era una ignoranta (¡toma, ministra!) en estos temas y pensaba que eso de la quimio consistía en un suero y ya está. Nada más lejos de la realidad: de los siete medicamentos diferentes me han puesto, tres son para preparar las venas y prevenir efectos secundarios, otros tres son los propiamente del tratamiento y el último es para “empujar” todo el cóctel anterior. Si alguien quiere saber exactamente qué es lo que me han puesto, que me lo diga, que lo tengo todo en los papeles, no doy los nombres porque resultará aburrido para el no iniciado. He entrado en la clínica a las tres y media y he salido a las siete y media.
Las enfermeras y las oncólogas de la Clínica P. son del Modelo Milikito. No pueden ser más amables, simpáticas y encantadoras. Me han dado unas charlas explicativas sobre lo que me iban a hacer y los posibles efectos secundarios y han respondido a todo lo que se me ha ocurrido preguntar (que ha sido mucho, creedme) con paciencia y claridad. Los tratamientos los ponen, además, en unos boxes individuales, con todas las comodidades y una intimidad que se agradece. Como un hotel de cuatro estrellas, vamos.
Y si la pregunta es cómo me encuentro, la respuesta es muy bien. Estoy escribiendo, que ya es prueba de ello. Es más, al salir de la clínica, he ido a recoger un libro que tenía encargado, he paseado un rato por Palma y me he tomado un heladito que me ha sabido a gloria. Desde que me dijeron que tenía cáncer puedo asegurar que disfruto más de las cosas. Esta misma mañana he ido un ratito a la playa, a despedirme del sol (que no me puede tocar mientras dure todo el tratamiento) y el cielo me ha parecido más azul que nunca y el mar más… verde que nunca (he ido al Puerto de Pollença, y el agua tenía un color de lo más sospechoso, como viene siendo habitual), la música suena en mis oídos mejor que nunca (sobre todo ahora que, casi un año después, he descubierto que el i-pod se puede apagar), las buenas películas me parecen mejores (ayer volví a ver “Master and Commader”: me gustó más que cuando la vi en el cine y me pareció que se ha convertido en un clásico en apenas cuatro años)… Es como si, de pronto, pudiera ver las cosas con otra luz, que las mejora sustancialmente.
De momento no tengo náuseas, ni estoy mareada, ni me duele nada. Lo único que noto es un ligero sabor metálico en la garganta y algo de sed, igualito que si tuviera resaca, pero sin jaqueca. Mañana y pasado mañana son los días más críticos, pero estoy convencida de que no va a ser, en absoluto, tan terrible como me lo imaginaba antes de empezar.