Esto es una declaración de principios: soy alérgica a los libros de autoayuda. Como ciertamente tienen mala fama entre un grupo nutrido de personas, ahora se les llama de crecimiento personal. Son el mismo perro con distinto collar. Cambiándole el nombre a la cosa, la cosa no deja de ser lo que era. Ya lo anunció Shakespeare con la rosa y los Montesco.
No sé si a los otros afectados les pasa, pero a mí, desde que me diagnosticaron el cáncer, todo el mundo que lee algo me recomienda libros de esos. O no me conocen bien o piensan que la enfermedad ha podido cambiar mis gustos literarios. En especial hay uno, que se llama El Secreto, que me ha llegado por una decena de vías. No me apetece nada, pero estoy por leerlo sólo para que nadie más me lo recomiende vivamente.
Aun así, y para que no se me acuse de taxativa, toda regla tiene su excepción. He acabado de leer La Buena Vida, de Álex Rovira, y lo he hecho por dos razones fundamentales. La primera es que es un autor al que sigo habitualmente en el suplemento dominical de El País, y no me desagrada. No está en El Olimpo de mis favoritos como Javier Marías –lo primero que leo- y Almudena Grandes -a la que echo de menos la semana en que no publica-, pero lo que dice me parece coherente y nada esotérico. La segunda razón, la fundamental para haber comprado el libro, es que me lo recomendó Joan Forcades, el hombre que me descubrió a Camilleri, y, desde entonces, mi gurú en cuestiones literarias. Si Forqui me dice que lea algo, corro a la librería. Con él soy una chica así de fácil, qué se le va a hacer.
Si la pregunta es qué me ha parecido el libro la respuesta es que ofrece una visión de las cosas sencilla, de sentido común, que se acerca bastante a mi punto de vista. No hay en La Buena Vida fuerzas espirituales, ni comunión con la naturaleza, ni pociones mágicas. El título puede resultar algo engañoso y, por ello, enseguida el autor se encarga de aclararnos la cuestión. La Buena Vida no es vivir sin dar golpe ni tener mucho dinero. La Buena Vida es “la suma de actitudes con las que decidimos vivirla y entregarnos a ella; es, en consecuencia, el resultado del cultivo de las actitudes positivas que podemos elegir en un ejercicio voluntario y de consciencia y, por ende, es la acción que se desprende natural y coherentemente de ellas”.
El libro captó mi atención de forma irremisible porque ya en el primer capítulo Álex Rovira afirma que tiene la costumbre de preguntarles a sus amigos o conocidos si se consideran personas con buena o con mala suerte. Dice que, curiosamente, entre la amplia mayoría que se declaran personas con buena suerte ha habido circunstancias difíciles, llenas de momentos penosos; son, sin embargo, personas que consideran que esas arduas experiencias les han servido para aprender, para relativizar, para soltar, y, lejos de resignarse, decidieron asumir la experiencia vivida como un activo que les permitió cambiar y, por extraño que pueda parecer, por ello están agradecidos. Después de leer eso pensé: “¡Anda, es exactamente lo que yo creo!”
He dicho ya muchas veces en este blog, antes incluso de leer a Rovira, que me considero, a pesar de todo, una persona afortunada. Lo soy. Soy afortunada porque me encontraron el tumor a tiempo, porque tengo la fortaleza física y mental para sobreponerme a lo que me ha venido, porque me siento respaldada por muchísima gente que me quiere y que me lo demuestra, porque trabajo y he trabajado con un material humano excepcional y por tantas otras cosas que pasarme el día lamentándome porque me haya tocado la lotería inversa sería una pérdida absurda de tiempo y de energía.
La Buena Vida desarrolla estas y otras cuestiones. No quiero alargarme más y por eso sólo he dibujado algunas pinceladas del inicio, aunque el resto del libro me ha parecido igualmente interesante.
Y, last but not least (se nota que he estado en Irlanda, ¿eh?), Álex Rovira tiene el acierto de abrir La Buena Vida con uno de mis poemas favoritos: "Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo. A Isabel, a Àngels y a otras afectadas que me lean les quiero dedicar sólo una estrofa: “Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino nunca digas / no puedo más y aquí me quedo”. Un beso muy fuerte y muy especial para todas y, en estos días, sobre todo para Lola.