jueves, 30 de octubre de 2008

Mi madre responde

En esta entrada, de lo único de lo que soy responsable es de este párrafo. El resto corresponde a lo que mi madre ha escrito y yo me he limitado a transcribir. Son las respuestas a los comentarios tan cariñosos que le dejasteis la semana pasada. Ella os va a dar las gracias; yo no tengo palabras.



Hola, Isabel

Soy la mamá de Toñi. En primer lugar quiero darte la enhorabuena porque ya estás al final del túnel y ya ves la luz. Yo también me he emocionado al leer tu comentario por lo valientes y lo positivas que sois, estando tan agotadas al sacar fuerzas de no sé dónde, porque nadie sabe, si no lo vive, lo duro que es. Ver a una hija en esa situación te parte el alma.

En tu caso, ya te queda menos. A tu mamá, aunque haya sufrido mucho, pronto se le pasará al verte tan guapa y tan fuerte.

Un beso.


Hola, Àngels, guapa

Me alegra que Toñi haya sido una referencia para vosotras. Para mí también lo ha sido, pues yo no tengo la fortaleza que tiene ella, yo soy más débil, demuestro más mis sentimientos y no le hago ningún favor a ella.

Àngels, tutéame, por favor. Al entrar en el blog os considero un poco hijas mías a todas por lo cariñosas y lo buenas personas que demostráis ser.

Besos de los papás de Toñi.


Para la madre de ex alumnos

No creas que no me cueste escribir, pero cuando tienes la sensibilidad a flor de piel, como la tengo yo últimamente, te atreves con todo.

La verdad es que lo he pasado fatal, pues ver sufrir a un hijo es lo más duro de la vida.

Pero de todas las calamidades de la vida, siempre hay cosas positivas como este blog de mi hija, en el que estáis demostrando cuánta humanidad y cuánta buena gente hay en este mundo.

Felicidades por esos dos hijos que tienes, que seguro que serán dos excelentes personas, como su madre.

Un abrazo.


Sabela, guapa

Qué gran persona eres y qué comentarios tan bonitos escribes. Sólo pido una cosa, que si existe otra vida, que no lo creo, pueda plasmar en un papel todo lo que siento con la misma facilidad con que lo haces tú. Es una maravilla leerte.

Gracias por el beso. Yo te lo devuelvo a ti y lo hago extensivo a tu familia, que ya sabes que los quiero mucho.


Para Maria Antònia (Velasco)

Siempre le insisto a mi hija en que pida traslado a Palma y ella me dice que es imposible encontrar un instituto donde esté mejor que en Pollença. Con compañeras tan majas como tú no me extraña que no se quiera mover, aunque os pido ayudo para ver si entre todos le damos un empujoncito y se viene a la capital.

Cuidádmela mucho cuando vuelva a clase, que está deseando.


Hola, Esther

Soy la tía. Como ves, sí que me he atrevido a escribir, porque si tu madre lo hace yo también me atrevo.

Qué gusto y qué alegría me has dado que escribas en el blog de la prima, pues para ella es una inyección de vida para seguir adelante. Ya sólo le queda una sesión de quimio. Pronto estará bien. Para tu boda está muy ilusionada, y ya está haciendo planes. Para eso y para ese bacalao que le va a preparar tu madre. Qué bien lo pasamos en la boda del primo. Pues en la tuya lo pasaremos todavía mejor.

Un beso para todos.

PD: Cualquier día de estos escribe el tío, que ya va a clases de informática.

martes, 28 de octubre de 2008

Cinco apuntes irlandeses

Un país que es capaz de dar escritores de la talla de Samuel Beckett, James Joyce, Iris Murdoch, Oscar Wilde y William Butler Yeats y cuyos autores (autoras en este caso) más vendidos en la actualidad son Cecilia Ahern (muestra de cómo lo más blandito traspasa fronteras y se convierte en un fenómeno, con adaptación cinematográfica incluida) y Marian Keyes (que ha elevado el modelo de Bridget Jones a la categoría de prototipo) tiene que tener, por fuerza, algunas singularidades realmente notorias. Sólo voy a anotar las que, en mis cinco días por La Verde Irlanda, me llamaron más la atención.

Los acantilados de Moher.- Como aterrizamos en Shannon, nuestro recorrido por la isla empezó por allí. Son unas sobrecogedoras paredes de hasta 204 metros de alto. Sin embargo, lo que me pareció más reseñable es que, en aquellos lugares en los que es posible acercarse hasta el borde del precipicio, y, por tanto, saltar, hay placas metálicas con mensajes del tipo: “Siempre hay una última esperanza”, “Puedes llamar durante las 24 horas”… y un número de teléfono. No pocos suicidas deben de elegir un lugar tan impresionante como ese para poner fin a su vida y hay asociaciones de ayuda que lo tienen en cuenta.


Los horarios de las comidas.- Si en España y en otros sitios que recientemente he visitado como Berlín es posible comer casi de todo a cualquier hora, en Irlanda o te espabilas o tienes que llamar al servicio de habitaciones del hotel. ¡Sí! Por primera vez en mi vida lo hice, pero incluso en esa circunstancia tuvimos que cenar lo que ellos quisieron, porque no les quedaban nada más que dos platos. A partir de las 14 o de las 20 horas es prácticamente imposible encontrar una cocina abierta.

Los pubs.- Sin duda las estadísticas que afirman que España es el país del mundo con más bares por habitante no han tenido en cuenta los que hay en Irlanda. No es sólo la conocidísima zona del Temple Bar en Dublín sino que en cualquier rincón bucólico, al abrigo de un castillo reconvertido en atracción turística se ven establecimientos como el Durty Nelly’s, que visitamos buscando algo de comer, sin éxito. Como llamativo quiero señalar que allí sí se aplica la directiva antitabaco y que la gente bebe una pinta de cerveza negra tras otras sin encender un cigarrillo. Ellos sí que han sabido cómo hacerlo sin traumas ni revueltas sociales. A ver cuándo se copia aquí.


La esquizofrenia.- Ya lo señalé de Alemania, pero en Irlanda el silencio es patente en los pubs, en los restaurantes, en los hoteles, incluso en la calle… Aunque basta una celebración para que la gente se desate y nos ofrezca una cara bien distinta. En el avión de vuelta vinimos con una despedida de soltera; eran como diez chicas jovencísimas y dos mujeres maduritas, las que imaginé como la madre y la suegra de la futura esposa. Ya subieron al avión vestidas de una forma bien curiosa: todas de negro, algunas en tirantes con el frío que hacía, con unas bandas como de miss cruzadas sobre el torso y sombreros de lentejuelas morados, a juego. Pues nos dieron el vuelo. No es sólo que estuvieran cantando y gritando durante dos horas, es que hasta llevaban un megáfono para acompañarse. Unos pasajeros se encararon con ellas y la cosa estuvo a punto de llegar a las manos ante la pasividad de las azafatas, prácticamente de la misma edad que las celebrantes y, en mi opinión, con su misma preparación para moverse por el mundo.

Dublín.- A ver, ¿cuántos habitantes hay en Dublín? ¿Un millón doscientos mil? ¡Pues estaban todos paseándose por las mismas calles el sábado! Fue un poco agobiante moverse entre toda la marea humana que parecía haberse puesto de acuerdo en salir de compras. Por cierto, es una de las pocas capitales donde no vimos marcas de ropa españolas. O allí no ha llegado la globalización o el gusto de las irlandesas difiere bastante del nuestro a la hora de vestir. Va a ser esto último, porque hay que ver los modelitos con los que la mayoría se atreve a salir de casa.

Una vez leídos estos apuntes, me he dado cuenta de que parece que Irlanda no me haya gustado y no es así, en absoluto. Sólo quería señalar cinco aspectos curiosos y alejarme de las descripciones turísticas, que para eso hay unas guías de viaje estupendas. Si habéis visitado la Isla Esmeralda, contadme vuestras impresiones.

viernes, 24 de octubre de 2008

Esperando el penúltimo achuchón

En realidad, estoy firmemente convencida de que este será el último achuchón de verdad, porque estaré tan contenta de acabar con las seis sesiones que creo que ni me enteraré de los efectos secundarios de lo que me pongan el día 13 de noviembre.

Ayer fui, pues, a que me quemaran las venas y todo lo demás por quinta vez. Resulta que tenía la analítica ligeramente mejor que la vez anterior: he mejorado algo de la anemia y, además, me ha subido el hematocrito (un puntito escaso, tampoco es como para tirar cohetes). Yo lo achaco a la ternera inglesa y, sobre todo, a los full Irish breakfast de hotel que tanto me gustaron: huevos fritos o revueltos, un bacon que se parecía más al lomo que a otra cosa, tomate, champiñones y lo que allí llaman black pudding y que resulta ser lo más similar a la morcilla que se ha visto fuera de Burgos. A eso, por supuesto, hay que añadir su té bien cargado, sus tostadas con mantequilla y mermelada de naranja amarga y la fruta y la repostería fina que quepa en el cuerpo de una. Y en el mío cabe mucho, creedme. Hasta ahora, que tengo el estómago cerrado y me sube la náusea, se me hace la boca agua.

Y si el otro día conté los efectos positivos de la quimioterapia, hoy, aprovechando la coyuntura, voy a contar lo que yo siento y los efectos secundarios que he ido padeciendo durante las palizas que ya llevo. La lista se resume en:

  • Mareos
  • Náuseas
  • Alopecia
  • Hinchazón y aumento de peso
  • Diarrea y estreñimiento
  • Sequedad general (piel, ojos, boca)
  • Cansancio (al principio, agotamiento)
  • Hipersensibilidad a los olores y a los ruidos
  • Hemorragias
  • Febrícula
  • Gusto metálico
  • Moquillo (muy líquido, las dos semanas después de los sueros)
  • Llagas en la boca
  • Ampollas en los pies
  • Ardor de estómago
  • Dolor de huesos
  • Insomnio
  • Uñas negras (voy a perder tres de los pies)
  • Apetito irregular (nulo al principio y canino después del tercer día)
  • Sofocos (por la falta repentina de la menstruación)

Salvo error u omisión, eso es lo que me ha ido pasando. Vuelvo a insistir en que lo terrible ha sido siempre la primera semana, sobre todo a partir de las 48 horas de los sueros; lo paso fatal el sábado y el domingo. Luego voy mejorando y el jueves estoy entrando en lo que se puede clasificar de forma aceptable. A los diez días ya hago prácticamente de todo y una semana antes de la nueva sesión soy casi la de antes. Ahora bien, el día antes de la nueva quimio se me cierra el estómago y empiezo a pensar qué pereza, otra vez… ¡Pero ya sólo me queda un día de esos! Me hizo tanta ilusión ver ayer mi protocolo con todas las fechas completas (me han ido anotando cada vez que iba la de la próxima vez) que casi beso a las enfermeras. Se lo merecerían porque son, todas, un modelo de sensibilidad.

Lo que es cierto es que nunca volveré a ver los jueves de la misma forma.

martes, 21 de octubre de 2008

La Buena Vida

Esto es una declaración de principios: soy alérgica a los libros de autoayuda. Como ciertamente tienen mala fama entre un grupo nutrido de personas, ahora se les llama de crecimiento personal. Son el mismo perro con distinto collar. Cambiándole el nombre a la cosa, la cosa no deja de ser lo que era. Ya lo anunció Shakespeare con la rosa y los Montesco.

No sé si a los otros afectados les pasa, pero a mí, desde que me diagnosticaron el cáncer, todo el mundo que lee algo me recomienda libros de esos. O no me conocen bien o piensan que la enfermedad ha podido cambiar mis gustos literarios. En especial hay uno, que se llama El Secreto, que me ha llegado por una decena de vías. No me apetece nada, pero estoy por leerlo sólo para que nadie más me lo recomiende vivamente.

Aun así, y para que no se me acuse de taxativa, toda regla tiene su excepción. He acabado de leer La Buena Vida, de Álex Rovira, y lo he hecho por dos razones fundamentales. La primera es que es un autor al que sigo habitualmente en el suplemento dominical de El País, y no me desagrada. No está en El Olimpo de mis favoritos como Javier Marías –lo primero que leo- y Almudena Grandes -a la que echo de menos la semana en que no publica-, pero lo que dice me parece coherente y nada esotérico. La segunda razón, la fundamental para haber comprado el libro, es que me lo recomendó Joan Forcades, el hombre que me descubrió a Camilleri, y, desde entonces, mi gurú en cuestiones literarias. Si Forqui me dice que lea algo, corro a la librería. Con él soy una chica así de fácil, qué se le va a hacer.

Si la pregunta es qué me ha parecido el libro la respuesta es que ofrece una visión de las cosas sencilla, de sentido común, que se acerca bastante a mi punto de vista. No hay en La Buena Vida fuerzas espirituales, ni comunión con la naturaleza, ni pociones mágicas. El título puede resultar algo engañoso y, por ello, enseguida el autor se encarga de aclararnos la cuestión. La Buena Vida no es vivir sin dar golpe ni tener mucho dinero. La Buena Vida es “la suma de actitudes con las que decidimos vivirla y entregarnos a ella; es, en consecuencia, el resultado del cultivo de las actitudes positivas que podemos elegir en un ejercicio voluntario y de consciencia y, por ende, es la acción que se desprende natural y coherentemente de ellas”.

El libro captó mi atención de forma irremisible porque ya en el primer capítulo Álex Rovira afirma que tiene la costumbre de preguntarles a sus amigos o conocidos si se consideran personas con buena o con mala suerte. Dice que, curiosamente, entre la amplia mayoría que se declaran personas con buena suerte ha habido circunstancias difíciles, llenas de momentos penosos; son, sin embargo, personas que consideran que esas arduas experiencias les han servido para aprender, para relativizar, para soltar, y, lejos de resignarse, decidieron asumir la experiencia vivida como un activo que les permitió cambiar y, por extraño que pueda parecer, por ello están agradecidos. Después de leer eso pensé: “¡Anda, es exactamente lo que yo creo!”

He dicho ya muchas veces en este blog, antes incluso de leer a Rovira, que me considero, a pesar de todo, una persona afortunada. Lo soy. Soy afortunada porque me encontraron el tumor a tiempo, porque tengo la fortaleza física y mental para sobreponerme a lo que me ha venido, porque me siento respaldada por muchísima gente que me quiere y que me lo demuestra, porque trabajo y he trabajado con un material humano excepcional y por tantas otras cosas que pasarme el día lamentándome porque me haya tocado la lotería inversa sería una pérdida absurda de tiempo y de energía.

La Buena Vida desarrolla estas y otras cuestiones. No quiero alargarme más y por eso sólo he dibujado algunas pinceladas del inicio, aunque el resto del libro me ha parecido igualmente interesante.

Y, last but not least (se nota que he estado en Irlanda, ¿eh?), Álex Rovira tiene el acierto de abrir La Buena Vida con uno de mis poemas favoritos: "Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo. A Isabel, a Àngels y a otras afectadas que me lean les quiero dedicar sólo una estrofa: “Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino nunca digas / no puedo más y aquí me quedo”. Un beso muy fuerte y muy especial para todas y, en estos días, sobre todo para Lola.


sábado, 18 de octubre de 2008

Greetings from Dublin!

Mi madre siempre me dice que soy un pingo, y algo de razón debe de tener. Vivo con la maleta permanente hecha y deseando tomar el primer avión que despegue.

Aprovechando la semana buena (mi tiempo ahora se divide en ciclos de tres semanas: una mala, una regular y una buena) y unos precios ridículos en vuelos directos entre Mallorca e Irlanda, me he plantado en la otra isla para pasar un fin de semana largo. Merece la pena viajar fuera de la temporada alta. Tanto los vuelos como el coche de alquiler y los hoteles tienen unos precios rebajadísimos en comparacion con los del verano. Eso sí, Irlanda me está pareciendo carísima, mucho más de lo que me esperaba. Comer y beber es prohibitivo, incluso en los sitios menos con menos glamour. O los irlandeses tienen sueldos ingleses o no lo entiendo.

De momento he visto acantilados, castillos, campiña y algo de Dublín. Todo es muy bonito y muy verde. El tiempo se está comportando, así que no se puede pedir mucho más.

En cuanto vuelva a casa contaré mis experiencias con algo más de detalle y colgaré alguna foto. Ahora me estoy quedando sin monedas: cada ocho minutos de conexión, un euro. No es mal negocio poner aquí un cibercafé. Saludos para todos desde la verde Irlanda.

viernes, 17 de octubre de 2008

Lo que la quimioterapia tiene de bueno

Alguno que lea lo que viene a continuación seguro que pensará que he perdido el oremus, pero puesta a ser positiva voy a subrayar algunos aspectos beneficiosos de la quimioterapia. Obviando lo obvio (que el tratamiento mata cualquier célula cancerosa que pueda estar dando vueltas por ahí, así que salva vidas), después de cuatro sesiones puedo afirmar que hay ciertos aspectos, externos o no, que mejoran con los sueros.

En primer lugar, no se tiene un pelo de tonta (ni de lista, claro, aunque esa no es la cuestión). Lo que en la cabeza es un drama, en el resto del cuerpo es una maravilla. No hay que soportar los tirones de la cera, ni arriesgarse a ser achicharrada con láser, ni sufrir por hacerse las ingles brasileñas. Durante meses, se tiene la piel limpia de vello, suavecita como la de un bebé. A todo ello hay que sumar el ahorro, tanto en peluquería como en depilación, especialmente reseñable en tiempos de crisis.

Por lo que respecta al cabello, no se me negará que no es práctico salir de la ducha ya arreglada. Luego, cuando crece, llevarlo bien cortito debe de ser tan cómodo que hay afectadas que se acostumbran y simplemente ya no se lo dejan largo. Para las que somos seres pegados a un secador y a una plancha de pelo, la diferencia tiene que ser más que sustancial.

En segundo lugar, el cutis está estupendo. Sí, sí, de verdad. Al tener la piel más seca, no hay rastro de los brillos que afean las pieles grasas o la zona “T” de las mixtas (¿Se nota que ya voy poniendo en práctica lo que estoy aprendiendo en el ciclo de asesoría de imagen?). Además, como consecuencia de lo ya dicho, no sale ni un grano o, como mínimo, yo no he tenido ninguno. Y al hacer ganar algo de peso, la medicación produce asimismo un verdadero efecto “rellenador de arrugas” con el cual se borran algunas líneas de expresión sin tener que recurrir al bótox. A mí me dicen que estoy muy guapa, incluso personas que no saben que he padecido un cáncer, así que algo se debe de notar.

En tercer lugar, la menstruación desaparece en prácticamente todas las mujeres en tratamiento tras dos o tres tandas. Eso significa muchas incomodidades evitadas y menos dolores de ovarios y esas cosas que a nosotras nos hacen tan poca gracia, por más que los anuncios de compresas dibujen “esos días” con todos los colores del arco iris.

Finalmente, si alguien tiene una sesión cuando está resfriado, descubrirá que, a la mañana siguiente, el constipado habrá desaparecido como por arte de magia. Ignoro si pasa con otras dolencias, aunque yo diría que es posible. Supongo que por arrasar, la quimioterapia arrasa con todo.

En definitiva, que de todo lo malo sale algo bueno. Ya sé que se me puede decir que los efectos negativos son más y muchísimo peores, pero hoy no tocaba hablar de miserias humanas. Con esta luna llena que nos alumbra no vamos a pensar en cosas malas.

martes, 14 de octubre de 2008

Cáncer y adopción

Viendo el otro día un programa de televisión me enteré de una cosa que me dejó de piedra.

Resulta que si una mujer ha tenido un cáncer no puede adoptar un niño. Tomando con todas las reservas del mundo esos reportajes de investigación (el programa era uno de esos de Mercedes-Gran Hermano-es-un-experimento-sociológico-Milà), por lo visto las autoridades españolas no dan el certificado de idoneidad necesario para empezar los trámites de adopción internacional con el argumento de que no se pueden arriesgar a que un menor que ya ha perdido una madre pierda otra. Un responsable de una agencia de adopción de la Comunidad de Madrid lo afirmó sin sonrojarse ante las cámaras. De hecho, una mujer contó que, cuando le hicieron la entrevista, en el mismo momento en que dijo que había padecido un cáncer, las asistentas sociales que la entrevistaban se miraron y le dijeron algo así como “vamos a continuar con las preguntas, pero son inútiles porque el resultado va a ser negativo, usted nunca tendrá el certificado de idoneidad”.

Yo no he sido llamada a la senda de la maternidad. Muchas veces pienso que cuando se repartió el instinto maternal alguien se quedó con el que me tocaba a mí. Sé que decir esto es ser muy poco políticamente correcto, pero no me gustan los niños así, en general, igual que no me gustan los castellano-manchegos en bloque ni los pintores de fachadas como conjunto, por poner sólo dos ejemplos. De la misma manera que he conocido a conquenses estupendos y a toledanos con los que no cruzaría ni los buenos días, hay niños que me encantan y otros que me horrorizan, y nada más lejos de mi intención que adoptar una criatura. Vivo demasiado bien como para meterme en semejante lío, por más que mi madre me insista con lo de la chinita. Digo esto para que quede bien claro que la indignación que me provocó el reportaje no tiene nada que ver con ningún deseo personal por mi parte. Es una cuestión de justicia y de solidaridad con las afectadas.

Si alguien lo sabe con certeza, me gustaría que me dijera si es una norma de aplicación general o si solamente la sigue alguna agencia de adopción concreta. Si se aplica de forma global, en teoría porque la esperanza de vida de una enferma de cáncer es menor, quiero suponer que los asistentes sociales tampoco dan el necesario certificado a aquellas parejas en las que alguno de los miembros fume –o haya fumado-, beba –o haya bebido- o consuma grasas saturadas, conductas de riesgo que acortan la vida con total seguridad.

En caso de que lo que se contó en televisión sea cierto, me preguntó por qué alguien, como el Defensor del Pueblo, o institución tipo Asociación Española Contra el Cáncer, no ha tomado cartas en el asunto. Para muchas mujeres que han sufrido un cáncer, que desean ser madres y que en muchos casos no pueden serlo como consecuencia de los tratamientos para la enfermedad, la única oportunidad que existe es la adopción. Me parece innecesariamente cruel que se les cierre esa puerta, como si ya no hubieran sufrido bastante.

domingo, 12 de octubre de 2008

La vida es puro teatro

Como casi todos los sábados desde hace un año, ayer por la mañana fui a clase de teatro en la Escola d’Arts EscèNiques, conocida familiarmente como Teatre Sans.
Fue mi primera clase del segundo curso de un total de tres. En realidad tendría que haber ido de nueve a dos, pero durante unos meses me voy a saltar la primera clase, la de expresión corporal, porque no tengo fuerzas como para afrontar el esfuerzo físico que supone esa hora y media. Sí fui a la clase de voz (con M., mi primer profesor de teatro, un mago de la interpretación y un crack a la hora de transmitir sus conocimientos, lo que es todavía más difícil) y a la de interpretación. No es que hiciéramos algo agotador, aunque después de comer necesité una siesta kilométrica para recuperarme.
Disfruto muchísimo con las clases de teatro. Lo que menos me gusta es que están muy encaminadas a la preparación de actores y a mí, en realidad, interpretar es lo que menos me gusta. He visto a mis compañeros después de las actuaciones que hemos hecho y yo no vivo el subidón que ellos experimentan. Al terminar, siempre me viene a la mente la expresión mallorquina de feina feta, del deber cumplido, intento que de forma digna, mientras que ellos utilizan todo tipo de expresiones superlativas que me hacen pensar que juego en otra división.
A mí lo que en verdad me gusta es el montaje de la obra, el proceso mediante el cual un texto se convierte en otra cosa, en un espectáculo dramático. El curso pasado fui responsable de uno con mi grupo de alumnos de tercero y, al principio, yo tenía una idea de la obra que se fue transformando en otra por completo diferente sin que no me diera mucha cuenta de ello. Lo único que quedó de la idea original fue el texto.
Si encontrara otro tipo de estudios que se ciñeran más a la dirección los seguiría. Cuando sea mayor quiero ser dos cosas: escritora de guías de viaje (recorrer un país durante un año o dos, visitando todo tipo de hoteles, comiendo en cientos de restaurantes y que te paguen por contarlo por escrito es lo más cercano al paraíso que se me ocurre) o directora de teatro.
Otro aliciente para continuar con las clases de interpretación son mis compañeros. Todos juntos resultamos un grupo de lo más heterogéneo –con mayoría absoluta de mujeres, como en casi todos los sitios donde se hace algo pedagógico de forma voluntaria- y eso es una suerte. Ahora nos llevamos más que bien, pero no siempre fue así. Hubo un momento, a finales de octubre del año pasado, donde pensé que lo dejaría, porque se vivía una rivalidad que yo no entendía. Después, las cosas y las personas se fueron poniendo suavemente en su lugar y acabamos en junio como una maquinaria bien engrasada. En la fiesta de final de curso hicimos un show del que quizás en algún momento cuelgue algo en el blog: desde parodias de Rocío Jurando cantando “Como una ola”, interrumpida por un buzo y un socorrista, hasta un informativo conducido por una réplica de Usun Yoon, pasando por Bollywood. Antológico. Nos reímos tanto que acabamos con la máscara de pestañas por las rodillas. Practicar teatro en cualquiera de sus modalidades es un ejercicio que recomiendo vivamente.
La foto de hoy corresponde a la improvisación del final del primer trimestre. Los tres hombretones del fondo son, siempre de izquierda a derecha, Miquel, Xisco y Lluc; las guapas chicas que están de pie son Aurora, Pilar, Jeroni, Maria, Conchita, Cris y Mireia; y, agachadas, nos encontramos Asun, Xisca, Lucía y yo (en el papel de una ex monja que ya quisiera para sí Almodóvar, que nadie que no me conozca piense que voy vestida así habitualmente).


miércoles, 8 de octubre de 2008

El don de la oportunidad

El viernes, antes de la 4ª sesión de quimioterapia, fui al teatro. Sí, ya sé que no es nada especialmente reseñable pensando que procuro ver todo lo que puedo. El problema es que vi Molts records per a Ivanov y, al igual que me pasó con la última película de Isabel Coixet, mi elección no pudo ser más inoportuna. Por si acaso se repone y alguien tiene intención de ir a verla, sugiero que se salte el párrafo que sigue, porque voy a contar tanto de la obra que la voy a destripar irremediablemente.

El argumento trata básicamente de la relación que mantienen, entre sí y con un amigo, una pareja de mediana edad; él, escritor comprometido y desengañado de los ideales de mayo del 68, se apoya en su mujer, actriz. Ambos son pequeño burgueses de manual: cultos, leídos, irónicos, cómplices… A ella –y aquí viene el meollo de la cuestión y en momento en que me empiezo a remover en la butaca- le detectan un cáncer. En una pantalla que ocupa buena parte de la escena se ven proyectadas imágenes que me resultan muy familiares: las pruebas, los médicos, los sueros de la quimioterapia… Ella reaparece con su pañuelo, los espectadores asisten a su deterioro físico y yo ya hago esfuerzos para tragar saliva con el nudo que se me ha formado en la garganta. Ella muere y yo ya lloro a moco tendido.

No hace falta decir que yo no sabía cuál era el argumento de la obra. No soy tan masoquista como para ir a verla sabiéndolo, pero igual que cuando alguien está embarazada sólo ve mujeres encinta por la calle, últimamente me doy de bruces con el cáncer más a menudo que nunca.

Lo que más me extrañó en el comportamiento de la protagonista es que ella no quería saber en qué estadio se encontraba su enfermedad. Delegó en su marido y este, a su vez, en el mejor amigo de ambos, de forma que ella no tomaba ninguna decisión sobre su tratamiento. Me pareció un poco incoherente con su forma de ser. Como mínimo, yo no lo entendí. ¿Es posible que alguien como ella no quiera saber si va a vivir o no, si el tratamiento da resultado, si merece la pena volverse a someter a la tortura de la quimioterapia para alargar unos meses su vida? Estos días he recordado que alguna cantante muy famosa y su marido también declararon no querer saber nada, y dejaron el peso de las decisiones en manos de sus hijos.

Hace poco, también, tuve una conversación con un amigo cuya suegra padece un cáncer. A ella no le han dicho lo que tiene, aun a pesar de que le están poniendo quimioterapia, con portacat incluido. Toda la familia se ha conjurado para ocultárselo. Ella ha preguntado a su hija, directamente, si tiene cáncer, y la respuesta ha sido que claro que no. Ahora la pobre mujer no entiende por qué se le cae el pelo ni por qué tiene que someterse a un tratamiento tan agresivo, si en teoría tiene una enfermedad menor. Hablando con mi amigo yo le dije que era partidaria de decírselo; resultó que él era del mismo parecer, aunque no así sus hijos que son los que, por lo que se ve, tienen la decisión final.

Son dos casos diferentes que, en mi opinión, tienen algo en común: el derecho de los enfermos de cáncer a saber. En el caso de la obra de teatro, ella renuncia expresamente a ser informada. En el segundo, la familia ha decidido por la enferma. Se puede argumentar que para qué preocupar innecesariamente a una persona de cierta edad, pero yo pienso en casos como el de Paul Newman que, a sus ochenta y tres años, decidió salir del hospital, suspender cualquier tratamiento, y morir en su casa. En mis circunstancias, yo quiero saber; en otras, quién sabe…

sábado, 4 de octubre de 2008

Casi me libro de la 4ª sesión de quimioterapia

El jueves estuvieron a puntito de no envenenarme. Llegué a la clínica moqueando a más no poder y con bastante dolor de garganta. La enfermera me caló enseguida, lo cual no era muy difícil porque llevaba la nariz como un tomate en sazón, y me dijo que a lo mejor tendríamos que dejarlo para otro día. Me sentí como cuando me aplazaban un examen importante para el que había estudiado mucho, aunque no lo suficiente: al alivio inicial se unía el pensar que después sería peor, que de todas formas tendría que volver a repasar y seguiría estando insegura.

La analítica lo iba a decidir todo. Esta vez me pincharon en la mano (van variando para no castigarme demasiado una misma vena y que haya que recurrir al portacat) y cuando vino la doctora, al segundo interrogatorio del día, después del que fui sometida por la enfermera (siempre es igual, pero en este caso no hay poli bueno y poli malo; aquí los dos polis son un cielo), me dijo que había que esperar al resultado de la analítica.

Cuando llegó, me confirmaron que podían ponerme la quimioterapia porque lo que tenía era vírico. Estuvimos comentando los otros resultados: tengo el hematocrito a 30 y, además, ya tengo anemia; mejor dicho, por primera vez en mi vida tengo anemia. Por ello la doctora se interesó mucho por cómo me encontraba de cansada y le dije la verdad: que lo estaba, pero que lo achacaba más al trajín del traslado y al inicio de las clases, que me impiden disfrutar de mis diez (o cien, dependiendo del caso) minutitos de siesta diarios. En este ciclo no, pero en el que me pondrán en tres semanas, ya está anotado el EPO en mi protocolo. Por fin podré ser deportista de élite; me iba a decantar por el ciclismo pero, en vista de que todavía no tengo mampara en la ducha de mi nueva casa y de que mi baño se convierte en una piscina olímpica cada vez que me aseo, quizás me decida finalmente por la natación sincronizada y sus bañadores de lucecitas.

El resto de la tarde y de la noche transcurrieron sin novedades (un ligero mareíllo, una náusea soportable…) y por la mañana, al despertar, ¡milagro! ¡Ni rastro del resfriado que me había hecho gastar, literalmente, tres paquetes de pañuelos de papel el día anterior! Fue tan radical que mi padre que, pobrecito, tiene un catarro cogido al pecho que asusta, dijo “voy a ir a que me pongan a mí también quimioterapia, a ver si me curo”. O la quimio ha matado al virus o los otros síntomas se han superpuesto y lo tapan.

Ayer pasé un día aceptable, sobre todo porque quedé con la doctora en que el Granocyte –las inyecciones para regenerar la médula ósea que me gustan tan poco y que me sientan tan mal que ya circula una frase hecha por mi casa: “la quimio me mata, pero el Granocyte me remata”- me lo pondría por la noche, justo antes de ir a dormir y, después, me tomaría un somnífero. Ha sido mano de santo: he dormido del tirón, desde las 11 hasta las 7:30, cuando un mosquito, que no se ha enterado de que ya no es verano, se ha puesto a zumbar en mi oído y me ha despertado.

Hay algo que tengo que decir: soy una farmacia ambulante; tomo tantas medicinas cada día que, si me hacen un test de sangre en un control policial, rompo la máquina. Empiezo el día con la pastilla para controlar mi hipotiroidismo (esa es fija desde hace doce años), continúo con la que tomo para no vomitar, Emend; después le sigue un Gelocatil de 1 mg, que la doctora ha dejado pautado cada 8 horas me duela algo o no; ya de noche llega mi favorito, el Granocyte, y la pastilla para dormir. A todo esto, si tengo náuseas más fuertes, me puedo tomar un Primperan antes de comer y de cenar y un Almax si me sube mucha acidez. ¿Qué, no es como para montar una farmacia?

Ahora, sábado por la mañana, no me encuentro demasiado mal. Estoy esperando el golpe fuerte, que sé que llegará esta tarde o mañana, pero ya será el antepenúltimo. Ya estoy en el tiempo de descuento: 3, 2, 1…

viernes, 3 de octubre de 2008

Ponerle puertas al campo


Esta noche Garci y Joan Ramon presentan el libro El camí de Ternelles. Història, natura, problemàtica, tancament i excursions per un paratge inolvidable. Yo he tenido el privilegio de conocer el texto casi en primicia y por eso puedo asegurar que es más que recomendable.

Desafortunadamente, no voy a poder ir al acto de presentación aunque estaré con ellos con el pensamiento desde la distancia. Desde aquí me gustaría hacerles saber, a ellos y a los que no todavía no conozcan el opúsculo, que su iniciativa es, además de acertada, necesaria. Es una vergüenza que uno de los parajes más hermosos de la isla siga siendo la finca de recreo particular de una sola familia -en realidad de una sola persona, a la que encima se le sigue dedicando el título honorífico de La Senyora, cuando yo creo que el señorío tendría que demostrarlo cumpliendo con la ley-, de cuya voluntad depende que te abran o no la barrera que impide el paso al camí de Ternelles y el Castell del Rei. A esa persona le da igual que haya sentencias en firme que confirman que el camino es público a todos los efectos, porque ella se pasa la legalidad por el forro de sus millones.

Las fotos que acompañan estas letras las tomé el pasado mes de febrero (antes del diagnóstico; visto ahora me parece que era otra vida). Para la excursión, intenté primero el cauce oficial: un número de teléfono de la Banca March. Obviamente, no me dieron autorización para pasar. Pusieron la excusa de que pasaba no sé qué con los ferrerets, y que los excursionistas los molestaban. Bastante mosqueada, intenté la otra vía: la extraoficial, también conocida como enchufismo. Alguien que conozco fue a ver al guarda de la barrera y todo se solucionó. Pudimos pasar sin ningún problema. Se ve que ya no molestábamos a los ferrerets, igual que no lo hacían los dos jeeps de cazadores con los que nos cruzamos o, peor aún, los quads de palmesanos con los que coincidimos al pie del Castell del Rei. Por cierto, uno de estos domingueros de libro, cuando comprobó que había una cadena que impedía entrar en el recinto del castillo, comentó “¡pues vaya rollo haber venido hasta aquí para nada!” ¡Para nada! ¡Si hay poquísimos caminos y poquísimas vistas tan espectaculares en Mallorca! ¡Como si el camino no fuera en sí mismo ya la mayor recompensa! Y a ese tipo de gente, con nula sensibilidad ecológico-naturalista o como se le quiera decir, se le había abierto la muralla, para que mancillara a gusto el lugar con el estrépito de los motores de sus vehículos, supongo que porque conocían a alguien que conocía a alguien.

Me molesta que las cosas funcionen así y por eso son tan loables iniciativas como la que ha motivado esa entrada o como la labor que realizan los defensores de los caminos públicos de Mallorca. Se dice que no se le pueden poner puertas al campo, pero cuatro propietarios desaprensivos lo intentan. Si no se denuncian sus actuaciones y nos ponemos manos a la obra, lo conseguirán.