jueves, 27 de noviembre de 2008

Primer contacto con la radioterapia

Cuando digo primer contacto me refiero solamente a un contacto teórico, porque el martes tuve mi primera visita con el médico que me tiene que poner la radioterapia.

El doctor V. es del modelo supermilikito pero más. No es sólo dulcísimo en el trato, sino que es paciente y te trata como si tuviera todo el tiempo del mundo para explicarte en qué consiste el tratamiento y los posibles efectos secundarios. Además, es muy pedagógico a la hora de explicarse. Físicamente es como un abuelo de cuento, con el pelo y la barba blancos. Lo peor que me llamó fue “preciositat” y me trató tan bien que no puedo dejar de pensar en cómo he mejorado en ese sentido. El Hombre Que Nunca Sonríe no puede ser más seco en el trato; la doctora G. –mi oncóloga- es de trato muy agradable y el doctor V. es afectuoso en extremo. Está bien ir de menos a más. Por otra parte, resulta que tiene una casa en Pollença, adonde cuenta con retirarse, y tenemos conocidos comunes, de los que nos dedicamos a hablar distendidamente un rato. Ya digo: como si no tuviera ninguna prisa.

Después de estudiar el informe que me preparó la oncóloga, utilizó una expresión que yo misma he usado muchas veces durante estos días: “a partir de ahora todo es cuesta abajo”. Añadió que conmigo seguiría el tratamiento estándar en estos casos: primero me van a hacer un TAC para decidir exactamente dónde me van a radiar, después me tatuarán tres puntos que servirán de referencia a la hora de utilizar la máquina y a continuación tendré que ir durante treinta días hábiles hasta completar las treinta sesiones del tratamiento preceptivas. Me dejará descansar los días de fiesta y los fines de semana, con lo cual no acabaré con todo esto hasta seis semanas después de la primera sesión, contando a cinco por semana si la máquina no se estropea, que es algo, por lo que me contó, bastante común. No podré empezar con la radioterapia hasta después del día 13 de diciembre, cuando haga un mes de mi última quimio.Insistió en que no voy a notar absolutamente nada y en que todo esto me va a permitir hacer vida normal. “Vendrás conduciendo tu coche y te irás conduciéndolo igualmente”, concluyó.

Luego llegó el turno de mis dudas. Le pregunté algo tan básico como por qué es necesaria la radioterapia. Supuestamente la quimioterapia sirve para matar cualquier microcélula susceptible de reproducirse, así que no entendía por qué me tenían que radiar después. De forma clara, me explicó que un tal Fischer se dedicó a extirpar el pecho a todas las mujeres con cáncer de mama que trató. Con ello descubrió que el 30% de ellas tenían células cancerosas microscópicas, incluso en casos en los que el tumor tenía los bordes perfectamente respetados (como en mi caso). Resulta, por otra parte, que cuando se interviene quirúrgicamente a alguien, la zona operada tiene problemas de riego a causa de los cortes y por ello la quimioterapia no llega con la misma efectividad a esa parte, justamente la que más lo necesita. Por eso es necesaria la radioterapia, que alcanza lugares donde los sueros quizás no han penetrado con la contundencia deseable. En conclusión, es necesaria y complementaria. Aun así, me ofreció la posibilidad de no ponérmela si no quería y si prefería pensar que no tengo por qué estar en el 30%. En mi caso la estadística juega en contra, así que no me voy a arriesgar.

Si lo pienso, lo extraño es que, hasta ahora, ningún médico de los que me han tratado me había consultado explícitamente sobre si iba a seguir el tratamiento que me proponían. Todos han dado por hecho que lo haría. Alguien me preguntó el otro día si no había vivido todo esto como una pelea. Mi respuesta fue que mi sensación que he tenido es la de estar siendo llevada por una corriente. Sigues porque te arrastran, primero las pruebas diagnósticas, luego las intervenciones quirúrgicas y más tarde la quimioterapia y la radioterapia. Vas haciendo y te dejas llevar.

Desde abril, nunca había tenido un periodo tan largo sin ver a médicos como el de estas semanas. Voy a disfrutar de él tanto como pueda.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Praga

Para hacer sólo una semana de mi última quimioterapia, en el viaje a Praga me he sentido sorprendentemente bien. Las otras veces que había salido de Mallorca había sido en la siguiente semana, justo antes de la siguiente dosis. Esta vez me arriesgué algo más, aunque tenía una especie de seguro adicional: me iba con Cati, que es una enfermera estupenda. Pensé que, si me ocurría algo, ella sabría qué pedir en una farmacia. Menos mal que no me pasó nada, porque me fui sin el informe de la doctora que me llevo a todas partes por si me pongo mal en algún momento y tengo que ir a urgencias a que me den algo.

Una de las cosas que más me preocupaban eran mis pies. Ha sido lo que peor he llevado durante estos meses, hasta el punto de que este verano no podía ponerme ni las sandalias más cómodas que tengo. He tenido los pies hinchadísimos, llenos de ampollas y me dolían hasta las uñas, de las que voy a perder cuatro irremediablemente. Con este panorama, tener que meterlos en mis botas de pelo por dentro, con las plantillas de lana, con calcetines gruesos y medias debajo me parecía una utopía. Está claro que si alguien va a Praga hay que patear la ciudad y si, además, se va en noviembre tiene que llevar calzado bien caliente. Pues bien, mis pies, que al fin y al cabo son parte de mí y por eso les debe de gustar tanto viajar, han decidido comportarse y después de un primer día de aclimatación (se me hincharon aún más a causa de los vuelos) se han portado como campeones y han caminado horas y horas con frío, con lluvia y, los dos últimos días, con mucha nieve.

Ha nevado mucho. El sábado, cuando nos despertamos, estaba empezando y, como no paró en todo el día, cuajó enseguida. Fue el día en que teníamos pensado ir hasta el Castillo de Praga y, al estar más elevado que la Ciudad Vieja, tuvimos unas vistas espectaculares. La nieve, para los que no tenemos que convivir con ella cotidianamente durante seis meses al año, le da a todo otra pátina. Además, hace a invierno. Y lo que yo digo es que, si hay que pasar frío, como mínimo que nieve, que es pintoresco.


No todo ha sido patear la ciudad, de la que no voy a citar lo que vi, porque es lo típico y tópico. Ha habido cultura vespertina, de menos a más. El jueves tocó teatro, el sábado concierto y el domingo ópera. Digo que fuimos de menos a más porque lo del jueves fue la decepción de mi vida. Ahora haré de Abuelo Cebolleta y contaré una anécdota de cuando era joven.

Recuerdo perfectamente la primera vez que fui al teatro. Antes había visto funciones escolares y de club d’esplai, pero la primera vez que fui al teatro de verdad fue con mi clase de 1º de BUP. Nos llevaron al Auditórium de Palma a ver El Teatro Negro de Praga. Yo salí absolutamente transformada de allí, pensando que aquello era lo que quería ver el resto de mi vida. Así que puedo fechar perfectamente mi afición por el hecho teatral. Se entenderá, entonces, que me hiciera tanta ilusión ver teatro negro justamente en Praga. Fuimos al teatro Image, que nos recomendaron en especial entre toda la oferta de ese tipo de representación que se ofrece en la capital checa –como una docena de recintos- y la cosa no pudo ser peor. Hubo mucha pantomima y poquísimo teatro negro. Pero es que la pantomima fue mala con avaricia (en mis clases de teatro no nos dejarían representar algo así ni en primero) y el teatro negro perdía constantemente su magia, al desvelar cuáles son los principios que permiten crear la ilusión. En fin, de pena. Quiero pensar que nos equivocamos de espectáculo y que hay teatro negro digno en Praga.

También para guiris fue el concierto en la iglesia, uno de tantos de los que se ofrecen por toda la ciudad, que se podrían calificar como “música clásica para principiantes”. Mucho mejor fue la ópera, en el Teatro Nacional. Vimos “Las Bodas de Fígaro” en un montaje más que digno y con unos cantantes de esos que hacen creíble su papel. Aunque no fue barato (60 euros la entrada), valió la pena. Después de todo, la ópera aquí es más cara.

Hoy me toca descanso relativo (voy a ir a clase esta tarde) y mañana tengo hora con el médico que me va a poner la radioterapia. Entraré en la tercera fase del tratamiento, que no me dejará moverme de la isla durante cinco semanas. No sé si me va a entrar claustrofobia…

viernes, 21 de noviembre de 2008

Y hoy Wally está en Praga

Ya avisé de que quería celebrar el fin de la quimioterapia a mi manera. Así que estoy en Praga desde ayer, jueves, y me voy a quedar hasta el domingo. Igual que muchos hombres a partir de cierta edad cambian a una mujer de cuarenta por dos de veinte, yo he cambiado el Gran Viaje de todos los veranos por tres más modestos; a saber, Berlín, Dublín y Praga. Ya sé que me tocaba otra ciudad acabada en ~ín, por aquello de la rima, pero Pekin no me apetece mucho y está demasiado lejos, incluso para mí (al final, ha rimado).

Nunca había estado en Praga. Me está pareciendo una ciudad magnífica. Hasta ahora tengo la impresión de que es una bombonera, preciosa por fuera aunque de escasa utilidad. A quién le importa, si hay tantos rincones para fotografiar y tantos edificios para admirar. Hay hordas y hordas de turistas italianos y españoles que han pensado lo mismo, y están invadiendo cada callejuela a pesar de que estemos fuera de temporada.

Los turistas somos de lo más valiente. Da igual que haga un fríoque pela. Si se ha llegado hasta aquí se pasea, caigan chuzos de punta o estemos a diez grados bajo cero. Hoy hasta nos ha caído una especie de aguanieve heladora. Menos mal que he venido equipada como para atravesar el Polo Norte, que si no a ver quién aguanta estas temperaturas.

Como viene siendo habitual, al volver a Mallorca retocaré esta entrada, para corregir todos los acentos pendientes, colgaré alguna fotografía y responderé a todos los comentarios que tengo por ahí pendientes.

martes, 18 de noviembre de 2008

¡Prueba superada!

Hace años, cuando sólo teníamos una cadena y media, había un programa de televisión en el que un sufrido concursante iba enfrentándose a diferentes pruebas por un plató mientras, al mismo tiempo, una voz de ultratumba le iba haciendo preguntas que debía responder. Entonces las pruebas parecían realmente sádicas por su dificultad y maquiavelismo, aunque viendo lo que vino después con el humor amarillo y demás hoy parecerían más propias de los teletubbies que de un concurso que se llamaba “Si lo sé, no vengo”. Cada vez que el participante culminaba uno de esos obstáculos con éxito se oía un “¡Prueba superada!”. Durante la quimioterapia me he repetido muchas veces ese “Si lo sé, no vengo” (como si hubiera tenido otra opción) y las primeras palabras que me vinieron a la mente después del fin de semana tras mi última sesión fueron, justamente: “¡prueba superada!”.

El martes después del último jueves con sueros puedo decir que ha pasado lo peor. Esta mañana ni siquiera he tomado nada de medicación. Lo único que me falta es una inyección de Granocyte. Si me hubiera hecho un poco más la remolona, la doctora me las habría perdonado esta vez. Se lo insinué solamente, y me recomendó continuar con ellas, ya que me habían ayudado a recuperarme rápidamente las otras veces. He preferido no arriesgarme a dejarlas, por si acaso.

Como he venido diciendo en los comentarios, esta vez ha sido tan fácil como la penúltima. El domingo estuve algo peor que el resto de los días, pero ayer salí ya a dar una vuelta. En realidad, fui a comprar un par de cosas que me hacían falta y otras que no necesitaba nada, pero no se puede ir a un centro comercial con el estómago vacío: se acaba comprando un montón de comida que en otras circunstancias no habría pasado por caja.

Ayer llamé a la Clínica M., donde me van a poner la radioterapia, y me querían dar hora para hoy mismo. Como no es cuestión de una semana más o menos, pedí que me la cambiaran para el próximo martes. Necesito descansar, aunque sólo sea mínimamente, del olor a hospital. No sé si le pasa a alguien más. Desde que en El Año el Desastre pasé por el quirófano unas cuantas veces he desarrollado una especie de rechazo visceral a cómo huele esa mezcla tan especial a lejía, desinfectante y medicamento. Al entrar en un recinto sanitario necesito unos segundos para respirar hondo y acostumbrarme. Los pies, sin embargo, me piden salir corriendo. Me pasa hasta cuando voy al oculista. No me queda más remedio que plantarme, entrar y sonreír, aunque poca gente sabe lo que me cuesta.

Un día escuché en la radio un programa en el que mujeres que habían padecido cáncer de mama reclamaban que el cannabis fuese considerado un tratamiento terapéutico para paliar los efectos de la quimioterapia. Una, que lo había utilizado de forma satisfactoria, explicaba que después no hay riesgo de adicción, porque el subconsciente asociaba el olor de la droga a la quimioterapia y rechazaba aquella radicalmente. A mí me está pasando lo mismo: el té frío, prácticamente lo único que bebía en verano, ahora no lo puedo ni ver y un gel y una loción para el cuerpo especiales para pacientes en tratamiento, que me vendieron donde el pelo, me echan para atrás. Sé que los voy a asociar a los sueros indefectiblemente. Si esa es la única secuela que me queda, lo firmo.

Por lo demás, todavía tengo las encías algo hinchadas, los pies como dos sobrasadas, la prótesis capilar fatal (el día del apagón me tocaba arreglo y al no haber luz no me la pudieron lavar y peinar comme il faut) y me noto algo cansada, pero estoy tan, tan contenta de haber acabado con esto que voy a celebrarlo a lo grande. Pronto cuento lo que tengo preparado. Mientras, voy a tomar prestadas las palabras que Almudena Grandes utilizó ayer en su artículo de El País para expresar algo de lo que siento: “Gracias a todos. A los conocidos y a los desconocidos. A los viejos amigos, a los amigos recientes y a los que están por venir. Gracias de corazón, por ser tantos, y por ser tanto”.

viernes, 14 de noviembre de 2008

13 de noviembre de 2008

Ayer tuve la última sesión de quimioterapia. Por cierto, fue para mí la fecha de un aniversario: hacía justo 10 años de mi nefrectomía. Me dio la sensación de cerrar un círculo: mi riñón derecho, mi ovario derecho, mi mama derecha. Otra curiosidad numérica más: empecé la quimio un 31 y la acabé un 13. Si fuera supersticiosa diría que un número capicúa me tiene que dar suerte. Nadie me puede argumentar que el 13 y la buena fortuna no casan: yo aprobé oposiciones un martes 13… Algunos alumnos me han dicho cuando se lo he contado: “sí, sí… ¡buena suerte para ti pero mala para nosotros!”

Parece mentira. Cuando me dijeron que me tendrían que someter a ese tratamiento veía ese final lejanísimo, como si no tuviera que llegar nunca. Y hoy ya estoy en el día después. Todavía no voy a lanzar las campanas al vuelo. Esperaré hasta el lunes, por si acaso el achuchón me aprieta un poco más que la última vez. No tiene por qué ser así, entre otras cosas porque tengo la analítica incluso mejor: menos anemia, mejor hematocrito y valores dentro de rango en muchos otros ítems que no sé interpretar. La enfermera me dijo que he hecho lo que ellas llaman “modelo montaña”, con el pico en la cuarta sesión y una mejoría notable las últimas veces.

La verdad es que ayer me fui a la clínica sin estar convencida del todo de que me enchufaran. Supongo que muchos sufristeis el apagón de hasta siete horas en muchas zonas de Mallorca; los que no tenéis la suerte de vivir en esta isla maravillosa, que se colapsa enterita –y arrastra también a Menorca- por un rayo en una central eléctrica gracias a que aquí la energía sigue siendo un monopolio, seguro que os habréis enterado por las noticias. Pues bien, cuando me tocaba entrar la luz aún no había vuelto. Por suerte, la clínica P. es nueva y cuenta con un grupo electrógeno que lo aguanta casi todo.

Las que ya no aguantan más son mis venas. Hasta ahora no había tenido ningún problema para que me pincharan en el brazo izquierdo (el derecho no lo pueden utilizar por ser el de la mama afectada), pero ayer salí hecha un acerico: lo intentaron en la flexura y me rompieron la vena; después le tocó al lateral de la muñeca, con el mismo resultado; a la tercera fue la vencida, y encontraron una vena en la mano que resistió lo justo. Vamos, una sesión más y no me libro del portacath.

El resto fue como siempre: la analítica previa que ya he comentado, los cinco sueros, la visita de la doctora… La perspectiva de que era el ciclo final lo cambiaba todo: era la última vez y puedo asegurar que no lo voy a echar de menos, por mucho que yo sea una mujer de costumbres. Mi doctora estuvo especialmente cariñosa, alabó el ánimo y la actitud con que lo he afrontado y a Biel –que, para no perder nos buenos hábitos, me vino a buscar- le dijo: “Es toda una campeona”. No me siento así, porque no he hecho nada más que lo que me han dicho que haga, aunque debo reconocer que me gusta que me reconozcan algún mérito que no creo haber demostrado. A todo el mundo le gusta lo que en mallorquín llaman "una ditada de mel".

Ahora empieza la tercera parte, entendiendo que la primera fueron las operaciones y la segunda la quimioterapia. Otra vez debo buscarme la vida: tengo que ir a que me firmen una nueva autorización y después llamar a otra clínica, la M., que es la única que hace los tratamientos de radioterapia en Mallorca. Será allí donde, con el informe que me ha preparado la doctora, decidirán cuántas sesiones serán necesarias. Descansaré unas tres semanas y empezaré entonces con la tostadora y el tratamiento hormonal en pastillas que deberé seguir durante cinco años.

Por cierto, ayer por la tarde vi un ratito un programa de televisión en el que rescataron fragmentos de la entrevista que por la mañana Ana Rosa Quintana le había hecho a Mª Teresa Campos. A esta última la habían sometido a una operación, presuntamente de amigdalitis, hace unas cuantas semanas. Al final, ha resultado ser un cáncer. Sabéis que he manifestado muchas veces, en diferentes cuestiones, que ante la enfermedad todo el mundo afronta lo que se le viene encima como puede y sabéis también que soy profundamente respetuosa con todos aquellos que han decidido cosas que yo no haría. Ahora bien, poniendo por delante mi solidaridad de afectada y mis deseos de pronta recuperación, me indignó que Mª Teresa Campos se negara a pronunciar la palabra cáncer. Y lo dijo así, que no quería que saliera de sus labios. Otra vez el tabú. En su caso me parece especialmente grave, porque es una referencia para muchísimas mujeres de este país, que continuarán uniendo inconscientemente cáncer y muerte si no somos capaces de normalizar la enfermedad. Y esa normalización empieza por ser capaces de llamar a las cosas por su nombre, porque es el lenguaje el que nos da la visión del mundo.

Hablando de lenguaje, dejadme que os pida algo que no tiene nada que ver con todo lo anterior. Mi poeta vivo favorito es Luis García Montero. Seguramente habréis leído que ha sido condenado (injustamente condenado, desde mi punto de vista) por injurias a un compañero de departamento que no hace más que soltar disparates por la boca (que Lorca era fascista, por poner sólo un ejemplo). Me gustaría que firmarais un manifiesto de apoyo, porque es una pena que la universidad pierda a uno de sus mejores profesores. Yo he tenido el enorme placer de asistir a dos conferencias suyas, después de la segunda incluso intercambiamos opiniones sobre la docencia, y puedo decir que es un profesor modélico y una persona de una humanidad demostrable. Si os animáis a dejar constancia de vuestra solidaridad, lo único que tenéis que hacer es enviar un correo a la siguiente dirección: apoyoaluisgarciamontero@gmail.com. No os costará nada, él os lo agradecerá y yo más aún. Gracias anticipadas.

martes, 11 de noviembre de 2008

Cáncer y aspecto físico (II)

Para el ciclo formativo que estoy haciendo, tenemos que hacer una simulación de empresa para final de curso. Yo quiero crear asesoría integral para enfermos de cáncer, que funcionaría como una empresa de servicios al estilo de las que organizan bodas, una especie de enlace entre las afectadas y todos aquellos lugares o todas aquellas personas que pueden ayudarlas a verse mejor. Ya sabéis que, en mi opinión, verte mejor ayuda a recuperarte antes.

Este verano me dijeron que funcionaba una página web de la Asociación Española de Estética Reparadora Integral (www.aeeri.org). Cuando entré, me decepcionó. Básicamente lo que se puede encontrar en ella son dos archivos en PDF (una guía para pacientes oncológicos y otra de hábitos estéticos para niños y adolescentes en tratamiento oncológico) con algunos consejos y unos enlaces con la Asociación Española Contra el Cáncer y con la página de Ángela Navarro, una de las socias fundadoras de la AEERI.

La guía AEERI para pacientes oncológicos es excesivamente general y, además, da algunos consejos con los que no estoy en absoluto de acuerdo. Por ejemplo, desaconseja rotundamente las prótesis capilares fijas como la que yo llevo. No lo acabo de entender. A mí me ha ayudado más verme cada mañana al levantarme con una melena estupenda que algunas terapias que pudiera haber seguido.

Ángela Navarro (www.angelanavarro.net) ofrece un servicio de estética reparadora para tratamientos médicos agresivos en sus dos centros, uno en Madrid y otro en Alicante. Yo estoy pensando en hacer más o menos lo mismo en Mallorca, aunque yendo un poco más allá, porque no me limitaría a ofrecer los servicios de un solo centro (como hace Ángela Navarro que, naturalmente, recomienda sus propios tratamientos) ni me ocuparía tan solo del cuerpo y el rostro. Aprovechando lo que estoy aprendiendo en el Ciclo de Asesoría de Imagen, también ayudaría con la ropa, con el calzado y los complementos e, incluso, con los contactos necesarios para recuperar la forma física tras el cáncer.

Así, mi hipotética empresa tendría en cuenta lo que se puede hacer antes, durante y después de la quimioterapia y/o la radioterapia.

Antes, se pueden microtatuar las cejas y, a veces, también es interesante un curso de automaquillaje (se cambia mucho cuando se sabe hacer uso de la “chapa y pintura” de forma adecuada). También hay que pensar en la cuestión del cabello (ir cortándoselo o preparar la prótesis o la peluca).

Durante el tratamiento, se ofrecerían centros de masajes y fisioterapeutas especializados; además, en esos meses el fondo de armario también tiene que sufrir modificaciones: la ropa anterior suele molestar y contar con una especie de “personal shopper” que nos ayude y nos asesore viéndonos “desde fuera” no es ninguna tontería. No es sólo eso: los pies se hinchan y saber qué zapaterías tienen hormas de anchos especiales es importante, igual que conocer qué corseterías ofrecen sujetadores y prótesis especiales para mujeres que han sufrido masectomías.

Después, mi empresa ofrecería nombres de entrenadores personales (que ayudaran a las afectadas con un plan de puesta en forma física), de dietistas (para quien quiera o necesite recuperar su peso anterior) y de otros servicios de estética más mundanos, como escultura de uñas.

El problema fundamental de todo esto es, como decía una copla popularizada por Lola Flores, el maldito parné. Todo lo que yo he dicho cuesta un buen montón de euros: una peluca decente ronda los 600; una prótesis capilar fija no baja de 1200; un curso de automaquillaje se va a los 200…

sábado, 8 de noviembre de 2008

Cáncer y aspecto físico (I)

¿Es posible que te vean guapa mientras estás en tratamiento de quimioterapia? ¿Es posible verse guapa? La respuesta a la primera pregunta es “rotundamente sí”; respecto a la segunda tengo mis dudas, más que nada porque una ve los rápidos cambios que se operan en su cuerpo y no se acaba de gustar, un poco como les pasa a los adolescentes, a los que les cuesta acostumbrarse a sus nuevas medidas y se van golpeando con las esquinas.

Lo que me ha pasado a mí es los otros me ven mejor de lo que yo me veo. Tanto la gente que sabe por lo que estoy pasando (lo que mi profesor de teatro llama “público comprado”, los familiares y amigos que aplauden al final de la función aunque lo hayas hecho de pena) no deja de repetirme que estoy estupenda. Pero lo que es más extraño es que hay personas que no saben qué me ha ocurrido y que me dicen que me ven muy guapa. El otro día hasta me preguntaron si me había hecho algún tratamiento de cirugía estética. Supongo que es por lo que ya conté: tengo la cara más rellena y las arrugas de expresión más borradas. Por otro lado, ahora no salgo ni a comprar el periódico si no voy arreglada. Encima, ensayo conmigo misma todo lo que estoy aprendiendo en las prácticas del Ciclo de Asesoría de Imagen y creo que mi forma de aplicarme la “chapa y pintura” ha mejorado notablemente. Para mí la diferencia definitiva ha resultado maquillarme (no puedo decir “pintarme”, que mi profesora de prácticas me riñe cada vez que me oye decir eso) las cejas. No las he perdido del todo, aunque se me han quedado más pobres y cortas. Saber cómo pasarme el lápiz para que parezca que las tengo tan tupidas y largas como antes hace que me vea mucho mejor.

Antes de todo esto, yo misma asociaba el cáncer y la quimioterapia a un deterioro físico patente. Para mí, la enfermedad y, sobre todo, el tratamiento iban indisolublemente unidos a un aspecto enfermizo: piel extremadamente pálida, falta de cejas y pestañas, aumento de peso y, claro, el pañuelo o la calva.

No ayuda nada el hecho de que las mujeres famosas afectadas de cáncer de mama desaparezcan de la escena pública durante los meses de la quimioterapia. Es un hecho que, salvo alguna excepción muy extraña, actrices o cantantes comunican que padecen la enfermedad, no vuelven a dar la cara durante el tratamiento, y sólo reaparecen cuando ya han acabado con los sueros y la radioterapia. Es curioso porque, además, suelen salir en las revistas después con la coletilla de “muy recuperada del cáncer de mama que padeció”, pero se nos hurtan imágenes suyas durante el proceso. Por eso yo también pensaba que me esperaban cuatro o cinco meses de reclusión doméstica -realmente creía que durante la quimioterapia la gente no salía de su casa- y de verme fatal cada vez que me enfrentara al espejo.

Pues bien, he descubierto que durante la quimioterapia se puede –y yo diría se debe- salir de casa y, además, se puede salir bien guapetona. Se use pañuelo o peluca, una se puede arreglar, teniendo siempre en cuenta una serie de peculiaridades. No le voy a decir a aconsejar a nadie que no se maquille nunca que lo haga a partir de ahora; sin embargo, yo creo que algo de color en la cara (una base de maquillaje o una crema hidratante con color) ayuda a verse mejor y pienso que eso influye en una recuperación más rápida.

Reflexionar sobre todo esto me ha llevado a una idea que contaré el próximo día que escriba.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Aclaración

Aun sin saberle poner nombre, siempre me ha fascinado el acto comunicativo. Cuando era pequeña, uno de mis juegos favoritos era aquel en el que una primera persona le contaba algo al oído a una segunda, esta a su vez a una tercera y así sucesivamente. Me encantaba comprobar cómo el mensaje original llegaba completamente irreconocible al final, más distorsionado cuanto más larga era la fila de participantes. En teatro hemos hecho actividades basadas en el mismo principio, y nunca deja de sorprenderme cómo muchas veces oímos lo que queremos oír y a eso, además, le añadimos lo que nos parece para que la realidad no nos estropee una buena historia.

Al abrir el blog, una de mis pretensiones fundamentales era que lo que me pasaba llegara a la gente que pudiera estar interesada de forma completamente fiable, sin intermediarios y de primera mano. Justamente porque sé cómo funciona el proceso de transmisión del mensaje, quería que las novedades salieran de mí, para evitar especulaciones y, sobre todo, inexactitudes.

Pues bien, el proceso comunicativo tiene vida propia y, al final, acaba sorprendiendo. ¿Por qué cuento esto? Pues porque hoy he ido al instituto y una de mis compañeras de departamento –que no quiere entrar en el blog por una razón muy concreta y respetable- me ha dicho que una amiga común la ha llamado esta semana muy preocupada por mí, porque la madre de un alumno le ha dicho que ella ha leído aquí que tengo metástasis. ¡Uf! Mi compañera estaba preocupada, aunque tampoco le cuadraba mucho lo que le decían ni con mi aspecto ni con lo que yo le voy contando en persona cuando nos vemos.

Para que no quede duda, y para evitar que el mensaje llegue al final de la fila sin corresponderse con la realidad, lo diré bien claro: no tengo metástasis. Lo conté en su momento, y es muy posible que no me explicara bien y que por eso se haya ido diciendo algo que no era cierto. Hablando en sentido médicamente estricto, tuve metástasis en algunos ganglios, pero ahora estoy limpia como una patena. Es muy normal que el cáncer de mama alcance los ganglios de la axila, que es lo que a mí me pasó. Eso, que también se le llama metástasis, no alcanza ni siquiera la categoría de tumor pequeño. Sólo significa que algunos ganglios tienen algunas células cancerosas. Yo sólo tenía contaminados el centinela (donde drena el tumor) y los tres primeros de los doce que me quitaron en la axila. Cuando le pregunté a El Hombre Que Nunca Sonríe si era posible que las células cancerígenas se saltaran esos ganglios limpios que me quitaron y fueran a los que me quedaban más allá, me dijo que la posibilidad era remotísima. En resumen, después de haberme quitado el tumor y del vaciamiento axilar no tenía –y no tengo- ningún rastro detectable de cáncer en mi cuerpo. Obviamente, siempre puede haber alguna célula rebelde, sola y perdida por ahí, y para acabar con ella me ponen la quimioterapia, sólo por si acaso.

Hoy no quería hablar de esto. Tenía preparada otra entrada, que tendrá que esperar. De verdad de la buena: no tengo metástasis y estoy como una rosa. Tanto que mañana me voy a la feria Nupcial a maquillar y a asesorar a las novias que cometan la temeridad de ponerse en manos de una alumna tan inexperta como yo. Pobrecillas. Casi, casi les voy a recomendar que no se casen. Así todas nos ahorramos sufrimientos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Quinta sesión de quimioterapia

Mi padre habla muy poco, pero cuando lo hace suele tener más razón que un santo. Además, utiliza casi siempre unas frases lapidarias de las que algún día haré una antología (tiene una para que alguien salga de su coche que si no me ha causado un trauma infantil es porque soy un tanque). Entre ellas, usa algunos refranes realmente curiosos que sólo le he oído a él. Su gusto por este tipo de fórmulas hechas le llevó a repetirme, antes de mi penúltima sesión de quimioterapia, que “no hay quinto malo”. Pues esta vez también tenía razón.

De las cinco sesiones que ya llevo, esta ha sido la mejor con diferencia. Es verdad que fui a ponerme los sueros con una analítica ligeramente mejor que la vez anterior. También es cierto que no tenía en el cuerpo la paliza del cambio de piso. Aun así, no acabo de entender una diferencia tan sustancial: nunca había salido de la casa de mis padres antes del miércoles siguiente a la sesión, y esta vez el lunes ya estaba desesperada por que me diera el aire en la cara, así que salí a dar una vuelta y hasta me comí un pa amb oli en un bar de S’Arenal. El martes fui a clase a partir de las cinco y el resto de la semana he hecho “mi” vida normal.

Achaco la mejoría a dos cosas. Por primera vez he estado tomando un protector gástrico antes de la medicación. Cuando le pregunté a la enfermera si podía tomarlo, me miró muy sorprendida y me dijo: “Ah, ¿o no lo estabas tomando hasta ahora? ¿Y te tomabas toda la medicación a pelo? ¡Eres una campeona!”. “Sí, una campeona con el estómago destrozado para siempre”, estuve a punto de contestarle. En fin, que con una pastillita en ayunas no he tenido tantas náuseas ni me ha subido tanto la acidez. Al final va a resultar que las ganas de vomitar no tenían tanto que ver con la quimioterapia como con el cóctel de medicamentos que me estaba tomando para paliar sus efectos.

La segunda razón por la cual creo que todo ha ido mejor esta vez es porque, tras diferentes cambios, por fin ahora han acertado con lo que tenía que tomar después de los sueros: además de mis inyecciones favoritas (las de Granocyte), del protector gástrico y del Emend los tres primeros días, durante cinco días he tomado solamente una pastilla cada ocho horas, Torecán. En su tónica, mi padre ha afirmado “a buenas horas mangas verdes”, pero yo, en la línea de optimismo en la que últimamente me muevo, pienso que si han dado en el clavo ahora, me queda una última sesión que será igual de buena que esta y eso significa que he tenido la medicación paliativa correcta para mí durante un tercio de toda la quimioterapia.

Ya sólo me queda una, la del 13 de noviembre. No me lo puedo creer. Por una parte, estos meses se me han hecho muy largos. Por la otra, se me han pasado más rápidamente de lo que pensaba. Chicos y chicas, esto ya está hecho. Después, sólo tendré que esperar a que me crezca el pelo mientras me ponen la radioterapia. Esa parte está chupada.