domingo, 28 de diciembre de 2008

La última actuación



Hace justamente dos semanas actué en el taller de escenas de Navidad del Teatre Sans. Yo hice de posadera, la protagonista de la obra de Goldoni que se titula así, de ahí la cofia con la que me vi obligada a salir a escena. Voy pintada como una puerta, que es lo que toca en teatro, porque los focos se comen cualquier maquillaje discreto. Me gustan las fotos que siguen, las de los momentos previos a salir al escenario, cuando en los camerinos todo son nervios y caos. Qué buen grupo formamos y qué bien nos lo pasamos juntos.


martes, 23 de diciembre de 2008

Algunos inconvenientes

He sufrido dos inconvenientes durante estos días. El primero tiene que ver con la radioterapia y el segundo con mi forma de comunicación. Empezaré por este último. El sábado me robaron el ordenador portátil y por eso he estado algo desconectada. Me dio una rabia terrible, no sólo porque me lo habían regalado y por eso le tenía un cariño especial sino porque tenía muchas cosas de las que no había hecho copia. He perdido fotos, documentos, material de mis clases como profesora y mis apuntes del ciclo formativo, porque suelo ir a clase con el portátil y tomar notas directamente, para no tener que pasar nada a limpio después. En fin, un desastre. He tenido que acogerme a un plan renove forzoso y he aprovechado para comprarme un ordenador más manejable y más fashion, aunque sé que eso no me resarcirá de los sucesivos pequeños disgustos que me llevaré cada vez que vaya a echar mano de algo y no lo encuentre.

Lo otro que me ha pasado es lo que ya me habían dicho que pasaría. El miércoles pasado fui a que me pusieran la tercera sesión de radioterapia. Cuando ya estaba cambiada con esa favorecedora bata verde (por cierto, algún día tendríamos que hablar del diseño de la ropa que te obligan a llevar en los centros hospitalarios; estoy convencida de que podrían pensar en algo que fuera a la vez práctico y algo más bonito), escuché que la doctora y los enfermeros hablaban, se quejaban, resoplaban y maldecían, por ese orden. Pensé que la máquina no debía de ir bien y así fue. Después de unos quince minutos de espera en uno de los cubículos que nos sirven de vestuario, me comunicaron que no sería posible ponerme el tratamiento porque la máquina se había roto. Por lo visto, llevaba días sin ir demasiado bien por no sé qué problema del ordenador central, y por eso sólo ponían atendían los casos menos graves (¡menos mal!), pero esa mañana se rompió para todos.

Para resumirlo, desde entonces he tenido que llamar cada mañana a primera hora a la Policlínica M. para que me dijeran si debía ir o no. Ayer vinieron la pieza estropeada y el mecánico de Madrid del que seguro que oiré hablar más veces y hoy me han radiado por tercera vez. Pensando que los días de fiesta (Navidad, Segunda Fiesta, Año Nuevo, Reyes y Sant Sebastià) y los fines de semana no me van a hacer nada, esto de la radio se va a alargar hasta como mínimo la primera semana de febrero. Supongo que después la oncóloga me querrá ver y quizás hasta me pida alguna prueba antes de darme el alta, así que mis planes de incorporarme al trabajo al principio del mes más corto del año no se van a poder cumplir. No contaba yo con que esto se alargara tanto, pero no puedo hacer mucho más que lo que hago.

No soy muy de la Navidad. De hecho, siempre que puedo me escapo a algún lugar, preferiblemente donde no se celebren estas fiestas para saltármelas en lo posible. Aun así, como sé que a mucha gente le encantan y alguno se puede sentir extrañado de que no haga ningún comentario al respecto, os deseo unos días agradables y, sobre todo, mucha salud, que al final termina siendo lo más importante, aquello de lo que depende el resto.

martes, 16 de diciembre de 2008

Me están radiando

El viernes me llamaron por teléfono de la Policlínica M. para que el lunes empezara con la radioterapia. Como se trata de sesiones diarias, hoy ya llevo dos y ahora sí puedo decir con toda la razón que llevo el pecho dibujado, no con un nombre de mujer sino con tres cruces (¡anda!, como las del Monte del Olvido: se ve que hoy va de canciones).

Cuando ayer llegué al centro de oncología que depende de la clínica, me encontré con M., la misma enfermera que me hizo el TAC, quien me explicó cómo sería el funcionamiento práctico del proceso a partir de ese momento. También me asignó una taquilla, donde tendré guardadas las que serán mi bata y mi toalla durante los días en que me tendrán como invitada diaria.

La de la simpática enfermera no era la única cara conocida con la que me encontré: la doctora que se encarga de todo el proceso es C., a quien he visto en unas cuantas ocasiones con motivo de mis cosas políticas. Está bien encontrarse con caras amigas en este tipo de situaciones. Da confianza, y eso no es una nadería cuando alguien se enfrenta a lo desconocido.

Rodeada de, además de por ellas dos, por otros dos hombres de bata blanca (¿médicos? ¿enfermeros?) me tuve que tumbar boca arriba en la camilla de la máquina y me colocaron los brazos como quieren que los ponga siempre: el derecho hacia atrás, por encima de la cabeza, y el izquierdo aguantándomelo a la altura de la muñeca. Después empezaron a cantar cifras, con decimales y todo. Con esos números, a los que los tatuajes servían de guía, se dedicaron con toda prolijidad a hacerme unas marcas en la mama afectada con un rotulador negro.

Una vez estuve bien dibujada y en la posición correcta empezó lo que es en sí el tratamiento. Un gran brazo articulado, que termina en una pieza redonda de unos ochenta centímetros de diámetro en la que se colocan unas placas metálicas, es el que se encarga de administrar la radiación: durante 25 días será en todo el pecho y las últimas cinco sesiones se centrarán en la cicatriz. Ese brazo radia en dos direcciones; en mi caso, primero de izquierda a derecha y luego al revés, de forma que los haces van en forma oblicua y abarcan toda la mama. El ruido que indica la radiación dura unos veinte segundos en cada tanda y yo no he sentido absolutamente nada ninguno de los dos días: ni calor, ni hormigueo ni nada de nada. Hoy, que no me han tenido que marcar, no he tardado ni diez minutos en entrar, ponerme la bata, ser radiada y estar de nuevo en el coche. Ayer, claro, tardé algo más por los dibujos que me hicieron.

Para que las marcas de rotulador no se vayan me las protegieron con un pedacito de esparadrapo transparente. Me tengo que duchar y secar con un cuidado especial, para evitar que se caigan las tiras adhesivas.

Respecto al resto, las únicas indicaciones que me han dado es que no me ponga desodorante ni crema en la zona que me radian para evitar quemaduras.

La verdad es que, si esto es todo, lo de la radioterapia está “chupao”. Tenían razón los que me dijeron que después de la quimioterapia todo era cuesta abajo. Lo peor es, de momento, que tengo que ir a una hora (las diez y media) que me parte la mañana por la mitad. La enfermera me ha asegurado que a partir de pasado mañana intentarán hacerme un hueco a la una y media, lo que me permitirá aprovechar mejor el día.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Soy una mujer marcada

Sí, lo voy a confesar aquí y ahora: soy una mujer marcada. Marcada por los tatuajes que ayer me hicieron después del TAC, y que tienen que servir como referencia cuando me pongan la radioterapia.

Ayer por la mañana, bien tempranito y con el diluvio universal cayendo, fui a la Policlínica M., donde voy a seguir el tratamiento a partir de ahora. No se puede decir que no me haya paseado por las clínicas privadas de Palma: me operaron las dos veces en una, me pusieron la quimio en una segunda y voy a tener la radio en otra distinta. A eso, claro, corresponden también médicos diferentes, cuya amabilidad en sentido ascendente comenté en otra ocasión.

Lo del TAC no tiene más secreto que no moverse mucho para que la prueba salga bien a la primera. Para hacérmelo vino una enfermera de oncología, supongo que porque así saben que se hace exactamente lo que necesitan. Cuando vio mis cicatrices (la del pecho y la de la axila) no pudo dejar de comentarme lo bien que me habían quedado, para añadir a continuación que: “yo veo unas cosas…” Y dejó la frase en suspenso. Me preguntó quién me había operado. “El doctor T.”-le dije yo. “Me lo imaginaba. Ese hombre tiene unas manos para patología mamaria excepcionales”. “Sí –pensé y estuve a punto de replicar-, unas manos fabulosass y un trato con las pacientes que deja mucho que desear”. No lo dije porque en este tiempo me he planteado muchas veces si hubiera preferido un médico más cariñoso y comprensivo que El Hombre Que Nunca Sonríe y que me hubiera dejado unas cicatrices de un dedo de anchura, como otras que llevo con toda la dignidad que puedo. Obviamente, la respuesta es “no”, así que no me voy a quejar mucho más.

Después de TAC vinieron las marcas. Como en la copla, yo pensé que iba a llevar el pecho tatuado, y no es así. Me hicieron tres puntos, que se confunden fácilmente con pecas (y más en mi caso, con todas las que tengo), uno en el centro y los otros dos a los lados, como a quince centímetros debajo de ambas axilas. Desde ayer, mi forma de ver a las personas que se hacen tatuajes ha cambiado sustancialmente: ¡Cómo duele que te dejen marcado para siempre! Tengo que tratar el tema con dos de mis hermanos, que lucen unos dibujos bien grandes y no recuerdo que se quejaran demasiado. Me imagino que en el caso de los que se tatúan voluntariamente se puede aplicar el “sarna con gusto”. En el caso de los que llevamos tinta bajo la piel por obligación, puedo decir que duele horrores.

Y eso fue todo. Me dijo la enfermera que me llamarían un día de estos para empezar la radioterapia al final de esta semana o al principio de la siguiente, y que intentarían darme siempre la misma hora para que me pueda organizar. Le pedí que fuera a mediodía, porque así podré aprovechar la mañana en Pollença, ponerme después la radioterapia, ir a comer a casa de mis padres y asistir por la tarde a las clases del Ciclo.

Por cierto, estoy encantada con el Ciclo Formativo. Me gustan los profesores, me gusta el contenido de las asignaturas y me gustan mis compañeras. Encima hay días que vas a clase y sales maquillada como una estrella de cine, así que no se puede pedir mucho más (la foto de hoy corresponde justamente al trabajo que hizo ayer una compañera conmigo). Estoy aprendiendo un montón de cosas, que seguramente no me serán de utilidad práctica en mi futura vida profesional, pero siempre he sido de las que han pensado que nunca es tarde para aprender y que todo lo que estudies te va a servir para, como mínimo, crecer como persona. Y todo esto es gratis. La enseñanza pública (igual que la sanidad pública) es en este país un lujazo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Un miércoles de cada tres

Desde el 30 de julio, un miércoles de cada tres se me cerraba el estómago y no podía dejar de pensar en lo que me esperaba a partir del día siguiente. Mi horizonte vital se cifraba en periodos de tres semanas y todo lo programaba en función de ese calendario. Hubo algunos miércoles especialmente duros (el del traslado a mi nueva casa, por ejemplo) y los hubo más llevaderos (cuando volví de Berlín). Eso sí, siempre, siempre, tenía que sobrellevarlos con una sensación de angustia difícilmente descriptible.

Hoy es todo lo contrario. Es mi primer miércoles de esos en los que no temo el jueves que sigue, porque he acabado con la quimioterapia. Mañana no tengo que ir a la clínica ni tengo que pasar el fin de semana en cama, sufriendo y viendo cómo los que me quieren sufren conmigo. No me tendré que volver a poner las inyecciones de Granocyte, que me provocaban hasta taquicardias. El alivio que se siente al haber acabado con lo peor del tratamiento hay que ir asimilándolo poco o poco, de la misma manera en que van remitiendo los peores efectos secundarios del veneno que te meten en vena. Todavía sigo teniendo problemas con los pies, mis ojos siguen estando más secos que el papel de lija y vivo con un moquillo líquido permanente que me ha colocado en alguna situación embarazosa, pero hasta eso va desapareciendo.

Lo más curioso es que ahora recuerdo cada vez menos lo que sentía durante la quimioterapia. Es maravilloso que la memoria sea tan selectiva, especialmente en lo que se refiere a los malos recuerdos. Además, quitando lo que he citado antes y la pérdida del pelo –que un día de estos me empezará a crecer y me picará horrores, ya me lo han dicho- en el cuerpo no quedan rastros ni dolorosos ni visibles del tratamiento, con lo cual una tiende a olvidar lo pasado. Un día de estos releeré lo que he ido escribiendo, pero prometo que ahora no recuerdo cómo fueron las sesiones dos y tres. Sí puedo rememorar la primera con bastante exactitud y me acuerdo de la cuarta como la más terrible. Las últimas, al ser más fáciles de llevar, también las tengo en la memoria. La segunda y la tercera es como si las hubiera borrado ya, como si no las hubiera pasado.

El subconsciente, por su parte, es libre. Conté en una entrada anterior que ahora no puedo soportar el gel ni la loción para el cuerpo que usaba en esos meses. A algunas comidas y bebidas que sigo asociando a la quimioterapia todavía les tengo manía y no sé si recuperaré una relación de normalidad con ellas alguna vez: al té frío le he cogido tirria y creo que nunca podré volver a tomar gazpacho. Algo extrañísimo es lo que me ha pasado con la música: el último CD de Coldplay, que me regalaron en verano y que me encantaba, me produce ahora una especie de rechazo y cada vez que oigo en la radio el “Viva la vida” tengo que cambiar de emisora. Lo otro raro es que asocio mi súper i-pod a los peores días, porque me lo llevaba a la clínica y porque lo escuchaba en casa de mis padres cuando me quedaba a que me cuidaran, y ahora también lo miro con aprensión. Quizás la clave esté en borrar todas las canciones que tengo y hacer una especie de tabula rasa. Ni os penséis que lo voy a regalar: aunque tenga que seguir alguna terapia especial, volveremos a ser amigos.

El resto es fantástico. Encontrarse bien no tiene precio, igual que recuperar la independencia y establecer una rutina. Por las mañanas me levanto muy pronto (tengo un sueño huidizo), estudio o hago los trabajos del Ciclo, almuerzo temprano y me voy a clase, desde las cuatro menos cuarto hasta las nueve y media. Llego a Pollença, ceno, leo algo e intento dormir. Voy recuperando las fuerzas pasito a pasito y tengo la impresión de que, un día de estos, volveré a ser la que era, sólo que mejor, más optimista y con más ganas de disfrutar de todo lo bueno que tiene la vida.