jueves, 23 de abril de 2009

Despedida y cierre

Cuando abrí este blog lo hice fundamentalmente con dos objetivos: utilizarlo como una especie de terapia que me permitiera verbalizar de forma ordenada lo que me estaba pasando e informar de primera mano sobre mi enfermedad. Hoy, muchos meses, dos operaciones, seis ciclos de quimioterapia y treinta y tres sesiones de radioterapia después, puedo decir que mis aspiraciones iniciales se han cumplido con creces. Es más, se han superado de una forma que al principio no podía ni soñar.

Lo cierto es que, al escribir la primera entrada, pensaba que poca gente me iba a leer. Aunque pueda sonar un poco extraño, me daba un poco igual, porque lo que yo quería era utilizar el blog para poner en palabras lo que me estaba pasando. Para mi sorpresa, he recibido miles de visitas (unas setenta diarias) y se han dejado cientos de comentarios. Por si esto fuera poco, este medio me ha puesto en contacto con personas a las que no conocía anteriormente, pero con las que he sentido una comunión especial, la de los que formamos la hermandad de ser o haber sido enfermos de cáncer, y me ha dado la oportunidad de reencontrarme con otras de las que me había alejado.

Después de haberlo pensado mucho, y con un nudo en la garganta y una sensación de melancolía que me cuesta describir, hoy publico mi última entrada. Concebí este blog como testimonio de mi experiencia por la travesía del difícil camino del cáncer. Mi intención no ha sido nunca contar mi vida, a pesar de que la página se llame como yo, sino explicar qué ha pasado por mi mente y por mi cuerpo durante estos intensos meses. Una vez cerrado el ciclo, no me parece necesario ni conveniente contar qué hago. Por otra parte, me niego a dejar que muera de muerte natural, no publicando durante semanas hasta dejarlo por completo, algo que me ha ayudado tanto en los peores momentos de mi vida.

Por eso, ahora, cuando me sé curada, creo que no tiene mucho sentido continuar publicando. Por eso, precisamente hoy, cuando hace un año que me dijeron que padecía un cáncer de mama, decido cerrar esta página. Eso no quiere decir que no vaya a dejar esta ventana abierta. Me gustaría que pudiera servir a más gente que está pasando por lo mismo, y por eso el blog va a estar aquí, en ese limbo que es el ciberespacio, hasta que algún administrador desconocido decida hacerlo desaparecer. Durante unos días más iré entrando por si hay comentarios que contestar. Repito que me está costando mucho, pero siempre concebí esto como algo que se debía concluir, algo con un principio y un final. Hoy siento que he cerrado un ciclo y escribir lo que ahora estoy escribiendo me parece lo más coherente.

Por si en un futuro más o menos lejano alguien quiere ponerse o seguir en contacto conmigo, mi correo electrónico es mariaantoniavaldivielso@gmail.com. Estaré encantada de recibiros en otra habitación, mucho más íntima.

Evidentemente, no puedo irme sin antes hacer algo que he hecho muchísimas veces a través de este medio, y de lo que no me cansaré nunca: dar las gracias. No tengo palabras –yo, que hablo tanto- para agradecer a todos los que me habéis animado, sostenido, ayudado, alegrado, emocionado, confortado… Como no me perdonaría olvidarme de nadie, me gustaría dar las gracias de forma global, antes que nada, a mi familia, la de aquí, la de Bilbao y la de Madrid; a mis amigos, a los que ya conocía antes y a los que he ido haciendo en el blog; a mis compañeros de trabajo; y muy especialmente a mis alumnos y ex alumnos, que me han hecho sentirme orgullosa de todos y cada uno de ellos y que han dado sentido al trabajo que he ido haciendo durante años.

Me despido con unas palabras que no son mías, sino de una de mis canciones favoritas, y que resumen en muy pocas líneas muchas cosas que siento y que yo no podría decir mejor:

Y en el futuro espero, compañeros, hermanos,
ser un buen tipo y no traicionaros.
Que el vértigo pase y que en vuestras ventanas
luzca el sol cada mañana.
Pero basta de lamentos,
brindemos, es el momento,
que estamos todos y no falta casi nadie,
que hay que apurar la noche que acaba de empezar.

Gracias y que la vida os sonría.

viernes, 3 de abril de 2009

Ni rastro de cáncer

Ayer por la tarde fui a ver a la oncóloga y, tal y como me esperaba, tuvo buenas noticias. Todos los análisis, radiografías y pruebas varias que le llevé o le llegaron están bien, así que hasta principios de julio no me tiene que volver a ver. En definitiva, estoy curada. No hay rastro de bicho ni de tumor en mi cuerpo. Son excelentes noticias. Sin embargo, no estoy tan eufórica como se podría pensar. Es lógico: me he ido haciendo a la idea poco a poco, no sólo porque me encuentro un poquito mejor cada día, sino también porque he ido preguntando y abriendo los sobres que me iban entregando, así que no cabía el factor sorpresa.

Y ahí quería llegar yo. Me gustaría que alguien me dijera por qué razón en clínicas y hospitales te dan los sobres de las pruebas que te solicita el médico cerrados. ¿Piensan que los pacientes no tienen que saber lo que pone antes que el médico? ¿Realmente se creen que la gente no corre a abrirlos? A mí me da un poco de apuro hacerlo delante del mostrador en el que me los han entregado. Eso sí, en cuanto estoy sentada en el coche abro los sobres con mucho cuidado. Si se trata de analíticas busco los asteriscos que indican algún rango fuera de lo normal y después paso la vista por el resto de resultados. Si son otro tipo de pruebas, leo y releo el informe (me doy cuenta, además, de que cada vez entiendo más palabras de la jerga médica). Al final, vuelvo a cerrar el sobre y ya me quedo más tranquila.

Esta vez la cosa ha sido algo más difícil, porque como me he sometido a las pruebas en la Clínica P., donde mi oncóloga pasa consulta, le han hecho llegar a ella los resultados directamente, así que hasta ayer no vi la copia de los informes. Claro que yo ya me había preocupado de preguntar cómo estaban las cosas que me iban haciendo.

En resumen, la doctora me encontró de maravilla, me volvió a felicitar por el ánimo y la fortaleza con la que he afrontado estos últimos meses y me puso un tratamiento distinto para sustituir el Tamoxifeno, siguiendo el parecer de mi ginecológo, al que había ido a ver la semana anterior.

Que nadie piense que estoy libre de visitas médicas hasta dentro de tres meses: me queda ir a ver a El Hombre Que Nunca Sonríe, a la endocrina, al ginecólogo otra vez para comprobar cómo me funciona en nuevo tratamiento, al nefrólogo y tengo que hacerme una densiometría ósea en junio. Se ve que no quieren que me aburra.

Lo que no han entendido los responsables de tanta cita es que no tengo tiempo de aburrirme. Al contrario, entre el teatro y el ciclo formativo (del que cada día estoy más contenta, aunque al mismo tiempo más triste porque ya se está acabando y lo voy a echar de menos lo que no está escrito) tengo mis días más que ocupados, tanto que voy a pedir una baja para descansar de la baja.

martes, 24 de marzo de 2009

Nueva York


Mientras espero a tener los resultados de todas las pruebas que me he ido haciendo estos días, voy a ir aprovechar para contar algo de Nueva York, asunto pendiente desde hace un tiempo ya.

No creo que vaya a desvelar ningún secreto hasta ahora oculto, ni que vaya a ofrecer un análisis novedoso, si digo que Nueva York es la ciudad de las ciudades. Y lo es no tan sólo por sus dimensiones o sus edificios, sino también porque en ella hay muchas ciudades diferentes. Chinatown no tiene nada que ver con Little Italy, aunque apenas haya una calle de separación entre ellas, igual que el Soho y el Harlem son mundos diferentes a unas paradas de metro.

Por mucho que la hayamos visto en el cine o en la televisión, por muy sabidos que tengamos sus edificios o sus puentes, por muy familiares que resulten sus calles o sus avenidas, estar allí es completamente diferente a vivirlo en diferido. Los bloques de pisos con las escaleras de incendio, el humo saliendo de las alcantarillas (creo que en realidad son conductos de ventilación del metro, pero ¿a quién le importa?), los taxis amarillos, los rascacielos, los museos... sorprenden, y para mí la sorpresa ha sido que me sorprendieran. Todo el mundo me decía que Nueva York me encantaría. Me encantado y aún más. Sé, sin embargo, que tiene que ser un lugar terriblemente cruel en el que vivir. Por ejemplo, quitando los parques, no hay árboles. Para vivir no la quiero. Para ir de visita repetiría ahora mismo.

Lo que hice allí no fue original en absoluto: subir al Empire State, dar la vuelta por la bahía hasta la Estatua de la Libertad, asistir a un musical en Broadway, visitar el MOMA, ver un partido de la NBA en el Madison Square Garden, recorrer la ciudad en un autobús descubierto, ir a una misa góspel... En definitiva, y quitando quizás el partido de baloncesto,nada que no hagan los millones de turistas que cada año visitan la ciudad.

No obstante, para mí Nueva York va a quedar asociada a los días en los que me empecé a encontrar bien. Me fui tan perjudicada por un resfriado que incluso el policía del control de pasaportes me preguntó si estaba enferma. Poco a poco, día a día, el constipado me fue abandonando y su lugar está siendo ocupado desde entonces por unas fuerzas que son muy similares a las que antes del cáncer tenía. El agotamiento que me dejó la radioterapia ya no es más que un recuerdo y si no fuera porque ahora ya me quito la prótesis por la noche y me veo en el espejo con el pelo corto (¡qué fea estoy, en serio!), pensaría que todo por lo que he pasado no ha sido más que una pesadilla como la de esta noche, cuando he soñado que iba a recoger los análisis de sangre con los marcadores tumorales y los resultados eran terroríficos. Hay que ver lo que hace el subsconciente en cuanto nos descuidamos. Es la primera vez que recuerdo haber soñado con algo relacionado con el cáncer desde que me lo diagnosticaron.

Las fotos de esta entrada no necesitan mucho pie. Por si acaso hay algún despistadillo, la primera es la del partido de baloncesto, en la segunda tengo al fondo los edificios de Wall Street y en la tercera estoy en el mirador del Empire State.

domingo, 15 de marzo de 2009

La oncóloga dixit…

El jueves fui a ver a la oncóloga. Era la primera vez que volvía a la Clínica P. desde el 13 de noviembre, cuando acabé con la quimioterapia. Me costó un cierto esfuerzo entrar por la misma puerta, que va a quedar asociada indeleblemente para mí a unas sesiones que son lo peor por lo que he pasado hasta ahora. Aun así, me sobrepuse, e incluso subí hasta la segunda planta, donde me ponían los sueros, para saludar a las enfermeras que tanto me mimaban mientras me quemaban las venas.

Respecto a la visita a la oncóloga, yo llevaba preparada toda una serie de preguntas, aunque la que empezó interrogando fue ella. Me gustó que lo primero que quisiera saber era cómo me encontraba de ánimo. Es un detalle pequeño de esos que te hacen pensar que no eres sólo un tumor, o una mama, o un síntoma, sino que eres una persona, también para tu médico. Después de examinarme el pecho, la axila, los ganglios y de auscultarme, me dejó preguntar.

Empecé por lo fácil. Me dijo que ya puedo empezar a hacer algún tipo de ejercicio físico, suavemente y con moderación. Le sugerí iniciarme en Pilates y le pareció bien. Para esfuerzos aeróbicos tendré que esperar un poco.

También le pareció bien que consultara a una endocrina para controlar mis hormonas y, si lo considero conveniente, mi peso, que es algo que me preocupa. No es sólo que ahora haya ganado un par de kilos, es que me da miedo continuar haciéndolo de forma regular. Creo que ha llegado el momento de hacer algo de dieta, con control médico, y la oncóloga no puso ningún reparo.

A lo que sí puso reparos es a que empezara a trabajar. Me recordó que lo que yo he tenido no es precisamente un resfriado y se mostró completamente contraria a darme el alta para incorporarme al instituto. Según ella, el hecho de que me vaya encontrando más fuerte cada día no significa ni que pueda resistir el estrés de un final de curso ni que sea conveniente para mi recuperación. Y si hasta ahora he intentado hacer todo lo que me han dicho los diferentes médicos que me han tratado, ahora no voy a cambiar. En definitiva, no volveré al instituto este curso. La agenda 2008-2009 va a estar en blanco para mí. Siento ciertos remordimientos, pero no voy a hacer ninguna tontería que me pueda perjudicar.

Hablamos también del Tamoxifeno, el tratamiento que estoy siguiendo para que mi cáncer, que es hormonodependiente, no encuentre qué comer en mis hormonas femeninas. A mí me produce bastantes efectos secundarios y por eso un día se me ocurrió leer el prospecto, para ver si era normal lo que me pasaba. Lo es. El problema es que uno de sus efectos secundarios, bastante común además, es el crecimiento del endometrio. Como yo he padecido endometriosis desde hace bastantes años, le pregunté a la oncóloga si no sería contraproducente que continuara con las pastillas. Se mostró bastante contrariada, no porque yo cuestionara su criterio, sino por no haberlo tenido en cuenta. Por ello, después de pensárselo durante un rato y de consultar el vademécum on-line, me dijo que dejara el Tamoxifeno y que consultara con mi ginecólogo, no sin antes haberse disculpado muchísimo. Me explicó que estaba tan preocupada por atacar el cáncer que se descuidó de lo otro, y que se sentía muy mal por no haberlo sopesado.

Al final salí de la consulta un poco disgustada, porque dejar las pastillas que ahora tomo supone empezar con algo nuevo que desconozco, y con un montón de volantes para hacerme un montón de pruebas (analíticas, rayos, ecografía, ecocardiograma…). Además, tengo que ir a ver a mi ginecólogo, al Hombre Que Nunca Sonríe, a la endocrina y al urólogo que me operó del riñón. Me espera un mes de tour turístico por las clínicas mallorquinas. Se me ocurren formas mejores de recibir la primavera, pero si hay que ir, se va. Y punto.

jueves, 5 de marzo de 2009

El alta del radiólogo

Antes de contar el motivo de mi ausencia del blog durante estos días (es decir, antes de explicar cómo me ha ido durante esta semana en Nueva York), tengo una cosa pendiente, pues el día antes de mi partida fui a ver al doctor V., el radiólogo que me ha seguido durante estos meses, quien estuvo tan encantador, eficiente y amable como en él es habitual.

Me gusta este tipo de médicos que es respetuoso con el paciente en una cosa tan básica como el tiempo. No sé por qué razón, pero hay doctores que piensan que sus horas son mucho más importantes que las tuyas, y te hacen esperar lo que no está escrito para despacharte luego en cinco minutos. Sé que muchas veces no es culpa suya; de hecho, los médicos de la Seguridad Social han hecho huelgas para poder dedicar a cada paciente la friolera cifra de diez minutos. Creo que ni eso han conseguido. Encima, de ese tiempo que deben dedicar a cada enfermo, más de la mitad se les va en rellenar papeles, así que, en ese tipo de casos no se puede hacer nada. A los que yo me refiero son a esos doctores que, en la sanidad privada, dan a tres pacientes la misma hora. Si no falla ninguno, los retrasos se van acumulando y como te toque una de las últimas te dan las uvas en la consulta. A mí, particularmente, me parece una falta de respeto. Como, además, nos sentimos tan desprotegidos cuando no estamos bien de salud, no nos atrevemos ni a elevar una pequeña queja, por aquello de a ver si no nos va a tratar luego como corresponde.

El caso es que el doctor V. no es en absoluto así. Procura ser más que puntual y, si te coge con diez minutos de retraso, es de los que piden disculpas. Después, está con cada paciente como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. No es sólo que te mire y te escuche, es que hasta te anima a preguntar. Cuando entré el otro día, ya tenía preparado el informe que le tengo que llevar a la oncológa. Para mis alumnos estudiantes de Medicina y para todos aquellos a los que este tipo de cosas les diga algo, lo voy a transcribir:

"Paciente de 41 años de edad, diagnosticada de carcinoma ductal infiltrante de cuadrante súpero interno de la mama derecha, clasificada como pT1 N1 M0, tratada con cirugía conservadora seguida de quimioterapia y homonoterapia, que nos es remitida para completar el tratamiento local.

Tras la práctica de un T.C. de planificación y dosimetría 3D, el 15-XII-08 se inició el tratamiento sobre el volumen mamario, mediante fotones de 6 Mv y técnica de dos campos tangenciales, para administrar una dosis de 50 Gy, equivalente biológico, en 25 fracciones de 2 Gy al día.

A continuación, con electrones de 9 MeV y por un campo directo, hemos administrado un complemento de 10 Gy más sobre el lecho tumoral.

La tolerancia al tratamiento ha sido excelente, presentando al final del mismo una dermitis de grado I que ha recibido tratamiento tópico.

Ruego control evolutivo."

En resumen, que estoy de maravilla (atención al "excelente" del penúltimo párrafo) y que no me tiene que ver más, excepto que le quiera consultar algo o que mi oncóloga esté muy ocupada y me dé horas muy lejanas. En ese caso, me dijo que estará a mi disposición para lo que necesite.

Aproveché para preguntarle qué es lo que me harán a partir de ahora. Me respondió que las pruebas dependen de cada médico, que los hay muy puntillosos y amigos de muchas pruebas radiológicas, mientras que otros prefieren que pases por las máquinas de Rayos X lo menos posible, porque la radiación da cáncer. ¡Me lo podía haber dicho antes! (Es broma, claro. De sobra sé que lo que me cura también me puede enfermar, si no a ver por qué razón la sala donde te radian tiene unas paredes blindadas de metro y medio de espesor y una puerta más reforzada que la del Banco de España)

El alta del doctor V. es la primera de las que voy a ir acumulando durante estas semanas. Me quedan, como mínimo, otras tres: la de la oncóloga, la del doctor T. y la de mi ginecólogo. Va a ser una gozada graparlas todas juntas. Estoy por enmarcarlas y colgarlas de la pared como mi título más preciado.

domingo, 22 de febrero de 2009

Fuera de juego

Ya sé que va a parecer extraño después de haber pasado por las operaciones, la quimioterapia y la radioterapia, pero un simple y vulgar resfriado me ha dejado fuera de juego.

El domingo pasado fui al teatro al audiotórium de Sa Màniga y pasé tantísimo frío (no sé si no habían puesto la calefacción para ahorrar en tiempos de crisis o si alguien se equivocó de botón y le dio al del aire congelado) que ya salí de allí medio mala. El lunes el trancazo ya era considerable y, aprovechando que tenía que visitar al médico para que me diera la baja, hice que me mirara y le pregunté por mis defensas. La verdad es que no me aclaró mucho: me dijo que a estas alturas ya las tengo que haber recuperado. Respecto al tratamiento para el catarro ya se sabe que, con medicación o sin ella, son siete días para recuperarse. El doctor me mandó paracetamol y beber mucha agua. El problema es que, una semana después, no he mejorado nada. Ahora no sólo estoy congestionada: me duele la garganta y tengo un dolor de cabeza que, literalmente, hace que no vea. De hecho, he tenido que volver a las gafas, porque con las lentillas me sentía como Rompetechos.

Si estoy así ahora no me quiero ni imaginar lo que me hubiera pasado de haber cogido otro resfriado o la gripe durante la quimioterapia. No me extraña que me insistieran en evitar cualquier tipo de contagio. Sé que poco a poco me iré encontrando mejor cada día, aunque a veces tengo la impresión de que todo va tan lento que me desespero. La paciencia, definitivamente, no es mi virtud.

Hablando de paciencia, qué lento me parece que me crece el pelo de la cabeza. El otro día me vi fugazmente sin la prótesis capilar. Qué poco me gusté con el cabello tan corto. Además, me está saliendo rizado, más oscuro de lo que recordaba tenerlo, y con canas. Tengo que ir pensando en cómo voy a hacer la transición de la melena larga al pelo tipo garçon. Será igualito que cuando hice la primera comunión: un domingo llevaba una melena a media espalda, y al día siguiente me confundieron con un niño. Creo que el trauma no me lo va a quitar nadie. Estoy segura de que los que me aprecian me dirán que estoy estupenda, pero mentirán como bellacos. Yo se lo perdonaré y hasta se lo agradeceré. Parafraseando la cita peliculera, "decidme que estoy guapa, aunque sea mentira".

El resfriado no me va a impedir celebrar el fin del tratamiento my way. La próxima entrada que escriba será desde la ciudad que nunca duerme.

viernes, 13 de febrero de 2009

Fin de la radioterapia

No sé si se puede comparar lo que conlleva un cáncer con una vuelta ciclista de esas por etapas. Si es así, yo ya he superado una más: la de la radioterapia. No ha sido como subir al Tourmalet (eso se lo dejo a la quimioterapia); más bien, lo que he vivido últimamente ha sido como una de esas etapas rompepiernas: parece que no es nada, porque no hay cumbres que escalar ni elementos atmosféricos adversos que batir, pero al final estás tan agotado de subir y bajar pequeños repechos como si hubieras vivido una de las etapas reina de la carrera. Cuanto más pienso en el símil, más me gusta. ¡Si hasta he corrido dopada muchas veces!

Por concretar, ayer me pusieron la última sesión de radioterapia, la número treinta y dos. En el tratamiento estándar de casos como el mío, sólo son necesarias treinta. Como yo viví los problemas con la máquina al principio, me han tocado dos de regalo, para que no se diga que me privo de algo. De estas, veintisiete han sido en todo el pecho afectado; las últimas cinco, eran electrones (¡espero no equivocarme y que no sean protones! A veces ser de letras es un inconveniente) dirigidos sólo a la cicatriz, para asegurar.

El resultado de tanta sesión seguida es que tengo una mama frita, igualita que cuando fui a Formentera siendo jovencita e inconsciente y me cogí una insolación de aúpa. Lo único que me faltan son las ampollas que me salieron entonces. Es, además, una quemadura con los bordes perfectamente delimitados, bien rectos, señal de que la radiación no sale volando de forma difusa, sino que se concentra donde debe hacerlo.

Aparte de la quemadura, lo que tengo es un cansancio considerable, que ha ido en aumento cada día. Antes, yo pensaba que la gente exageraba, y que los que me decían que la radioterapia te dejaba agotado era porque no habían pasado por la quimio. Me disculpo ante todos ellos: la quimio mata, pero la radio muele. Y no sé si por ella o por el Tamoxifeno que me tengo que tomar, me duelen todos los huesos del cuerpo -con el mismo tipo de dolor que cuando estás incubando la gripe-, se me agarrotan algunos músculos y mi forma física general es deplorable.

En cambio, mi estado anímico va remontando. Ayer llevé cava y pasteles para celebrar que voy cumpliendo objetivos y para agradecer a M. y G., los enfermeros con los que he tratado habitualmente, lo amables, cariñosos y pacientes que han sido conmigo. Curiosamente, una chica con la que solía coincidir en la clínica, y que termina hoy el tratamiento, estaba llorosa, temiendo lo que iba a venir después. Yo, sin embargo, estaba eufórica. Lo que va a venir después no va a ser tan traumático como lo que ya he pasado y, esta vez sí, voy a confiar en los que me han dicho que, poco a poco, uno se va recuperando del cansancio y va volviendo a la actividad normal.

Ahora tengo que ir a ver al doctor V. -el radioterapeuta- dentro de dos semanas. Él me hará un informe, con el que tendré que ir a ver a la doctora G. -la oncóloga-, quien me mandará unas pruebas que después tendré que llevar a El Hombre Que Nunca Sonríe. Estoy convencida de que todo saldrá bien, así que después lo único que necesitaré serán las revisiones prescriptivas.

Obviamente, haber terminado esta parte del tratamiento requiere una celebración adecuada. Ya está pensada y reservada. Ah, it's a wonderful town!

martes, 3 de febrero de 2009

Divertimento

Después de un fin de semana bastante tenso (mi sobrinito pequeño ha sido operado; nada muy importante, pero angustia muchísimo ver a una cosita así con suero), para desdramatizar un poco voy a dejar que esbocéis una sonrisa viendo fotos mías con diversas pelucas.

No tiene nada que ver con la quimioterapia. Se trata de un ejercicio que hemos hecho en el Ciclo de Asesoría. Primero se trata de estudiar las características físicas de la futura clienta (tipo de óvalo, cejas, cuello...) y después se ha de tener en cuenta su personalidad. Con todo ello, se aconseja un corte de cabello, un color e incluso qué clase de recogidos se adaptarían mejor a ella. Cuando se ha teorizado a conciencia, si se tienen al alcance se empiezan a probar pelucas, que lo único que hacen es demostrar que las teorías muchas veces fallan.

En todo caso, me ha resultado interesante verme con esos cambios de imagen. Ahora tengo más claro lo que me convendría hacerme y lo que no cuando me vaya creciendo el pelo.





Hablando de cosas serias, hoy me ponen la última sesión de radioterapia en todo el pecho. Las otras cinco que me quedan ya son para la cicatriz. Pensaba que acabaría el martes próximo. No va a ser así porque este fin de semana la máquina necesita una parada técnica y el lunes y el martes siguientes no funcionará. Así que, si todo va como tiene que ir, el jueves 12 de febrero me toca fiesta grande.

jueves, 22 de enero de 2009

Continúo con la radioterapia

Ya llevo 19 sesiones. Es decir, sólo me quedan 13. Afortunadamente, la máquina ha cogido carrerilla (tocaré madera aun no siendo supersticiosa, que da mala suerte) y no he vuelto a sufrir interrupciones. Lo que es bueno por una parte no lo es por otra. Como ahora ya no descanso entre sesión y sesión, mi piel se empieza a resentir y tengo justo encima del pecho una franja de como quince centímetros de largo y diez de ancho de un color rosa cada vez más intenso. Viene a ser una especie de quemadura del sol, que me molesta y que, sobre todo, me pica.

Por supuesto he preguntado qué puedo hacer para no ir a peor, porque justamente la piel se me empezó a enrojecer el día después de que me la mirara el doctor V. en la segunda vez que lo he visto. Cuando él me visitó, tenía la zona impecable, así que me dijo que no era necesario que me pusiera nada. Como Murphy y su ley son infalibles, al día siguiente empecé a notar que la cosa iba a peor. La enfermera me recomendó hacer una infusión de manzanilla, dejarla en la nevera y aplicármela con una gasa en toda la mama, procurando tener el brazo en alto y llevar la menor cantidad de ropa posible. Por primera vez desde que los doce años salgo a la calle sin sujetador. Supuestamente es muy cómodo, aunque en mi caso tengo que decir que no me acabo de acostumbrar a tanta libertad. Se ve que no soy una auténtica feminista; lo de rechazar los sostenes como signo de opresión machista definitivamente no va conmigo.

A pesar de que me he ido poniendo la manzanilla cada mañana y cada noche desde que me lo dijeron, la zona empeora. Mañana me va a ver la dermatóloga que trabaja en el servicio de oncología de la Policlínica M. y supongo que me va a recetar una crema específica que he oído que funciona muy bien. A ver si de verdad me da resultados.

Por lo demás, sigo reponiéndome poco a poco, más lentamente de lo que pensaba. Me siento oxidada: me duelen los huesos con frecuencia y cuando me levanto de la cama o del sofá noto cómo protestan todas las articulaciones. Ayer estuve tres horas y media de pie, maquillando en la Feria de Formación Profesional, y hoy tengo tantas agujetas en los abductores como su hubiera hecho dos horas seguidas de spinning. Además, todavía me cuesta dormir, y me preocupa pensar que he perdido el sueño regular para siempre. Sé que la química me ayudaría. El problema es que no quiero acostumbrarme a meterme en la cama sin haber ingerido previamente una pastilla.

Lo que sí que funciona a tope es el crecimiento del pelo. Me da la impresión de que me está saliendo con más fuerza y en más lugares que antes. Hoy ya me he tenido que depilar una zona determinada (que no voy a decir, porque soy presumida), y no sé si por la falta de costumbre o por la reacción de la radioterapia, se me ha puesto roja como un tomate. Tendría que haber preguntado si puedo hacer uso de la cera fría mientras sigo en tratamiento, pero ni se me ha pasado por la cabeza que me pudiera pasar algo por utilizarla. Tendría que ir acostumbrándome a la idea de que, después del cáncer, muchas cosas van a cambiar para mí de forma definitiva.

domingo, 11 de enero de 2009

Modelos matemáticos

Después de los parones que padecimos a finales del año pasado todos los que tenemos que ir a la Policlínica M. a ponernos la radioterapia, parece que el 2009 ha empezado con ganas de trabajar por parte de la máquina. Es verdad que ha hecho algunos amagos de huelga (¿Le afectará la crisis también a ella? ¿Estará pensando en un ERE de algunos de sus elementos? ¿Habrá decidido trabajar aplicando el reglamento a rajatabla como los pilotos de nuestra compañía de bandera?) y que para evitar que se caliente demasiado y se pare en la sala hay una temperatura polar. Es cierto también que el técnico estuvo todo el viernes por la mañana vigilándola (ya dije que oiríamos hablar más del técnico, al que yo le propondría que se quedara a vivir en Mallorca definitivamente). A pesar de todo lo anterior, la semana pasada tuve cuatro sesiones de cuatro, lo cual supone que ya llevo doce y que "sólo" me quedan veinte. Como ya expliqué en otro momento, al haber sufrido tantas interrupciones, y tras aplicar unos modelos matemáticos -¡me encanta la expresión "modelos matemáticos"!- me tienen que radiar dos días más para asegurarse de que el tratamiento es efectivo con el máximo de garantías.

En todo caso, seguir este tipo de tratamiento es mucho más fácil que todo lo que he vivido hasta ahora. En realidad, después de la quimioterapia todo resulta fácil y llevadero. Incluso el inconveniente de hacer 110 kilómetros diarios para estar apenas cuarenta segundos en la máquina en el fondo no me supone un gran perjuicio, porque cada día voy a Palma para continuar con el ciclo de asesoría de imagen, así que aprovecho el viaje. Y todo el personal médico de la unidad de oncología no puede ser más amable. Por eso no me uní a los conatos de motín que se produjeron hace un par de semanas cuando los parones. Hubo gritos, reclamaciones y amagos de denuncia por parte de afectados que perdieron los nervios. Incluso hubo quien pidió que se nos pagara el traslado a Barcelona para seguir allí el tratamiento de forma continuada, en vista de que la otra máquina que funciona en Mallorca, la del hospital público, también sufre averías frecuentes. Lo único que nos faltaba era vernos rebotados como una pelota, entre problemas aeroportuarios y aparatos rotos.

Físicamente sigo recuperándome. No me veo tan hinchada y ahora estoy dos kilos por encima del peso que tenía antes de la quimioterapia. No está mal, sobre todo porque me he pesado después de los excesos navideños. Sé que el pelo de la cabeza me está creciendo ya, no sólo porque me lo vea en la parte de las patillas y del nacimiento de la frente que la prótesis no tapa, sino también porque me paso la mano cuando voy a arreglarme El Sistema y ya no tengo calvas. Me ha pasado algo curiosísimo, y es que en las últimas semanas, un mes después de acabar con la quimioterapia, es cuando más se me ha caído el vello de las cejas y de las pestañas. Me he contado los pelillos que me quedan, y en la ceja izquierda sólo tengo veintitrés; sin embargo, ya se me ve debajo una sombra que anuncia que, en un futuro no muy lejano, voy a volver a tener que depilármelas. Mientras, me las maquillo con tanto arte que nadie se da cuenta de su pobreza si no es acercándose a menos de veinte centímetros. Respecto a las pestañas, su número es tan escaso que me parezco a esos Pierrots que llenaban las carpetas de las niñas de los años 80, sólo que yo no llevo la lágrima colgando. Eso es más difícil de disimular; hay unas pestañas postizas de grupo (tres o cuatro pelitos juntos), pero su colocación es tan laboriosa que el trabajo que dan no compensa lo bien que quedan. Supongo que un día de estos las mías también empezarán a multiplicarse. Desgraciadamente, el vello de otras partes del cuerpo también me está creciendo. Tendré que volver a invertir en cera.

Mis pies vuelven a ser míos y llevo otra vez mis botas del año pasado. En Nochevieja me atreví con unos zapatos de doce centímetros de tacón. Eso sí, cinco uñas no me crecen, de lo que deduzco que están muertas y que un día de estos se me caerán. Por suerte es invierno, y si para verano no las tengo presentables me las pondré de esas esculpidas que son como de cemento armado.

Hablando de cosas más serias, físicamente me encuentro mejor cada día, aunque estaría todavía mejor si consiguiera dormir como lo hacía antes. No es sólo que duerma menos horas, es que me despierto más. A ratos tengo un calor sofocante y el sudor me empapa. Después me muero de frío y no consigo entrar en calor. Me da la impresión de que son las pastillas de Tamoxifeno que tengo que tomar durante nada menos que cinco años. Hablaré con alguno de los muchos médicos que me han tratado, a ver si es normal y, sobre todo, para que me digan si puedo paliar esos efectos de alguna forma.

He tenido también algunos días de "bajoncillo", no sé si por la falta de sueño, por lo mal que llevo lo de las Navidades o porque, después de la quimioterapia y de pensar "tengo que ser fuerte para aguantar esto", es como si la relajación física me hiciera tener más presente que he padecido un cáncer de mama. No es nada importante, pero sigo tocando cada día con sobresalto el botón que pone "Oncología" y que da entrada al aparcamiento reservado a los enfermos que vamos a ponernos la radioterapia.

domingo, 4 de enero de 2009

2008

Se suelen aprovechar los 31 de diciembre para hacer balance del año que termina. Yo puedo decir muchas cosas de 2008, aunque tengo la sensación de que, para mí, va a ser siempre el Año del Cáncer. A partir de ahora empezaré a contar los años como a. C. y d. C. (antes y después del cáncer respectivamente).

Si se cree en la máxima de que bien está lo que bien acaba, 2008 no ha podido terminar mejor. El día 30 nació Marc, mi sobrino del que ya puse una ecografía cuando era un bichito de cuatro meses de gestación. Ha sido una alegría enorme. En mi familia nos habíamos quedado sin niños, porque el que hasta ahora era mi único sobrino tiene casi trece años, es más alto que yo y calza un cuarenta y cuatro. Marc es un bebé precioso y tranquilo, que no ha podido llegar en mejor momento. Para mis padres, que han tenido un año tan duro, ha sido el mejor de los regalos.




En la foto que sigue aparecen, de izquierda a derecha, mi madre, mi hermano Óscar (el felicísimo y orgullosísimo padre), la que suscribe, mi hermano Ángel con Marc en brazos, mi padre y mi hermano Quinete.



Para mí, 2008 ha sido como una montaña rusa. Empezó con un viaje estupendo con mis tíos a Estados Unidos y ha terminado con el nacimiento de Marc. Entre ambas cosas, el trabajo, el amor, la muerte de mi abuela, la mudanza, más viajes, el teatro, las clases, el robo del portátil... Y delante de todo, como un velo que difumina los contornos de cada una de esas cosas, el cáncer: el descubrimiento del bulto, la incertidumbre, las pruebas, el diagnóstico, la rabia, el miedo, la primera operación, el alivio, la segunda operación, la quimioterapia, el descanso, la radioterapia y el cariño de alumnos, ex-alumnos, compañeros de trabajo, amigos, familia y hasta desconocidos, afectados o no por la enfermedad.

Por cierto, la máquina de la radioterapia volvió a estar rota la semana pasada. Como el tratamiento ha sido tan intertimente entre las averías y los festivos, la doctora C. me explicó el otro día que seguramente me tendré que someter a más sesiones, porque la efectividad del tratamiento depende tanto de la dosis como de su continuidad. Si esta no existe, se aplican unos modelos matemáticos que aseguran que el enfermo recibe lo que le corresponde. A este paso, en el 2010 todavía tendré que ir a que me metan en la máquina de la Policlínica M., donde, con parones o no, todos no pueden ser más agradable.

En cuanto al 2009, estoy firmemente convencida de que va a ser un buen año, entre otras cosas porque a mí siempre me han ido mejor los años impares que los pares. A todos los que entráis en el blog y os habéis preocupado por mí durante todos estos meses os deseo que lo mejor que os ha pasado en el 2008 sea lo peor que os pase en este nuevo año.