Ayer por la tarde fui a ver a la oncóloga y, tal y como me esperaba, tuvo buenas noticias. Todos los análisis, radiografías y pruebas varias que le llevé o le llegaron están bien, así que hasta principios de julio no me tiene que volver a ver. En definitiva, estoy curada. No hay rastro de bicho ni de tumor en mi cuerpo. Son excelentes noticias. Sin embargo, no estoy tan eufórica como se podría pensar. Es lógico: me he ido haciendo a la idea poco a poco, no sólo porque me encuentro un poquito mejor cada día, sino también porque he ido preguntando y abriendo los sobres que me iban entregando, así que no cabía el factor sorpresa.
Y ahí quería llegar yo. Me gustaría que alguien me dijera por qué razón en clínicas y hospitales te dan los sobres de las pruebas que te solicita el médico cerrados. ¿Piensan que los pacientes no tienen que saber lo que pone antes que el médico? ¿Realmente se creen que la gente no corre a abrirlos? A mí me da un poco de apuro hacerlo delante del mostrador en el que me los han entregado. Eso sí, en cuanto estoy sentada en el coche abro los sobres con mucho cuidado. Si se trata de analíticas busco los asteriscos que indican algún rango fuera de lo normal y después paso la vista por el resto de resultados. Si son otro tipo de pruebas, leo y releo el informe (me doy cuenta, además, de que cada vez entiendo más palabras de la jerga médica). Al final, vuelvo a cerrar el sobre y ya me quedo más tranquila.
Esta vez la cosa ha sido algo más difícil, porque como me he sometido a las pruebas en la Clínica P., donde mi oncóloga pasa consulta, le han hecho llegar a ella los resultados directamente, así que hasta ayer no vi la copia de los informes. Claro que yo ya me había preocupado de preguntar cómo estaban las cosas que me iban haciendo.
En resumen, la doctora me encontró de maravilla, me volvió a felicitar por el ánimo y la fortaleza con la que he afrontado estos últimos meses y me puso un tratamiento distinto para sustituir el Tamoxifeno, siguiendo el parecer de mi ginecológo, al que había ido a ver la semana anterior.
Que nadie piense que estoy libre de visitas médicas hasta dentro de tres meses: me queda ir a ver a El Hombre Que Nunca Sonríe, a la endocrina, al ginecólogo otra vez para comprobar cómo me funciona en nuevo tratamiento, al nefrólogo y tengo que hacerme una densiometría ósea en junio. Se ve que no quieren que me aburra.
Lo que no han entendido los responsables de tanta cita es que no tengo tiempo de aburrirme. Al contrario, entre el teatro y el ciclo formativo (del que cada día estoy más contenta, aunque al mismo tiempo más triste porque ya se está acabando y lo voy a echar de menos lo que no está escrito) tengo mis días más que ocupados, tanto que voy a pedir una baja para descansar de la baja.
Mientras espero a tener los resultados de todas las pruebas que me he ido haciendo estos días, voy a ir aprovechar para contar algo de Nueva York, asunto pendiente desde hace un tiempo ya.
No creo que vaya a desvelar ningún secreto hasta ahora oculto, ni que vaya a ofrecer un análisis novedoso, si digo que Nueva York es la ciudad de las ciudades. Y lo es no tan sólo por sus dimensiones o sus edificios, sino también porque en ella hay muchas ciudades diferentes. Chinatown no tiene nada que ver con Little Italy, aunque apenas haya una calle de separación entre ellas, igual que el Soho y el Harlem son mundos diferentes a unas paradas de metro.
Por mucho que la hayamos visto en el cine o en la televisión, por muy sabidos que tengamos sus edificios o sus puentes, por muy familiares que resulten sus calles o sus avenidas, estar allí es completamente diferente a vivirlo en diferido. Los bloques de pisos con las escaleras de incendio, el humo saliendo de las alcantarillas (creo que en realidad son conductos de ventilación del metro, pero ¿a quién le importa?), los taxis amarillos, los rascacielos, los museos... sorprenden, y para mí la sorpresa ha sido que me sorprendieran. Todo el mundo me decía que Nueva York me encantaría. Me encantado y aún más. Sé, sin embargo, que tiene que ser un lugar terriblemente cruel en el que vivir. Por ejemplo, quitando los parques, no hay árboles. Para vivir no la quiero. Para ir de visita repetiría ahora mismo.
Lo que hice allí no fue original en absoluto: subir al Empire State, dar la vuelta por la bahía hasta la Estatua de la Libertad, asistir a un musical en Broadway, visitar el MOMA, ver un partido de la NBA en el Madison Square Garden, recorrer la ciudad en un autobús descubierto, ir a una misa góspel... En definitiva, y quitando quizás el partido de baloncesto,nada que no hagan los millones de turistas que cada año visitan la ciudad.
No obstante, para mí Nueva York va a quedar asociada a los días en los que me empecé a encontrar bien. Me fui tan perjudicada por un resfriado que incluso el policía del control de pasaportes me preguntó si estaba enferma. Poco a poco, día a día, el constipado me fue abandonando y su lugar está siendo ocupado desde entonces por unas fuerzas que son muy similares a las que antes del cáncer tenía. El agotamiento que me dejó la radioterapia ya no es más que un recuerdo y si no fuera porque ahora ya me quito la prótesis por la noche y me veo en el espejo con el pelo corto (¡qué fea estoy, en serio!), pensaría que todo por lo que he pasado no ha sido más que una pesadilla como la de esta noche, cuando he soñado que iba a recoger los análisis de sangre con los marcadores tumorales y los resultados eran terroríficos. Hay que ver lo que hace el subsconciente en cuanto nos descuidamos. Es la primera vez que recuerdo haber soñado con algo relacionado con el cáncer desde que me lo diagnosticaron.
Las fotos de esta entrada no necesitan mucho pie. Por si acaso hay algún despistadillo, la primera es la del partido de baloncesto, en la segunda tengo al fondo los edificios de Wall Street y en la tercera estoy en el mirador del Empire State.
El jueves fui a ver a la oncóloga. Era la primera vez que volvía a la Clínica P. desde el 13 de noviembre, cuando acabé con la quimioterapia. Me costó un cierto esfuerzo entrar por la misma puerta, que va a quedar asociada indeleblemente para mí a unas sesiones que son lo peor por lo que he pasado hasta ahora. Aun así, me sobrepuse, e incluso subí hasta la segunda planta, donde me ponían los sueros, para saludar a las enfermeras que tanto me mimaban mientras me quemaban las venas.
Respecto a la visita a la oncóloga, yo llevaba preparada toda una serie de preguntas, aunque la que empezó interrogando fue ella. Me gustó que lo primero que quisiera saber era cómo me encontraba de ánimo. Es un detalle pequeño de esos que te hacen pensar que no eres sólo un tumor, o una mama, o un síntoma, sino que eres una persona, también para tu médico. Después de examinarme el pecho, la axila, los ganglios y de auscultarme, me dejó preguntar.
Empecé por lo fácil. Me dijo que ya puedo empezar a hacer algún tipo de ejercicio físico, suavemente y con moderación. Le sugerí iniciarme en Pilates y le pareció bien. Para esfuerzos aeróbicos tendré que esperar un poco.
También le pareció bien que consultara a una endocrina para controlar mis hormonas y, si lo considero conveniente, mi peso, que es algo que me preocupa. No es sólo que ahora haya ganado un par de kilos, es que me da miedo continuar haciéndolo de forma regular. Creo que ha llegado el momento de hacer algo de dieta, con control médico, y la oncóloga no puso ningún reparo.
A lo que sí puso reparos es a que empezara a trabajar. Me recordó que lo que yo he tenido no es precisamente un resfriado y se mostró completamente contraria a darme el alta para incorporarme al instituto. Según ella, el hecho de que me vaya encontrando más fuerte cada día no significa ni que pueda resistir el estrés de un final de curso ni que sea conveniente para mi recuperación. Y si hasta ahora he intentado hacer todo lo que me han dicho los diferentes médicos que me han tratado, ahora no voy a cambiar. En definitiva, no volveré al instituto este curso. La agenda 2008-2009 va a estar en blanco para mí. Siento ciertos remordimientos, pero no voy a hacer ninguna tontería que me pueda perjudicar.
Hablamos también del Tamoxifeno, el tratamiento que estoy siguiendo para que mi cáncer, que es hormonodependiente, no encuentre qué comer en mis hormonas femeninas. A mí me produce bastantes efectos secundarios y por eso un día se me ocurrió leer el prospecto, para ver si era normal lo que me pasaba. Lo es. El problema es que uno de sus efectos secundarios, bastante común además, es el crecimiento del endometrio. Como yo he padecido endometriosis desde hace bastantes años, le pregunté a la oncóloga si no sería contraproducente que continuara con las pastillas. Se mostró bastante contrariada, no porque yo cuestionara su criterio, sino por no haberlo tenido en cuenta. Por ello, después de pensárselo durante un rato y de consultar el vademécum on-line, me dijo que dejara el Tamoxifeno y que consultara con mi ginecólogo, no sin antes haberse disculpado muchísimo. Me explicó que estaba tan preocupada por atacar el cáncer que se descuidó de lo otro, y que se sentía muy mal por no haberlo sopesado.
Al final salí de la consulta un poco disgustada, porque dejar las pastillas que ahora tomo supone empezar con algo nuevo que desconozco, y con un montón de volantes para hacerme un montón de pruebas (analíticas, rayos, ecografía, ecocardiograma…). Además, tengo que ir a ver a mi ginecólogo, al Hombre Que Nunca Sonríe, a la endocrina y al urólogo que me operó del riñón. Me espera un mes de tour turístico por las clínicas mallorquinas. Se me ocurren formas mejores de recibir la primavera, pero si hay que ir, se va. Y punto.
Antes de contar el motivo de mi ausencia del blog durante estos días (es decir, antes de explicar cómo me ha ido durante esta semana en Nueva York), tengo una cosa pendiente, pues el día antes de mi partida fui a ver al doctor V., el radiólogo que me ha seguido durante estos meses, quien estuvo tan encantador, eficiente y amable como en él es habitual.
Me gusta este tipo de médicos que es respetuoso con el paciente en una cosa tan básica como el tiempo. No sé por qué razón, pero hay doctores que piensan que sus horas son mucho más importantes que las tuyas, y te hacen esperar lo que no está escrito para despacharte luego en cinco minutos. Sé que muchas veces no es culpa suya; de hecho, los médicos de la Seguridad Social han hecho huelgas para poder dedicar a cada paciente la friolera cifra de diez minutos. Creo que ni eso han conseguido. Encima, de ese tiempo que deben dedicar a cada enfermo, más de la mitad se les va en rellenar papeles, así que, en ese tipo de casos no se puede hacer nada. A los que yo me refiero son a esos doctores que, en la sanidad privada, dan a tres pacientes la misma hora. Si no falla ninguno, los retrasos se van acumulando y como te toque una de las últimas te dan las uvas en la consulta. A mí, particularmente, me parece una falta de respeto. Como, además, nos sentimos tan desprotegidos cuando no estamos bien de salud, no nos atrevemos ni a elevar una pequeña queja, por aquello de a ver si no nos va a tratar luego como corresponde.
El caso es que el doctor V. no es en absoluto así. Procura ser más que puntual y, si te coge con diez minutos de retraso, es de los que piden disculpas. Después, está con cada paciente como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. No es sólo que te mire y te escuche, es que hasta te anima a preguntar. Cuando entré el otro día, ya tenía preparado el informe que le tengo que llevar a la oncológa. Para mis alumnos estudiantes de Medicina y para todos aquellos a los que este tipo de cosas les diga algo, lo voy a transcribir:
"Paciente de 41 años de edad, diagnosticada de carcinoma ductal infiltrante de cuadrante súpero interno de la mama derecha, clasificada como pT1 N1 M0, tratada con cirugía conservadora seguida de quimioterapia y homonoterapia, que nos es remitida para completar el tratamiento local.
Tras la práctica de un T.C. de planificación y dosimetría 3D, el 15-XII-08 se inició el tratamiento sobre el volumen mamario, mediante fotones de 6 Mv y técnica de dos campos tangenciales, para administrar una dosis de 50 Gy, equivalente biológico, en 25 fracciones de 2 Gy al día.
A continuación, con electrones de 9 MeV y por un campo directo, hemos administrado un complemento de 10 Gy más sobre el lecho tumoral.
La tolerancia al tratamiento ha sido excelente, presentando al final del mismo una dermitis de grado I que ha recibido tratamiento tópico.
Ruego control evolutivo."
En resumen, que estoy de maravilla (atención al "excelente" del penúltimo párrafo) y que no me tiene que ver más, excepto que le quiera consultar algo o que mi oncóloga esté muy ocupada y me dé horas muy lejanas. En ese caso, me dijo que estará a mi disposición para lo que necesite.
Aproveché para preguntarle qué es lo que me harán a partir de ahora. Me respondió que las pruebas dependen de cada médico, que los hay muy puntillosos y amigos de muchas pruebas radiológicas, mientras que otros prefieren que pases por las máquinas de Rayos X lo menos posible, porque la radiación da cáncer. ¡Me lo podía haber dicho antes! (Es broma, claro. De sobra sé que lo que me cura también me puede enfermar, si no a ver por qué razón la sala donde te radian tiene unas paredes blindadas de metro y medio de espesor y una puerta más reforzada que la del Banco de España)
El alta del doctor V. es la primera de las que voy a ir acumulando durante estas semanas. Me quedan, como mínimo, otras tres: la de la oncóloga, la del doctor T. y la de mi ginecólogo. Va a ser una gozada graparlas todas juntas. Estoy por enmarcarlas y colgarlas de la pared como mi título más preciado.