jueves, 22 de enero de 2009

Continúo con la radioterapia

Ya llevo 19 sesiones. Es decir, sólo me quedan 13. Afortunadamente, la máquina ha cogido carrerilla (tocaré madera aun no siendo supersticiosa, que da mala suerte) y no he vuelto a sufrir interrupciones. Lo que es bueno por una parte no lo es por otra. Como ahora ya no descanso entre sesión y sesión, mi piel se empieza a resentir y tengo justo encima del pecho una franja de como quince centímetros de largo y diez de ancho de un color rosa cada vez más intenso. Viene a ser una especie de quemadura del sol, que me molesta y que, sobre todo, me pica.

Por supuesto he preguntado qué puedo hacer para no ir a peor, porque justamente la piel se me empezó a enrojecer el día después de que me la mirara el doctor V. en la segunda vez que lo he visto. Cuando él me visitó, tenía la zona impecable, así que me dijo que no era necesario que me pusiera nada. Como Murphy y su ley son infalibles, al día siguiente empecé a notar que la cosa iba a peor. La enfermera me recomendó hacer una infusión de manzanilla, dejarla en la nevera y aplicármela con una gasa en toda la mama, procurando tener el brazo en alto y llevar la menor cantidad de ropa posible. Por primera vez desde que los doce años salgo a la calle sin sujetador. Supuestamente es muy cómodo, aunque en mi caso tengo que decir que no me acabo de acostumbrar a tanta libertad. Se ve que no soy una auténtica feminista; lo de rechazar los sostenes como signo de opresión machista definitivamente no va conmigo.

A pesar de que me he ido poniendo la manzanilla cada mañana y cada noche desde que me lo dijeron, la zona empeora. Mañana me va a ver la dermatóloga que trabaja en el servicio de oncología de la Policlínica M. y supongo que me va a recetar una crema específica que he oído que funciona muy bien. A ver si de verdad me da resultados.

Por lo demás, sigo reponiéndome poco a poco, más lentamente de lo que pensaba. Me siento oxidada: me duelen los huesos con frecuencia y cuando me levanto de la cama o del sofá noto cómo protestan todas las articulaciones. Ayer estuve tres horas y media de pie, maquillando en la Feria de Formación Profesional, y hoy tengo tantas agujetas en los abductores como su hubiera hecho dos horas seguidas de spinning. Además, todavía me cuesta dormir, y me preocupa pensar que he perdido el sueño regular para siempre. Sé que la química me ayudaría. El problema es que no quiero acostumbrarme a meterme en la cama sin haber ingerido previamente una pastilla.

Lo que sí que funciona a tope es el crecimiento del pelo. Me da la impresión de que me está saliendo con más fuerza y en más lugares que antes. Hoy ya me he tenido que depilar una zona determinada (que no voy a decir, porque soy presumida), y no sé si por la falta de costumbre o por la reacción de la radioterapia, se me ha puesto roja como un tomate. Tendría que haber preguntado si puedo hacer uso de la cera fría mientras sigo en tratamiento, pero ni se me ha pasado por la cabeza que me pudiera pasar algo por utilizarla. Tendría que ir acostumbrándome a la idea de que, después del cáncer, muchas cosas van a cambiar para mí de forma definitiva.

domingo, 11 de enero de 2009

Modelos matemáticos

Después de los parones que padecimos a finales del año pasado todos los que tenemos que ir a la Policlínica M. a ponernos la radioterapia, parece que el 2009 ha empezado con ganas de trabajar por parte de la máquina. Es verdad que ha hecho algunos amagos de huelga (¿Le afectará la crisis también a ella? ¿Estará pensando en un ERE de algunos de sus elementos? ¿Habrá decidido trabajar aplicando el reglamento a rajatabla como los pilotos de nuestra compañía de bandera?) y que para evitar que se caliente demasiado y se pare en la sala hay una temperatura polar. Es cierto también que el técnico estuvo todo el viernes por la mañana vigilándola (ya dije que oiríamos hablar más del técnico, al que yo le propondría que se quedara a vivir en Mallorca definitivamente). A pesar de todo lo anterior, la semana pasada tuve cuatro sesiones de cuatro, lo cual supone que ya llevo doce y que "sólo" me quedan veinte. Como ya expliqué en otro momento, al haber sufrido tantas interrupciones, y tras aplicar unos modelos matemáticos -¡me encanta la expresión "modelos matemáticos"!- me tienen que radiar dos días más para asegurarse de que el tratamiento es efectivo con el máximo de garantías.

En todo caso, seguir este tipo de tratamiento es mucho más fácil que todo lo que he vivido hasta ahora. En realidad, después de la quimioterapia todo resulta fácil y llevadero. Incluso el inconveniente de hacer 110 kilómetros diarios para estar apenas cuarenta segundos en la máquina en el fondo no me supone un gran perjuicio, porque cada día voy a Palma para continuar con el ciclo de asesoría de imagen, así que aprovecho el viaje. Y todo el personal médico de la unidad de oncología no puede ser más amable. Por eso no me uní a los conatos de motín que se produjeron hace un par de semanas cuando los parones. Hubo gritos, reclamaciones y amagos de denuncia por parte de afectados que perdieron los nervios. Incluso hubo quien pidió que se nos pagara el traslado a Barcelona para seguir allí el tratamiento de forma continuada, en vista de que la otra máquina que funciona en Mallorca, la del hospital público, también sufre averías frecuentes. Lo único que nos faltaba era vernos rebotados como una pelota, entre problemas aeroportuarios y aparatos rotos.

Físicamente sigo recuperándome. No me veo tan hinchada y ahora estoy dos kilos por encima del peso que tenía antes de la quimioterapia. No está mal, sobre todo porque me he pesado después de los excesos navideños. Sé que el pelo de la cabeza me está creciendo ya, no sólo porque me lo vea en la parte de las patillas y del nacimiento de la frente que la prótesis no tapa, sino también porque me paso la mano cuando voy a arreglarme El Sistema y ya no tengo calvas. Me ha pasado algo curiosísimo, y es que en las últimas semanas, un mes después de acabar con la quimioterapia, es cuando más se me ha caído el vello de las cejas y de las pestañas. Me he contado los pelillos que me quedan, y en la ceja izquierda sólo tengo veintitrés; sin embargo, ya se me ve debajo una sombra que anuncia que, en un futuro no muy lejano, voy a volver a tener que depilármelas. Mientras, me las maquillo con tanto arte que nadie se da cuenta de su pobreza si no es acercándose a menos de veinte centímetros. Respecto a las pestañas, su número es tan escaso que me parezco a esos Pierrots que llenaban las carpetas de las niñas de los años 80, sólo que yo no llevo la lágrima colgando. Eso es más difícil de disimular; hay unas pestañas postizas de grupo (tres o cuatro pelitos juntos), pero su colocación es tan laboriosa que el trabajo que dan no compensa lo bien que quedan. Supongo que un día de estos las mías también empezarán a multiplicarse. Desgraciadamente, el vello de otras partes del cuerpo también me está creciendo. Tendré que volver a invertir en cera.

Mis pies vuelven a ser míos y llevo otra vez mis botas del año pasado. En Nochevieja me atreví con unos zapatos de doce centímetros de tacón. Eso sí, cinco uñas no me crecen, de lo que deduzco que están muertas y que un día de estos se me caerán. Por suerte es invierno, y si para verano no las tengo presentables me las pondré de esas esculpidas que son como de cemento armado.

Hablando de cosas más serias, físicamente me encuentro mejor cada día, aunque estaría todavía mejor si consiguiera dormir como lo hacía antes. No es sólo que duerma menos horas, es que me despierto más. A ratos tengo un calor sofocante y el sudor me empapa. Después me muero de frío y no consigo entrar en calor. Me da la impresión de que son las pastillas de Tamoxifeno que tengo que tomar durante nada menos que cinco años. Hablaré con alguno de los muchos médicos que me han tratado, a ver si es normal y, sobre todo, para que me digan si puedo paliar esos efectos de alguna forma.

He tenido también algunos días de "bajoncillo", no sé si por la falta de sueño, por lo mal que llevo lo de las Navidades o porque, después de la quimioterapia y de pensar "tengo que ser fuerte para aguantar esto", es como si la relajación física me hiciera tener más presente que he padecido un cáncer de mama. No es nada importante, pero sigo tocando cada día con sobresalto el botón que pone "Oncología" y que da entrada al aparcamiento reservado a los enfermos que vamos a ponernos la radioterapia.

domingo, 4 de enero de 2009

2008

Se suelen aprovechar los 31 de diciembre para hacer balance del año que termina. Yo puedo decir muchas cosas de 2008, aunque tengo la sensación de que, para mí, va a ser siempre el Año del Cáncer. A partir de ahora empezaré a contar los años como a. C. y d. C. (antes y después del cáncer respectivamente).

Si se cree en la máxima de que bien está lo que bien acaba, 2008 no ha podido terminar mejor. El día 30 nació Marc, mi sobrino del que ya puse una ecografía cuando era un bichito de cuatro meses de gestación. Ha sido una alegría enorme. En mi familia nos habíamos quedado sin niños, porque el que hasta ahora era mi único sobrino tiene casi trece años, es más alto que yo y calza un cuarenta y cuatro. Marc es un bebé precioso y tranquilo, que no ha podido llegar en mejor momento. Para mis padres, que han tenido un año tan duro, ha sido el mejor de los regalos.




En la foto que sigue aparecen, de izquierda a derecha, mi madre, mi hermano Óscar (el felicísimo y orgullosísimo padre), la que suscribe, mi hermano Ángel con Marc en brazos, mi padre y mi hermano Quinete.



Para mí, 2008 ha sido como una montaña rusa. Empezó con un viaje estupendo con mis tíos a Estados Unidos y ha terminado con el nacimiento de Marc. Entre ambas cosas, el trabajo, el amor, la muerte de mi abuela, la mudanza, más viajes, el teatro, las clases, el robo del portátil... Y delante de todo, como un velo que difumina los contornos de cada una de esas cosas, el cáncer: el descubrimiento del bulto, la incertidumbre, las pruebas, el diagnóstico, la rabia, el miedo, la primera operación, el alivio, la segunda operación, la quimioterapia, el descanso, la radioterapia y el cariño de alumnos, ex-alumnos, compañeros de trabajo, amigos, familia y hasta desconocidos, afectados o no por la enfermedad.

Por cierto, la máquina de la radioterapia volvió a estar rota la semana pasada. Como el tratamiento ha sido tan intertimente entre las averías y los festivos, la doctora C. me explicó el otro día que seguramente me tendré que someter a más sesiones, porque la efectividad del tratamiento depende tanto de la dosis como de su continuidad. Si esta no existe, se aplican unos modelos matemáticos que aseguran que el enfermo recibe lo que le corresponde. A este paso, en el 2010 todavía tendré que ir a que me metan en la máquina de la Policlínica M., donde, con parones o no, todos no pueden ser más agradable.

En cuanto al 2009, estoy firmemente convencida de que va a ser un buen año, entre otras cosas porque a mí siempre me han ido mejor los años impares que los pares. A todos los que entráis en el blog y os habéis preocupado por mí durante todos estos meses os deseo que lo mejor que os ha pasado en el 2008 sea lo peor que os pase en este nuevo año.