viernes, 22 de agosto de 2008

Segunda sesión de quimioterapia: ya he pasado un tercio


La segunda sesión de quimioterapia ha sido muy similar y, al tiempo, bastante diferente de la primera. Antes de subir a planta, tuve que pasar por admisión, a que comprobaran las autorizaciones y me dieran los códigos de barras y otros papelotes que, por lo visto, son tan necesarios. La burocracia nos ahoga o, al menos, a mí me persigue.

A las tres ya estaba con A. y B., otra enfermera estupenda, recién incorporada después de lo que yo estoy segura que son unas muy merecidas vacaciones; para trabajar en oncología hay que se de una pasta especial, de la mejor y la más resistente. Me pincharon en una vena de la muñeca, para dejarme la vía para el tratamiento después de sacarme sangre para una analítica y ahí vino un pequeño susto: apenas me salió un poquitín, y no hubo forma de conseguir más, a pesar de todos los intentos, lo que llevó a pensar que se me había roto la vena. No fue así, afortunadamente, porque algo similar implica que te pongan una cosa que se llama portacat, un dispositivo fijo que se coloca bajo la piel en una vena en la parte superior del pecho y cuyo problema fundamental, al menos en mi opinión, es que hay que llevarlo meses después de acabar con la quimioterapia (supongo que por si se reproduce el cáncer, aunque esas cosas nunca te las dicen) y, además, necesita un mantenimiento mensual. Un rollo, vamos.

Mientras esperaba los resultados de la analítica, para que no me aburriera, han tenido a bien brindarme un show. Una mujer inglesa, que también empezó con la quimio conmigo, subió alteradísima, gritando y casi llorando, porque en administración no le habían dado la autorización para ponerse el segundo ciclo. Su argumento básico es que no le hacían caso porque sólo habla inglés, y que todo el mundo la trataba fatal por ello. Ha sido un momento violentísimo, que encima se ha agravado porque la mujer iba acompañada de su hija veinteañera, que hablaba un español aceptable, pero, sobre todo, por la presencia de una amiga de esta, con un español excelente pero unos modales deplorables. Las enfermeras han llamado a administración, han pedido un traductor para no tener que tratar con la impresentable, sino directamente con la paciente y, finalmente, ha llegado la doctora. No sé qué ha pasado, pero le han puesto el tratamiento. Entiendo perfectamente la angustia de la mujer, que continuamente decía que ella lo que quería era curarse; no obstante, no tenía razón en lo de que no la atendían por ser inglesa. Tendría que pedir explicaciones a su seguro, que es el que no quiere pagar su tratamiento. Enfadarse con el equipo médico y azuzar contra las enfermeras a un perro de presa no me parece la mejor solución. En cualquier caso, qué valor hay que tener para someterse a quimioterapia en un país sin defenderte en su idioma. Espero que se le solucionen todos los problemas, y me reafirmo en mi impresión: cuanto más conozco los seguros privados, más alabo la seguridad social.

Entre una cosa y otra, la doctora no me ha pasado a ver hasta las cuatro. Ha dicho que mi analítica estaba bien y que, por lo tanto, me pondrían el mismo tratamiento que la vez pasada: por ahora, no hay EPO, ya que mi hematocrito es correcto. ¡Snif! Cuanto más tarden en ponérmelo, menos posibilidades tendré de ganar el tour de Francia después, con la ilusión que me hacía.

Mientras me iban pasando los siete sueros, casi me he comido la novela de Guelbenzu No acosen al asesino. Mi padre está un poco mosqueado porque dice que, desde que yo he llegado, no se ven en su casa más que libros de asesinatos y muertes. He contagiado a todos mi pasión por la novela negra, pero mi progenitor no está muy convencido de que no estemos planeando entre todos el crimen perfecto.

A las siete y veinte he acabado, Biel –puntual como un reloj, y siempre, siempre, al pie del cañón cuando lo necesito- me ha venido a buscar, nos hemos ido a comprar un par de cosas y, después, a cenar algo. Eso sí, esta vez he empezado a notar pronto síntomas que la otra vez no sabía que lo eran; por ejemplo, una especie de vacío en el estómago, que la primera vez achaqué al hambre, pero que ahora sé que es el principio de las ganas de vomitar que sobrevienen indefectiblemente, aun a pesar de la medicación que te empiezan a dar una hora antes de la quimioterapia.

Esta noche he dormido hasta las cuatro y media. Después, el sueño no me ha vencido, así que he releído los periódicos de ayer, he terminado el libro de Guelbenzu y hasta me he atrevido a empezar Vida y destino, todo un reto: 1.111 páginas y, ya en la primera, una frase: “Todo lo que vive es irrepetible”. No se puede decir más con menos.

2 comentarios:

tana dijo...

Hola bonita: que guapa estás en la foto del cibercafé en Berlín, eres increíble con lo que te está tocando pasar y eres aún así, provocadora de envidias.
La vida es una cosa bien curiosa, esta semana me encuentro muy tocada por el accidente del avión en Barajas, ser o no ser, estar o no estar, que diferencia tan grande pero limitada por una película tan pequeña, que miedo tenemos de hablar de lo que nos hace estar vivos, nuestra compañera la muerte, que fuerza nos das al relatarnos todo con tanta facilidad y tranquilidad, que te sea tan leve como sea posible los efectos de la segunda.
Besos

María Antonia Valdivielso dijo...

Tanita, guapa:

El miércoles no sabía si hacer alusión al accidente de avión. Fue a la misma hora en que aterrizábamos nosotros en Palma. De camino a casa de mis padres, en el coche, oí el primer avance informativo con la noticia. Al final no quise poner nada en el blog, porque no sabía qué decir y porque todo lo que se me ocurría me sonaba a hueco y trillado.

Es verdad que vivimos de espaldas a la muerte, y que ni la citamos (recuerda el rechazo que nos produjo a algunos el título del libro que Mar Cortina nos envió al instituto, Pedagogía de la muerte, porque contenía la palabra). Evitamos nombrar aquello que nos da miedo, y utilizamos eufemismos. Todavía hoy se dice de poca gente que padece un cáncer, y mucho menos que alguien ha muerto por su causa: es una grave enfermedad, un mal incurable... Todo, por no llamarlo por su nombre.

Otra cosa a la que le estoy dando muchas vueltas, y después de lo del avión viene más al hilo, es en cómo influye el azar en nuestras vidas. Pensamos que nosotros controlamos lo que nos pasa, y que elegimos el camino que queremos seguir, pero al final es el azar puro y duro el que te hace subirte a un avión y no a otro, el que te coloca en el camino de una persona determinada en un momento concreto, el que hace que estés en una carretera en un punto kilómetro concreto en un minuto maldito... y el que, en fin, hace que una célula crezca de una forma indebida, se reproduzca y se acumule en forma de tumor. Hasta es el responsable de que un día te lo encuentres o te lo encuentren y de que eso te acabe salvando la vida.

Como no sabemos lo que nos deparará el azar, lo único que nos queda es disfrutar de lo que tenemos y aprovechar todos los momentos estupendos, buenos y regulares que se nos ofrecen cada día. Y hay que reivindicar los pequeños placeres que están a nuestro alcance: una conversación tranquila con alguien como tú, un baño en una cala a última hora, algo de fruta en sazón, una copa de vino tinto, una canción, un momento de silencio... ¡Ah, y darse la vuelta en la cama, en verano, buscando la parte fresquita de las sábanas!¡Eso sí es un placer!

Un beso grande