lunes, 4 de agosto de 2008

Un poco de historia (IV): "El Hombre Que Nunca Sonríe"

El lunes 5 de mayo, pertrechada con todas las pruebas supuestamente necesarias, fui a la consulta del doctor T. Si alguien recuerda la película protagonizada por Richard Gere, que la olvide ya: mi doctor T., conocido también a partir de ahora como El Hombre Que Nunca Sonríe, no puede estar más lejos del médico encantador que retrata el filme. Lo suyo no son las relaciones sociales con las pacientes ni con sus familias, no vaya a ser que la confianza se desborde y tenga que verte como algo más que una patología del seno. Hoy, después de haber pasado por sus manos dos veces en un quirófano y haberme visto más de una docena de días en su consulta, amén de otros cinco o seis en la clínica, continúa sin saber cómo me llamo, ni cuántas veces me ha operado.

El Hombre Que Nunca Sonríe me hizo entrar con una hora y media de retraso en su consulta, marcando desde el primer momento lo que es una constante en nuestra relación. Además, en la sala de espera tiene revistas con una antigüedad mínima de ocho meses, así que, después de la tercera visita empecé a hacer algo, que se ha convertido en una costumbre: antes de entrar me compro una revista, la leo allí (me da tiempo a aprenderme artículos enteros de memoria) y, después, la dejo encima de la mesa, como si fuera de la consulta. Me encanta ver cómo otras pacientes, aburridas tras horas de espera y de remirar las mismas fotografías semana tras semana, se lanzan en plancha hacia la nueva publicación en cuanto toca el cristal del mueble.

El doctor T. ni siquiera echó un vistazo a las pruebas que le llevé. Funciona sin ordenador, y como los rayos X me los dieron en un CD, me pidió que me lo imprimiera yo misma y que, si el informe recogía algo sustancial, se lo llevara. La ecografía y las analíticas tampoco merecieron su atención más de treinta segundos. En cambio, me dijo que quería una resonancia magnética nuclear y una biopsia con aguja gruesa (una BAG) y que, además, me las tenía que hacer en una clínica determinada del centro de Palma, donde, desgraciadamente, los funcionarios no podemos ir porque nuestro seguro privado es de segunda división. Insistió en que las dos pruebas tenían que ser de allí y me entregó una carta –manuscrita, claro- para el radiólogo que me haría la punción y otra para el seguro. Al día siguiente debía ir a la clínica personalmente a pedir hora y a solicitar autorización a mi compañía sanitaria.

Efectivamente, al día siguiente fui a solicitar cita y la chica del mostrador ya me dijo que mi seguro no me lo autorizaría. Insistí en que me dieran hora, dispuesta a pagar las pruebas de mi bolsillo si hacía falta. Con dos citas, una para el día siguiente y otra para el siguiente lunes, salí de la clínica y me fui al seguro, donde, la verdad, no tuve que llorar nada para que me autorizaran las pruebas. Creo que el hecho de invocar el nombre del doctor T. impone incluso a las administrativas de la sanidad privada. Aun así, no deja de ser otro motivo de congoja pensar si vas a tener problemas para que te hagan las pruebas que tu médico solicita, pero así funciona un sistema donde lo que prima es el dinero. Yo ya no soy rentable.

A todo esto me quedaba lo peor: decírselo a mis padres. Lo sabían algunos íntimos y me daba miedo que llegara a los oídos de mi madre a través de una tercera persona. Imaginé la escena muchas veces durante los días previos y al final resultó más o menos como yo lo había previsto. La cosa empezó con un “tengo algo que deciros, algo malo, pero quiero que estéis tranquilos” y acabó con una reacción por parte de los dos que fue la que yo esperaba: mi padre aparentó calma y dijo algo así como “no te preocupes, no pasa nada”, quitándole importancia, y mi madre se lo tomó bastante a la tremenda. Entre otras cosas, ella no entendía que hubiera pasado por el proceso hasta ese momento sin decirle nada (“solita, como si no tuvieras familia”, creo que fueron sus palabras exactas). Mi madre no acaba de entender que hay cosas que yo siento que tengo que hacer sola; de hecho, cuando he necesitado su ayuda (o la de otros), la he pedido. Pero si no hay necesidad de preocuparse por anticipado, ni de sufrir antes de tiempo, ¿por qué hacerlo? Después alguien me dijo que Luz Casal llamó a su madre momentos antes de entrar al quirófano, y yo la entiendo: se trata única y exclusivamente de ahorrar sufrimientos a los que quieres. Seguramente volvería a hacerlo igual.

El miércoles 7 me hice la resonancia magnética nuclear, el fin de semana me fui con dos alumnos del Instituto que habían ganado un concurso de Caja Madrid a pasar tres días a la capital, el lunes me hice otra analítica necesaria para la prueba del día siguiente (porque hay riesgo de hemorragias y hay que mirar la coagulación de la sangre) y el martes 13 de mayo me hicieron la punción con aguja gruesa. Cuando digo que empiezo a tener más informes archivados que el FBI no exagero.

4 comentarios:

Miriam Civera dijo...

Toñi,
pienso muchas veces cómo estarás y me acuerdo bastante de ti. Ya veo, por lo que voy leyendo, que eres (ya lo sabía) una mujer extremadamente fuerte. Me alegra el "optimismo" que tienes, y el tono con que describes todo el proceso.
Yo no he pasado por ahí, pero, en cierta medida lo he vivido algo cerca. Mi primo pequeño, ahora está en 3ºESO, padece neurofibromatosis quística, y durante una temporada también tuvo que pasar por la quimio. A todos nos sorprendió que no lo pasara tan mal como esperábamos, y, por eso, nos alegramos. Ahora está recuperado. Te lo digo porque lo que escribes día a día, me recuerda, en cierto modo, a lo que pasó él.
Yo te envío muchos abrazos, fuertes. Y ya sabes, nos veremos en Pollença a lo largo de este curso. Tengo muuuchas ganas de verte y de quedar a comer juntas (aunque sea poquita cosa).
¡Ánimo, valiente!
Miriam

Sabela dijo...

¡Yo!¡Yo!¡Yo! ¡Fui yo la que te dije lo de Luz Casal! ¡Qué guai! ¡Ya soy un clásico, ya me citan!
Te abrazo fuerte.

María Antonia Valdivielso dijo...

Miriam,
Últimamente pienso mucho en la gente que sufre la quimio. Cuando yo fui a darme la primera tanda, a mi lado a un señor lo citaron para la semana siguiente y a otra chica para dentro de quince días. Sólo de pensar que, sin apenas reponerse uno, le toque otra sesión es para echarse a llorar. También he pensado en un par de casos de niños que me han contado últimamente. Tiene que ser terrible para las familias y para ellos, incapaces de racionalizar lo que les pasa y lo que les hacen. Al lado de lo de ellos, lo mío es una tontería y no tengo ningún derecho a quejarme.
Gracias por los ánimos. Yo también tengo ganas de verte y de comer juntas, que seguro que de aquí a un par de meses ya será muuuchooo lo que pueda meterme entre pecho y espalda. Quedamos en el "Piccolo Forno" de Pollença. Ya verás qué ensalada de bogavante me voy a comer de primero y que pizza de lo que sea después. Un abrazo grande.

María Antonia Valdivielso dijo...

Sabela,

Descubrí no hace mucho que, en el mundillo este académico-universitario tan extraño, es tan importante que te citen como que te publiquen. Es más, hay una especie de mercadeo del tipo "como tú me has citado, yo te cito" y eso hace que seas más valorado para no sé qué cosas que son muy importantes en la universidad y que suenan muy raras a los probes (sic) profes de instituto. Resumiendo: que la próxima vez reconoceré tu autoría intelectual, que nunca se sabe si este blog será considerado algún día una publicación equivalente a Science o Nature.

Guapa, sé que estás conmigo y además confío en ti para que me encomiendes a todos esos entes en los que crees. Ya sabes que no soy supersticiosa, pero, por si acaso, me conviene tener a alguien rellenando instancias a mi nombre, aunque falsifique mi firma, repito, sólo por si acaso.

¡Y no vuelvas a recordar que hace un montón de años que pasamos cosas juntas, que nadie sepa nuestra edad!

Muchos besos.